No fue casualidad que en mi primer artículo como director de EL ESPAÑOL, reprodujera lo que escribió José María Blanco White en 1810 en idéntico trance: "No porque la situación de España sea muy triste al presente, se han de cerrar los ojos a la esperanza".
Y menos casualidad fue aun que me apalancara en el posibilismo de la cita de Virgilio que encabezaba cada entrega de aquel mensual publicado en Londres bajo la cabecera primigenia de El Español: "At trahere atque moras tantis licet addere rebus". Es la expresión que utiliza la diosa Juno en la Eneida para advertir que aunque no podrá impedir que se cumpla el destino, "al menos será posible dilatar las cosas y poner obstáculos".
Era una manera de decir: ojo, que por mucho brío que pongamos en el empeño los periódicos no podemos determinar los acontecimientos y una cosa es que tengamos claro cuáles son los males de España y otra que vayamos a ser capaces de sanarlos. Pero lo que yo no podía imaginar era que a EL ESPAÑOL fuera a irle tan bien al final de su primer año de vida y a España tan mal. O para ser exactos que doce meses de crecimiento constante de nuestro periódico fueran a corresponderse con un periodo de bloqueo institucional y vaciamiento político de la propia idea constitucional de España.
Anteayer, en la inauguración de Expocampus, pedí al ex ministro de Cultura César Antonio Molina que levantara acta visual del marcador de Google Analytics -no hay periodista que se precie que no lleve descargada esa aplicación en su móvil- para la audiencia acumulada por EL ESPAÑOL durante los últimos 30 días. Él la corroboró en voz alta: 10.021.723 lectores. Era el primer día que pasábamos la frontera millonaria de los dos dígitos y eso me ayudó a viajar casi cuarenta años atrás en el túnel del tiempo: "¿Te imaginas, César, que hubiéramos tenido diez millones de lectores al mes en aquel Diario 16 en el que tu llevabas el mejor suplemento cultural de la transición y yo dirigía la nave contra los golpistas?".
Tendremos que empeñarnos a fondo para consolidar la cota de los diez millones durante estos últimos días de octubre en los que competimos con aquellos postreros de septiembre en los que se desencadenó la crisis del PSOE que tanto impulsó la audiencia. Quedan además muchas cosas que implementar y mejorar en EL ESPAÑOL después de los desajustes tecnológicos y editoriales de los primeros meses. Pero nadie duda ya de que nuestro periódico está doblando con firmeza el Cabo de las Tormentas para aparecer en una de las primeras posiciones de la gran regata digital que se disputa en el mar abierto del pluralismo.
Nadie duda ya de que nuestro periódico está doblando con firmeza el Cabo de las Tormentas para aparecer en una de las primeras posiciones de la gran regata digital
El contraste entre la fuerza con que ruge el león de EL ESPAÑOL y el estado de postración y decrepitud en que se encuentra el león español, símbolo milenario de nuestro pueblo, viene en principio a confirmar el cínico adagio de que sólo los periódicos y los vendedores de pólizas de seguros prosperan en medio de las calamidades. Pero sirve también para constatar el olímpico fracaso de una clase política batueca, o sea huera y ramplona de puro inepta, frente al dinamismo de una sociedad emprendedora que compite en los grandes sectores de la globalización y está dispuesta a volver a subirse al andamio cada vez que le derriba un golpe de viento proveniente del poder.
El que la solución a la crisis política que llevamos arrastrando desde que Rajoy se atrincheró hace tres años en la mayoría absoluta, para no asumir sus flagrantes responsabilidades en el encubrimiento de la corrupción, vaya a ser un gobierno de Rajoy en minoría absoluta lo dice todo de la incompetencia asnal de unos dirigentes apalancados en sus prejuicios. Ni los prohombres del PP han sido capaces de reemplazar a su desprestigiado líder por alguien nuevo y limpio, capaz de ofrecer algo distinto a los españoles; ni los dirigentes del PSOE han tenido la inteligencia de estimular las contradicciones de los inmovilistas negociando a tiempo la abstención a cambio de un nuevo candidato popular; ni los jerifaltes de Podemos han mostrado la coherencia transformadora que hubiera supuesto permitir gobernar al 'pacto del Abrazo'. Sólo Ciudadanos ha estado durante estos doce meses a la altura de las circunstancias empujando voluntariosamente a unos y a otros por la senda de las reformas.
Si en el vídeo en el que rastreábamos la genealogía histórica del león español nos detuvimos en una caricatura de El Motín en la que Cánovas y Sagasta, jefes de los dos grandes partidos dinásticos de la Restauración, sujetaban a la fiera mientras sus subalternos Montero Ríos y Manuel Becerra le cortaban las uñas y le arrancaban los colmillos, su remedo todavía arroja hoy una imagen más desoladora. Porque el león de la España del siglo XXI no sólo está retenido en su ímpetu regenerador por el inmovilismo de Rajoy, mientras el PSOE impostado de González y el PSOE timorato de Susana le hacen la manicura, sino que corre el riesgo de ser descoyuntado por la zafia rudeza con que Pablo Iglesias y sus cohortes podemitas tiran en la dirección opuesta.
