"Cuando el Señor pase por el país para herir de muerte a los egipcios, verá la sangre en el dintel y en los postes de la puerta, y pasará de largo por esa casa". Así explica el versículo 23 del capítulo 12 del Libro del Éxodo por qué el Ángel Exterminador preservó las casas de los judíos la noche que se llevó por delante a todos los primogénitos de los súbditos del Faraón. Ese es el origen de la Pascua judía, transformada por los cristianos en Domingo de Resurrección. Pero a la vista de las últimas resoluciones judiciales, cualquiera diría que esa marca en el dintel no tenía el color rojo de la sangre del cordero pascual ritualmente sacrificado -o de la sangre de Cristo-, sino el color azul que imaginariamente fluye por las venas de la realeza.
El problema de la absolución de la Infanta y otros diez acusados por el caso Nóos, el problema de la rebaja de la condena a Urdangarin a un tercio de la petición fiscal, el problema de la práctica ausencia de medidas cautelares para controlarle de aquí a que la sentencia sea firme, es que esta cadena de benevolencias ha coincidido en el tiempo con un auténtico 'tsunami' justiciero en la acción de los tribunales contra la corrupción. Es como si a la diosa de la justicia le hubieran crecido las alas de ese ángel llamado Abadón y hubiera dejado la balanza a un lado; pero a la hora de esgrimir la espada, se hubiera quitado también la venda para pasar de largo o saltar por encima -ese es el sentido etimológico de la palabra "Pascua"- al llegar a la residencia suiza de la hermana y el cuñado del Rey.
Los ex-duques de Palma se han convertido en los israelitas capaces de pasar incólumes entre espadas para ser regurgitados indemnes
Es verdad que cada procedimiento se refería a hechos dispares, es verdad que en cada vista oral se enjuiciaban delitos distintos, es verdad que cada sentencia ha sido adoptada por un tribunal diferente. Pero será difícil convencer a la opinión pública de que Correa, 'El Bigotes', Pablo Crespo y demás ninots de la Gürtel valenciana, por un lado del sándwich, y los condenados de las 'black' de Cajamadrid, por el otro -65 de 65-, no han sido los egipcios destrozados por las dentelladas del tiburón seráfico, mientras los ex-duques de Palma se convertían en los israelitas capaces de pasar incólumes entre esas espadas como labios, para ser regurgitados poco menos que indemnes, cual Jonás tras una incómoda temporada en el vientre oscuro de la ballena.
Ciñéndonos al iter temporal de estas tres sentencias, estamos ante el más extraño bocadillo jamás consumido: de las dos cortezas de pan no resta ni una miga, pero las tres cuartas partes del jamón han quedado intactas.
Asimilar la suerte de los condenados con rigor a la que corrieron los egipcios no cuesta ningún esfuerzo. No en vano los grabados de las paredes de los monumentos funerarios de Luxor los presentan con ese perfil sobrecogedor -o sea de cogedores de sobres- que resulta al extender una mano hacia delante y la otra hacia atrás. Cuando Eduardo Inda bautizó como 'El Egipcio' a un conocido personaje de la vida balear todo el mundo entendió a qué se refería. El problema son los israelitas.
De los tres casos -Gürtel, las 'black' y el caso Nóos- el más grave es precisamente el que se ha saldado con más rebajas penales y más absoluciones
Lo que está en cuestión no es que los de la Gürtel valenciana prevaricaran, malversaran y en definitiva trincaran del erario con el truco de los pabellones de Fitur, sino que los de la Nóos valenciana dejaran de hacer lo mismo con el truco de la Valencia Summit. Lo que está en cuestión no es que Blesa, Rato y su retahíla de premiados con la pedrea de las 'black' que se sentaron en el banquillo de la Audiencia de Madrid delinquieran, sino que Urdangarin, Torres y sus presuntos cómplices que se sentaron simultáneamente en el banquillo de la Audiencia de Palma fueran tan poco culpables o incluso tan inocentes.
Prima facie cualquiera diría que de los tres casos el más grave es precisamente el que se ha saldado con más rebajas penales y más absoluciones. Y para demostrarlo propongo un ejercicio bastante sencillo. Primera pregunta: ¿alguien se imagina a Cristina e Iñaki o, para ser más estrictos, a Iñaki y Diego Torres, condenados a doce y trece años, como Correa y 'El Bigotes', si lo que les hubiera adjudicado una administración pública no hubiera sido la organización de eventos ad hoc sino la gestión de un pabellón en una feria turística, con mucho menor margen de beneficio? Segunda pregunta: ¿alguien se imagina a Iñaki y Diego Torres condenados a seis y cuatro años, como Blesa o Rato, por haber distribuido entre su peña tarjetas 'black' del Instituto Nóos; y a Cristina condenada a dos, como Spottorno, por haberlas utilizado?
