Pocas veces me he sentido tan afortunado por dedicarme al periodismo y tan reafirmado en algunas convicciones básicas como al terminar de ver con apasionado interés Paesa, el hombre de las mil caras. La película de Alberto Rodríguez es buena pero la historia real en que se basa fue mucho mejor y yo tuve el privilegio de vivirla, junto a dos excepcionales reporteros, Manuel Cerdán y Antonio Rubio, desde el palco más envidiable del teatro.

Ilustración: Javier Muñoz

Pese a todo su talento narrativo, el cineasta que se consagró con La Isla Mínima no viene sino a corroborar, con este loable empeño de reconstruir uno de los episodios más cómicamente sórdidos de nuestra picaresca política, mi perenne advertencia de que es el arte el que imita a la vida y las mejores tramas de ficción empalidecen ante una historia real contada con fidelidad documental.

El Francisco Paesa que yo conocí era un personaje "larger than life", mucho más carismático y seductor que el impasible gestor de despropósitos retratado en la película. Subió a mi despacho de El Mundo en el otoño del 94 con un casco de motorista puesto -sólo el Rey Juan Carlos se me había presentado de la misma guisa- y, tras soltarme todo un memorial de agravios sobre cómo le habíamos perseguido desde que le cazamos presionando a una testigo de los GAL, me ofreció entregar al fugitivo Luis Roldán no al gobierno del PSOE sino a la oposición liderada por Aznar.

- Yo sé que tú tienes buenas relaciones con el del bigote. Yo podría convencer a Luis de que se entregara y contara todo lo que sabe. Sería el golpe definitivo para que el PP ganara las elecciones... 

Pero ponía una condición y no era económica.

- Mi sueño es poder dedicarme a la política... Yo podría ser muy útil porque conozco bien el Ministerio del Interior y tengo claro lo que habría que hacer para limpiar la corrupción. Ni siquiera haría falta que me nombraran ministro. Bastaría con que me hicieran Secretario de Estado y en seis meses yo les pongo todo en orden...

Manolo, Antonio y yo casi nos caemos de la silla. El superespía que brotaba de las cloacas quería gobernarlas.

"QUE NARCIS SERRA NO LO MATE"

En esa misma conversación yo le dije que su hombre no era Aznar sino Belloch, el flamante biministro, conocido ya como "el cochero de Drácula". Al margen de que es una lástima que el guión no reconozca al añorado José Luis Gutiérrez la paternidad del apodo, lo cierto es que la ambición del titular de Justicia e Interior era ya una siniestra tartana desbocada. Belloch pretendía desbancar a Felipe González demostrando a la opinión pública que era capaz de detener al corrupto fugitivo al que el presidente había permitido medrar hasta la cúpula de la Guardia Civil.

Por eso, conociendo mi animadversión, no hacia González sino hacia sus obras, me pidió que le ayudara. Como argumento profirió en su despacho del palacio de Parcén unas palabras que habrían eclipsado cualquier frase incluida en el guión de la película.

-Se trata de que un delincuente sea entregado a la justicia. Y de impedir que Narcís Serra se nos adelante y lo mate.

Como escribí en Amarga victoria "aquello era droga dura". El número 3 del Gobierno estaba diciéndole al director del diario más crítico del momento que el número 2 tenía en marcha un plan para asesinar a Roldán antes de que pudiera tirar de la manta contra el número 1. En cambio, el número 3 lo quería vivo para que pudiera largar y acabar así políticamente con el número 2 y el número 1 de una tacada. Y estaba dispuesto a pagar lo que fuera por ello.

- ¿Para qué están los fondos reservados sino para conseguir capturar a un delincuente como Roldán?

Lo que me pedía Belloch era que, puesto que Paesa nos había ayudado a conseguir la gran exclusiva con Roldán en París -su "a mí no me van a engañar como Amedo" dejó boquiabierta a España-, también le ayudara a él a capturarle. Entramos en el juego con una condición: antes de la entrega Cerdán y Rubio volverían a entrevistarle.

LA TROLA DEL LUTETIA

A finales de octubre me reuní con Paesa en la cafetería del Hotel Lutetia de París. Me contó que se había entrevistado con dos policías de la estricta confianza del ministro -González y Bermejo- y que había convenido con ellos contactar con Roldán a través de un anuncio en nuestro periódico.

El verdadero propósito de la cita era endosarme la milonga de que había reintegrado al ministerio mil millones de pesetas del botín de Roldán, a través de una fantasmagórica entrega a un alto cargo del ministerio en el parking del Villamagna. Aún le recuerdo mostrándome un recibo de timoteca con lo que pretendía ser la firma del dimitido Antonio Asunción. Yo me lo creí tanto como el origen del dinero de Bárcenas.

