La última vez que vi juntos a Soria y Guindos fue una vez que almorzamos en Sigüenza poco antes de que estallase el caso Bárcenas. Se me han quedado grabados los comentarios displicentes de ambos cuando les mostré un video blog del economista liberal Jesús Fernández Villaverde que me acababa de mandar mi hija Cósima desde la universidad de Brown. Lo singular no era que Villaverde comparara la eficiencia de la gestión municipal norteamericana con la hipertrofia política de nuestros ayuntamientos, sino que de repente ambos miraran desdeñosamente a quien había sido hasta entonces una de sus referencias intelectuales. ¡Cómo se les había subido a la cabeza el cargo de ministros! Habían dejado de ser los inconformistas siempre receptivos e inteligentes que traté durante años para convertirse en dos seres arrogantes asomados a la balconada del Olimpo del poder.
La conducta de Soria ya me había llamado la atención cuando un día en su despacho del ministerio comentó burlonamente que algunas de mis tesis sobre la utilidad de la mayoría absoluta de Rajoy coincidían "con esas cosas que va diciendo Aznar". Diantre, pensé para mis adentros, pero si esta criatura se ha pasado década y media dándoselas poco menos que de sosias de Aznar hasta el extremo de imitarle en el recorte del bigote para fomentar que les confundieran. Pronto quedó claro que aquel atractivo alcalde de Las Palmas que con tanto ahínco buscaba complicidades ideológicas y afinidades personales para proyectarse hacia Madrid ya no se acordaba de nadie una vez conquistada la cima. Era un caso extremo del síndrome del mal de altura.
A Guindos le pasó otro tanto desde que inauguró su ejecutoria ministerial degollando a su antiguo jefe y mentor Rodrigo Rato para que el nuevo César (Borgia) tuviera a quien achacar la crisis financiera. Enseguida dejó claro que había ingresado en el consejo de administración de Mariano Rajoy SA y que era consciente de que su manera de medrar en la organización, a costa de Montoro y otros rivales, consistía en ser más marianista que Mariano. Cuando divulgué los SMS a Bárcenas, el proactivo impulsor de la libertad de expresión se transmutó en otro mono amnésico de los que se tapan los ojos, los oídos y la boca. Hasta ahí llegó la amistad.
Estos dos se creían "the best and the brightest". Soria mató a Aznar y Guindos a Rato para convertirse en puntales del llamado G-8 al que se adscribieron los ministros que se jactaban de su intimidad personal con Rajoy. Pretendían ser una especie de guardia pretoriana, al modo de los jesuitas, con voto de lealtad al Papa, en contraposición a los dominicos o "sorayos", asentados en resortes de poder como el CNI o los grupos mediáticos.
A la hora de la verdad no hemos asistido a disputas teológicas entre dos órdenes religiosas con valores espirituales diferentes, sino a una guerra sórdida e implacable entre bandas rivales equivalente a la que nuestra consejera Cruz Sánchez de Lara ha descrito este fin de semana en su impactante testimonio sobre la lucha por el control del puerto colombiano de Buenaventura, entre los ayes que brotan de las casas de pique en las que se descuartiza a los adversarios. Con la diferencia de que en el fango del PP de Rajoy ni siquiera surgen Mariposas como ese admirable grupo de mujeres que lucha por dignificar la vida en su ciudad.
El desmembramiento de Soria se ha producido en dos fases, en un proceso que recuerda bastante a lo que los guerristas hicieron con Mariano Rubio durante las dos etapas del caso Ibercorp. No hay peor tortura que el sadismo de los puñales amigos cuando van procediendo al despellejamiento primero, a la mutilación de la víctima después, empezando con leves objeciones a su conducta, elevando luego el tono de la crítica, estirando la agonía hasta asestar las puñaladas que afectan a los órganos vitales. Sólo queda hacer desaparecer el cuerpo y en cuestión de semanas nadie recordará tan siquiera que existió un Icaro canario lo suficientemente osado como para acercarse demasiado al sol.
