(pero España no es Francia)

La divulgación en España del documental de Cyrille Martin Un nuevo Dreyfus. Jamal Zougam ¿chivo expiatorio del 11-M? ha enmarcado este decimotercer aniversario de la masacre que se cobró 193 víctimas y cambió el curso de nuestra historia. El descubrimiento además de una investigación secreta, posterior a la sentencia firme, por parte de una brigada policial dedicada a revisar casos mal resueltos, legitima doblemente la percepción generalizada de que seguimos sin saber gran parte de la verdad de lo ocurrido. Otra cosa es que eso les preocupe, o tan siquiera les importe, a gran parte de los españoles.

Ilustración: Javier Muñoz

El tercer elemento singular de este aniversario llegó anteayer a través de EL ESPAÑOL cuando la madre de Zougam, único condenado como autor material de la masacre, rompió trece años de silencio tras su rígido y escueto interrogatorio en la vista oral, para proclamar la inocencia de su hijo y pedir "al Gobierno y la Justicia" la reapertura del caso. Qué va a decir una madre, alegarán los escépticos. Pero al margen de que estamos ante el primer caso en el mundo en que un condenado por terrorismo yihadista y su familia mantienen durante tanto tiempo su inocencia, la aparición en escena de Aicha Achab tiene para mí un especial valor premonitorio.

LA PRENSA Y LA MADRE

En un artículo titulado ¿Justismord a la española? -'justismord' es el nombre técnico de los errores judiciales- establecí hace ya casi una década el paralelismo entre el caso Zougam y el caso Majczek, tal y como quedó reflejado en la película de Henry Hathaway Call Northside 777, cursilonamente traducida al español como Yo creo en tí. Además de haber llegado al cine, el caso Majczek se estudia en el Centro sobre Condenas Erróneas de la Universidad de Northwestern para ejemplificar cómo los falsos reconocimientos de testigos oculares son la base de la mayor parte de las sentencias injustas que destruyen las vidas de inocentes. Mi paralelismo también incluía el componente xenófobo, pues ser polaco en el Chicago de los años 30, equivalía a ser judío en el Paris de Dreyfus o "moro de mierda" -con perdón- en la España actual.

Mi artículo concluía mencionando los tres ingredientes que, según la película, contribuyeron a que se absolviera finalmente al falso culpable de asesinar a un policía: "La fe de una madre, el coraje de un periódico y la negativa a conformarse con la derrota de un reportero". El segundo y tercer ingredientes no van a faltar nunca porque aunque algunos desistan, otros persistiremos y aunque el gran Fernando Múgica ya no siga entre nosotros, siempre habrá jóvenes idealistas que tomen el relevo. Faltaba la madre y hétela aquí, tan resuelta, abnegada y convincente como aquella asistenta por horas que ofrecía sus ahorros como recompensa a quien descubriera la verdad.

Ser polaco en el Chicago de los años 30, equivalía a ser judío en el Paris de Dreyfus o "moro de mierda" -con perdón- en la España actual

La fuerza premonitoria de esta comparecencia emana de una doble coincidencia: la feliz resolución del caso Majczek tuvo lugar trece años después del crimen que cometieron otros y diez años después de la condena injusta dictada por el tribunal de Illinois. No quiero decir con esto que, puesto que la sentencia de Gómez Bermúdez sea de 2007, vayamos a vivir este año acontecimientos equivalentes, por mor de una especie de aliteración del curso del destino; pero sí que la perseverancia y el coraje en pro de que brille la verdad pueden tener algún día recompensa. De hecho, aunque Dreyfus pasó sólo cinco años en la Isla del Diablo -Zougam ya lleva trece en la inhóspita cárcel de Teixeiro- también tuvieron que transcurrir más de doce para su plena rehabilitación y los "seis de Birmingham" penaron dieciséis años entre rejas antes de que se les hiciera justicia.