De vuelta a Madrid volví a citarme con el biministro y le resumí la conversación del Lutetia. Con su pleno conocimiento el 30 de noviembre El Mundo publicó en su página 81 el anuncio convenido: "KM INTAL LTD. SE VENDE. Proyecto de construcción de una central térmica en un país de Latinoamerica. Financiación asegurada. Contactar Tl (421) 85070585". ¿Qué aporta la escena de la película en la que un intermediario le pasa a otro el ejemplar del periódico en una estación suiza como si no se pudiera comprar en los quioscos?

En Navidad estalló el escándalo de los GAL con las confesiones de Amedo y Domínguez llenando portada tras portada. Belloch y yo estuvimos varias semanas sin vernos. Cuando reanudamos el contacto seguía obsesionado con capturar a Roldán para demostrar que él era el adalid contra la corrupción. Pero le preocupaba el cariz que iba tomando la negociación.

- A lo mejor antes de que se produzca la entrega, lo detengo y rompo el pacto...

Luego supe que Paesa le había mandado un fax pidiéndole 2,7 millones de dólares de honorarios. A Belloch le entró la obsesión de que no debía tocar el papel para no dejar sus huellas.

"PREGUNTALE AL DEL BIGOTE"

A primeros de febrero Paesa pidió contactar conmigo. Tuve que llamarle desde una cabina a un número convenido. En su voz había un teatrero deje de angustia.

- Luis no puede esperar más. Está muy nervioso y deprimido. Sabe que Serra ha puesto precio a su cabeza. Que ofrece un millón de dólares. Pero no va a dejar que lo cojan. Dice que quiere entregarse él. Que no va a dejar que ningún mercenario haga negocio con su cabeza. El problema es cuándo.

Paesa era un artista. Quería cuadrar el círculo: sacarle la pasta a Belloch y venderle el favor a Aznar.

- Pregúntale al del bigote qué fecha le conviene más. En principio sería en marzo, pero yo puedo tratar de retrasarlo, si él prefiere un poco más tarde... ¡Ah, y que Antonio y Manolo vayan preparando los pasaportes porque van a tener que ir a un país en el que necesitan visado!

Yo, naturalmente no pensaba decirle nada "al del bigote". Sólo me importaba lo de los visados y el soplo de que sucedería en marzo. El 20 de febrero, al cumplirse 300 días de la fuga, publicamos un largo reportaje con un título inusual: "¡Entrégate, Roldán!". Jugábamos con ventaja pero a la hora de la verdad nos quedamos con dos palmos de narices.

El lunes 27 de febrero las agencias de noticias anunciaron que Roldán había sido "detenido" en Laos. Ese mismo día Belloch había entregado al turbio abogado Cobo del Rosal, colaborador de Paesa, los últimos 75 millones de pesetas del total convenido de 300. Eran billetes nuevos de diez mil con cargo a los fondos reservados.

La hora soñada por el biministro había llegado pero Cerdán y Rubio estaban desolados. Paesa y Belloch habían pasado de nosotros.

- Lo peor es la cara de gilipollas que se te queda.

Yo viajaba de Madrid a Pamplona para participar en una cena-coloquio organizada por mi amigo Antonio Catalán en uno de sus hoteles emblemáticos cuando escuché por la radio la comparecencia de Belloch. Contaba una historia a lo James Bond bautizada como "operación Luna" en la que habrían participado 144 policías españoles y 54 agentes extranjeros, utilizando 24 vehículos y sofisticados transmisores.

Yo me frotaba los oídos anonadado por tanta inventiva pero el corazón me dio un vuelco cuando el biministro explicó que "la Policía había descubierto" que Roldán y los "círculos extraoficiales" que le apoyaban se comunicaban "a través de un medio informativo nacional" y que el análisis "científico" de los mensajes había sido la pista definitiva para "detener" al huido.

"¡Será hijo de Satanás!", musité, lívido, desde el coche. Menuda jugarreta nos estaba haciendo el pimpollo. Al día siguiente El País recibiría la confidencia de que El Mundo era ese "medio nacional" cómplice de Roldán y para qué quieres más. El nuevo capítulo del culebrón de la "conspiración" contra el gobierno socialista estaba servido. Marqué frenéticamente nuestro teléfono de contacto para recordarle cómo convenimos lo del anuncio pero ni se dignó responderme. Nada podía distraer ese día a Belloch de su cita con la gloria.

"LA ESTÁ CAGANDO"

Pero no era yo el único estupefacto. Paesa no estaba escondido en París, como muestra la película, sino en el hogar que compartía en Madrid con su pareja Esther Alonso. Cuando escuchó al biministro decir campanudamente que "el Gobierno nunca negocia, ni ha pactado, ni pactará", el superespía se volvió hacia ella y pronunció tres palabras que habrían levantado el guión si su autor hubiera rastreado mejor las fuentes: "La está cagando".