El desmembramiento de Soria se ha producido en dos fases, en un proceso que recuerda bastante a lo que los guerristas hicieron con Mariano Rubio
En su labor descuartizadora el clan de los "sorayos" ha contado esta vez con la impagable colaboración de cuatro barones regionales que o se juegan su futuro este mes en las urnas (Feijóo, Alonso) o dependen de un aliado regeneracionista (Cifuentes) o bien tenían viejas pendencias con el finado (Herrera). Está por ver si tal coalición procederá con igual coordinación y saña contra Guindos, aunque este haya cosechado tantas enemistades como su difunto amigo. En todo caso, cuando uno entra en una casa de pique, como lo será para él la próxima semana la comisión de Economía del Congreso, es poco menos que imposible que salga entero y el ministro cabeza de huevo ya lleva unas cuantas cuchilladas en el cuerpo. Sólo le faltaban las revelaciones de EL ESPAÑOL sobre el favoritismo de Jiménez Latorre a la consultora Oliver Wyman, de la que procedía, cuando era su número dos. ¿Era eso un ministerio o una lonja de tráfico de influencias?
Decapitada Ana Mato, autodestruido Gallardón, exiliados Cañete y Wert, institucionalizada Ana Pastor, ejecutado Soria, abierto en canal Guindos, deambulando cual muerto viviente Jorge Fernández... "¿los infantes de Aragón qué se fizieron?". Como dice Jorge Manrique en su insuperado poema mortuorio "¿qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención como trajeron?". De aquel G-8 solo queda vivo el gallo Margallo, crionizado en el éter de su propia vanidad.
La pérdida de todos esos alfiles ha supuesto para Rajoy ir quedándose sin piernas, brazos, ojos y orejas. En el fondo es él quien al conceder una tras otra esas cabezas, creyendo que la suelta de lastre le permitiría seguir a flote, se ha visto debilitado y reducido a la condición de peso muerto. La inanidad estaférmica con la que pasó en horas veinticuatro de defender con aparente vehemencia el nombramiento de Soria a aquietarse ante el ajuste de cuentas impuesto desde sus propias filas, no ha pasado desapercibida para nadie. Rajoy ya ni siquiera tiene capacidad de proteger a quienes cometieron pecados mucho más veniales que los suyos. Del "no te fallaré nunca" hemos pasado al date por fallado, mientras desde la ultratumba se hace oír lo voz del fundador: "Mi querido amigo, usted sólo acierta cuando rectifica".
Rajoy ya ni siquiera tiene capacidad de proteger a quienes cometieron pecados mucho más veniales que los suyos
Algunos en Moncloa están celebrando ya la liquidación de Guindos como candidato alternativo para el imaginable órdago otoñal del PSOE: la abstención a cambio de la retirada de Rajoy. El aún ministro de Economía era -demos por reproducidas mis razones- el hombre idóneo para una operación que habría colocado al PP entre la espada de una descomunal gresca interna y la pared de ser identificado como el culpable de las grotescas terceras elecciones. Ahora sólo quedarían el gallo Margallo con un 0,1% de posibilidades y Soraya con un 99,9.
En realidad para la vicepresidenta, llegados al punto en el que nos encontramos, la toma formal del mando es casi una cuestión irrelevante. Los hechos han demostrado que ella es quien maneja todos los resortes del poder, desde las cloacas a los aerópagos. A su disposición están no sólo la administración y el grupo parlamentario popular -Génova ya no es más que una casa embrujada do vaga Cospedal- sino el CNI con su escalofriante fuerza intimidatoria y, atención, TVE, el grupo Prisa y Atres Media. A Cebrián y a Mauricio Casals, quien por cierto acaba de contribuir a hacer más rico todavía a uno de sus clientes sanitarios, los tiene trincados por el flanco de los negocios y los demás diosecillos de la fauna mediática anhelan obtener el permiso para rendirle sus servicios a cambio de las migajas que caen de su mesa. Aunque lo esencial es que en la España de hoy no hay quien, con un mínimo de arboladura, se atreva a desafiar a los cuchillos de su sanguinaria casa de pique.
Algún día habrá que reconstruir paso a paso -menudo libro tienes ahí, Ymelda- cómo esta Annie la Huerfanita que entró de puntillas en el grupo parlamentario popular se ha convertido en un aya tremebunda, con ademanes no de menina sino de Mari Bárbola velazqueña. Su protector de entonces es ahora ya su protegido. Cada mañana sube al árbol a dar los gritos de ritual -"¡Voglio una donaaa!", "¡Quiero una investiduraaa!"- pero cada tarde a la hora del crepúsculo la diminuta monja felliniana sube a recogerlo para darle cobijo, como a un can herido, bajo sus plantas.