No deja de ser un sarcasmo que al propio jefe de la Casa del Rey que en su primera, sonada y aplaudida comparecencia pública aplastó el 10 de diciembre de 2011 a los aún duques de Palma bajo la losa de la "falta de ejemplaridad", le "haya ido" mucho peor, en términos relativos, ante la justicia –le han condenado a lo que pedía el fiscal- que a los propios Cristina e Iñaki. Sobre todo porque, en efecto, desde el punto de vista de la escala de la ejemplaridad, los tribunales deberían haber sido mucho más exigentes con quienes tantas veces representaron al Estado -y de tantos privilegios disfrutaron- que con esa élite político-financiera-sindical que chupó de las 'black' y no digamos con los pícaros de patio de Monipodio que se lo llevaron crudo con la Gürtel.
Ya sólo faltaría que Urdangarin no entrara en prisión o que lo hiciera durante un breve periodo, con el argumento de que la mayor de sus condenas no llega a los tres años, cuando el mismo tribunal que ni siquiera le ha impuesto la modesta fianza que reclamaba Horrach, envió a la cárcel a Matas para cumplir una pena de nueve meses por haber pagado al escritor de sus discursos de forma irregular. Es cierto que aquella condena ya era firme pero, para mayor escarnio, uno de los argumentos del enchironamiento es que Matas estaba pendiente de ser juzgado junto a Iñaki y Cristina. Ahora se le ha impuesto una pena mayor por entregar dinero público a Urdangarin, que a este por quedárselo.
Debo reconocer que aunque había motivos de sobra para que la Infanta se sentara en el banquillo -sigo pensando que acertó Castro y se equivocó Horrach-, siempre tuve dudas sobre su culpabilidad. No sólo derivadas de una antigua admiración por la figura de Miquel Roca -cuyo éxito procesal mejora mi comparación con el abnegado Malesherbes, defensor de Luis XVI- o de la percepción de que nada de lo que ocurrió en Nóos-Aizoon hubiera podido pasar sin el apoyo expreso de Juan Carlos I, sino por la propia naturaleza de la cuestión: "un debate técnico sobre el delito fiscal de un cónyuge en una trama societaria".
Ahora que a la Infanta "le ha ido bien" -como vaticinara Rajoy en su día- son muchos los que piensan que hemos asistido al despliegue de una profecía "autocumplida"
Por eso escribí también hace poco más de un año que "tan acorde será con el normal funcionamiento del sistema judicial que la Infanta sea condenada como absuelta". Ahora que ha ocurrido lo segundo, no dejo de asumir ese diagnóstico pero tampoco puedo ignorar que siendo el principal argumento de la absolución que -a diferencia de lo que ocurrió por ejemplo con Isabel Pantoja- Cristina no intervino ni en las decisiones sobre qué hacer con el dinero fruto de la actividad delictiva ni en su subsiguiente blanqueo, la esposa de Diego Torres sí lo hizo y también ha sido absuelta. Y no hay mejor prueba de que el Ángel Exterminador trató de forma diferente a los judíos, como el hecho de que los egipcios que, por razones de amistad, vecindad o servidumbre, les acompañaban en sus casas, también fueron preservados de la razzia sanguinaria.
Cuando Rajoy dijo que "a la Infanta le irá bien", advertí en uno de mis últimos artículos en El Mundo -o para ser más exactos en uno de los artículos que mejor explican por qué pasó lo que pasó en ese periódico- que lo que ocurría era que el presidente se estaba mirando "en el espejo" de la hija del Rey, pensando no sólo en las responsabilidades penales del caso Bárcenas, sino también en las políticas. Si Cristina no tenía por qué renunciar a sus derechos dinásticos por haberse dejado utilizar como reclamo en Nóos, él no tenía que dimitir por haber protegido al tesorero, incluso después de que se descubriera su botín en Suiza, como probaban los SMS.
Ahora que en efecto a la Infanta "le ha ido bien" son muchos los que piensan que hemos asistido al despliegue de una profecía "autocumplida", según la regla del ora et labora, aplicada a través de la Agencia Tributaria y la Fiscalía, sin olvidar la influencia implícita que el poder político seguirá teniendo en las decisiones jurisdiccionales mientras no se reforme el sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial.
Ese es el trasfondo institucional sobre el que se alza el clamor ciudadano de que la justicia no es igual para todos. Y es lógico que cueste entender que la Infanta no merezca reproche penal alguno mientras alguien como Virgilio Zapatero, que para muchos es la probidad misma con bigote, adquiere la condición de delincuente.
En los medios de comunicación podrá haber voces más indignadas o exageradas que otras. Pero son los hechos mismos los que alimentan el tópico. Porque si de la balsa de la Medusa sólo regresan dos supervivientes con apenas leves síntomas de escorbuto, si de la habitación de la película de Buñuel sólo logran salir dos de los invitados con escuetas rasgaduras en el traje, si del mazo de bolos de una bolera sólo quedan dos tambaleándose pero en pie, es natural que la opinión pública piense que de hechos iguales o parecidos pueden derivarse resultados opuestos, en función de quienes sean los afectados. Porque una cosa es que los ropones de la ley te hagan la pascua y otra que te den motivos para estar como unas pascuas y celebrarlo, si el Tribunal Supremo no lo remedia, en el florido jardín junto al Lago Lemán de la cosmopolita, volteriana y civilizada Ginebra.