Poca respuesta podrá dar ese cuerpo social tensado hasta la extenuación, exánime al cabo de tanto sokatira demagógico, a los bienintencionados impulsos reformistas de Rivera, equivalentes a aquellos alfilerazos que emanaban durante la monarquía alfonsina del republicanismo moderado de Castelar. El eximio tribuno gaditano de los grandes mostachos era de hecho el único personaje de la caricatura de El Motín que, punta de bastón en ristre, trataba de hacer reaccionar al león. Pero su elegante esfuerzo era tan estéril como el del neurólogo que busca reflejos vitales sobre la epidermis de un zombie sin más instrumental que una sutil rueda de Wartenberg y un fofo martillo rodillero.
Me alegra mucho que cinco días después de que yo reconstruyera en esta página el amargo final de Unamuno, el Rey Felipe haya invocado su figura como símbolo de la lucha de la "cultura" contra la "ignorancia". Pero la pregunta pertinente, tal y como me la formuló Josep Cuní en la larga conversación que esta próxima semana emitirá TV3, es si la tercera España, reformista y crítica, no volverá a perder ahora esa batalla, como la perdió hace ochenta años y tantas otras veces, desde que el sueño de la razón engendró los monstruos que aplastaron a mi admirado Calatrava y el resto de nuestros primeros liberales.
"¿Tenemos patria los españoles?", se preguntaba en 1869 Santiago Ezquerra "con el corazón contristado, el llanto en los ojos y el rubor en las mejillas". Tal vez hoy no llegaríamos a una conclusión tan desoladora como la que se percibía al comienzo del Sexenio Revolucionario; pero si una "patria" es una comunidad articulada en torno a un legado histórico, unos valores compartidos y un imperio legal fruto de ese consenso, es evidente que la mengua de la nuestra se ha acelerado durante este año de inanidad política.
El último síntoma es la falta de respuesta social a ataques contra la libertad de expresión tan flagrantes como el sufrido por González y Cebrián en la Autónoma -dense por reproducidas aquí todas las admoniciones volterianas pertinentes- o como el perpetrado de forma solo aparentemente paradójica por el propio Cebrián, con González siempre al fondo, contra El Confidencial. Tan repudiable como la coacción física que impide hablar a un orador es la coacción jurídica con la que se intenta amordazar, o al menos intimidar, a un medio.
Tan repudiable como la coacción física que impide hablar a un orador es la coacción jurídica con la que se intenta amordazar, o al menos intimidar, a un medio
No emularé al desacertado Larra de "asesinatos por asesinatos, me quedo con los del pueblo", diciendo que escraches por escraches, me quedo con los de los estudiantes, porque el propio concepto de asedio organizado me resulta odioso. Pero me parece urgente que la Asociación de la Prensa, el IPI u otras organizaciones similares adviertan de la aberración que supone presentar la difusión de noticias veraces sobre los turbios negocios de Cebrián y González con su amigo Zandi como actos de "competencia desleal". De prosperar la demanda mercantil aceptada a trámite, cualquier fechoría perpetrada desde una poltrona mediática quedaría blindada frente a la indagación y la crítica.
Por muchos motivos que haya para la indignación o la melancolía, ni la una ni la otra deben arrugarnos, sin embargo, el ánimo. De igual manera que no es nuevo que desde dentro del propio periodismo surjan pulsiones liberticidas, simétricas a las que brotan de quienes como Rajoy buscan impunidad política o como Pablo Iglesias un atajo trabucaire para asaltar los cielos, tampoco este desmadejamiento de los valores democráticos o esta sensación de derrota por incomparecencia de la idea constitucional de España puede cogernos por sorpresa.
EL ESPAÑOL nació hace un año fruto de la misma coyunda entre el "enojo" y la "esperanza" que alumbró cien años atrás la revista España. Esos son nuestro padre y nuestra madre. Y puesto que la actualidad nos ha obligado tantos días a rugir desde el "enojo", hemos decidido merodear durante una semana con "esperanza" por la agenda de los cambios que necesita España. Ese es el sentido del simposio "Modernización y reforma" que comenzará mañana en la sede de la Universidad Camilo José Cela de la calle Almagro para celebrar nuestro primer aniversario y en el que aun es posible inscribirse.
No en vano, Blanco White manejó ese mismo resorte compensatorio cuando a la lucidez de su diagnóstico pesimista del presente añadió una visión idealista del futuro: "La España renacerá más gloriosa si no se deja apagar el fuego del patriotismo que, aunque sin dirección y esparcido, penetra por todas sus venas. Luces necesita la España, que valor nace con sus naturales". Y el fuego de ese idealismo, como el del verdadero amor, será luminosamente eterno.