De hecho, es a partir de ese momento, cuando la película de Alberto Rodríguez se vuelve mucho menos cinematográfica que lo que de verdad ocurrió, al establecer un alambicado lapso de días entre la mentira del biministro y su público escarnio, cuando en realidad todo sucedió en unas horas sin solución de continuidad. No hizo falta que Roldán enviara los "papeles de Laos" a su mujer presa para que Cerdán y Rubio se hicieran con ellos. Esa misma tarde me los mandaron al fax del hotel.

El documento era el obvio fruto de una negociación, pues incluía cinco condiciones restrictivas para la entrega voluntaria del prófugo. Y encima estaba visado por el propio Roldán. Llamé excitadísimo al periódico.

- Esto es la hostia. Este tío se va a quedar con el culo al aire. Ha dicho ante millones de españoles que no ha pactado ni negociado nada...

Enseguida dicté el titular a cinco columnas: "Roldán pactó su entrega a través de Laos por medio de una extradición limitada". Debajo iría la pomposa declaración del biministro: "El Gobierno nunca negocia, ni ha pactado, ni pactará". Al muy truhán se la íbamos a devolver con creces.

La cena-coloquio concluyó tardísimo, entre otras razones porque al final revelé, para conmoción general, lo que íbamos a publicar dentro de unas horas. Pasadas las tres de la mañana antes de cerrar el ojo eché un último vistazo más reposado al documento y casi me da un vahído.

De repente descubrí que los ordinales de las condiciones no estaban escritos en francés, que donde debía poner "pour" ponía catetamente "par" y que a las negaciones les faltaba el ineludible "pas". Aquello no lo había escrito un funcionario francoparlante como se suponía que eran todos los laosianos. Aquello tenía toda la pinta de ser una burda falsificación.

En cuestión de segundos pasé de la euforia a la desesperación. Ya ni siquiera estaba a tiempo de parar la rotativa. Eramos nosotros los que íbamos a hacer el ridículo.

Tras unas horas de insomnio la voz de Antonio Herrero con su entusiasmo adolescente de siempre sonó al otro lado del teléfono.

- Enhorabuena, Pedro J. Me siento orgulloso de ser accionista de El Mundo.

Era la llamada convenida para entrar en directo en su programa de la Cope. Yo traté de balbucear unas palabras. Sentía mucho decepcionarle también a él.

- Sabes lo que pasa, Antonio... que creo que los documentos que hemos publicado son falsos.

- ¡Pero qué dices! Si el Director General de la Policía ya ha reconocido que son auténticos, que los han traído sus hombres de Laos y se los han entregado ya a la jueza. Venga, venga que entramos en antena...

NOS HABIA ENGAÑADO A TODOS

"Los documentos eran más falsos que Judas -escribí en Amarga Victoria- pero sin darnos cuenta habíamos sacado de una mentira verdad". El escándalo fue mayúsculo. Belloch se vio obligado a comparecer por segunda vez en menos de 24 horas, aunque esta vez con unas ojeras hasta el suelo. Admitió que la entrega se había realizado en el aeropuerto de Bangkok dentro de un acuerdo pactado con las autoridades laosianas que habían dado cobijo a Roldán. Si la víspera no lo había reconocido era "porque consideraba que hubiera sido escandaloso que la jueza se enterara por la prensa". ¿Qué otra excusa de mal pagador podía esgrimir?

Pero su calvario acababa de empezar. Cuando el Gobierno de Laos manifestó que ni Roldán había pisado jamás su territorio, ni por lo tanto había existido negociación o entrega alguna, el biministro debió desear que se lo tragara la tierra. Paesa nos había engañado a todos con su troupe de figurantes encabezada por aquel capitán Khan de guardarropía. Nos había engañado a nosotros, había engañado a Roldán, había engañado a los laosianos que le habían facilitado un tampón fulero en París y sobre todo había engañado al político ciego de ambición que se había pasado de listo.

Al menos en lo que se refiere a Belloch y Roldán hubo justicia poética a raudales. Pero una cosa es que quien roba a un ladrón tenga cien años de perdón y otra que, además de no cumplir condena alguna, pueda quedarse impunemente con el botín. ¿Cómo vamos a esperar que nuestro Estado constitucional sea capaz de resolver y castigar los crímenes de ETA, los GAL o el 11-M si en más de dos décadas ha sido incapaz de recuperar los 1.500 millones de pesetas que robó Roldán y se quedaron Paesa y su sobrina a través de su ingenioso mete y saca bancario en Singapur? Una historia, en suma, para reír por no llorar.