En el ámbito de mi convencimiento han desaparecido los signos de interrogación que enmarcaban aquel artículo y acompañan cautelosos al documental de Cyrille Martin. Ya no hago la pregunta, sino que la respondo: estamos ante un caso flagrante de "justismord a la española" porque Zougam fue utilizado, en efecto, por la Policía y la Justicia como "chivo expiatorio del 11-M". Y si para mí no cabe ya ninguna duda de su inocencia, o para ser más exactos de que fue condenado sin que ningún tribunal ponderara elementos decisivos que hubieran preservado su presunción de inocencia, es porque acabo de repasar con la perspectiva del tiempo transcurrido y -ojo- a la luz de los nuevos datos que ahora conocemos, tanto la sentencia de la Audiencia Nacional redactada por Javier Gómez Bermúdez, como la del Tribunal Supremo rechazando el recurso de casación de Zougam, redactada por Miguel Colmenero.

EL BUCLE DE COLMENERO

Empezando por esta segunda que es la que va a misa, hay que subrayar que rezuma si no mala conciencia, sí un cierto sentido de impotencia al advertir prolijamente de entrada que la falta del requisito de "inmediación" le impide "realizar una nueva valoración del conjunto de la prueba practicada ante otro tribunal" (folio 585). Y siendo más explícito, deja claro que la "cuestión de la credibilidad de los testigos, en principio, queda fuera de las posibilidades de revisión” (folio 597).

Esta autolimitación se convierte, de hecho, en el único nutriente del fallo, a medida que el magistrado va restando trascendencia incriminatoria a todos los demás elementos que, según Bermúdez, “corroboran” el reconocimiento visual de las dos testigos rumanas C-65 y J-70 en el transcurso de la vista oral. Así, en el folio 605, a la vista del carácter circunstancial y periférico de las escasísimas relaciones personales atribuidas a Zougam con algunos coimputados, sostiene que "el que el recurrente conociera o no a las personas que dice la sentencia" es "un dato prescindible".

Esta valoración otorga, por cierto, gran trascendencia a las manifestaciones de quienes como el absuelto Mohammed Almallah o los confidentes policiales Zouhier y Cartagena han asegurado que la policía les presionó para que relacionaran falsamente a Zougam con El Tunecino y demás personas que murieron al estallar el piso de Leganés. Si hubieran mentido, la “corroboración” ya no habría sido tan “prescindible” pues le hubiera conectado con el núcleo duro de la célula. Eso es lo que intentaron aquellos policías a los que, en su días farrucos, Bermúdez iba a mandar “caminito de Jerez”. ¿Por qué no lo hizo?

Zougam fue utilizado, en efecto, por la Policía y la Justicia como "chivo expiatorio del 11-M"

Más sutil, y en cierto modo sofística, es la valoración del ponente del Tribunal Supremo respecto al segundo gran elemento que determinó la condena de Zougam por la Audiencia: su relación con las tarjetas que supuestamente sirvieron para activar las bombas conectadas a móviles. Digo supuestamente porque las dudas más que fundadas sobre la autenticidad de la mochila de Vallecas (nadie la vio en El Pozo, los cables no estaban conectados, es falso que el teléfono conservara la hora, en los cadáveres no había metralla) permitirán cuestionar hasta el fin de los tiempos que ese fuera el método utilizado por los terroristas. Pero aparquemos hoy esta cuestión para centrarnos en lo que los alumnos de Derecho -y de Retórica- podrían bautizar como el bucle de Colmenero.

Tratando de paliar el hecho de que toda prueba testifical basada en el reconocimiento de una persona “presenta las debilidades derivadas de la naturaleza humana”, el magistrado del Supremo sostiene en el folio 595 que “los elementos de corroboración… resultan generalmente de gran relevancia” para que los tribunales sean “rigurosos” y “superen la mera percepción subjetiva”. Y a continuación señala, como ejemplo de la aplicación de ese principio, que la sentencia condenatoria “ha valorado también que la persona identificada es el titular del establecimiento donde fueron obtenidas las tarjetas”.

Sin embargo, en el folio 604, al contestar a las objeciones sobre la relación causa-efecto entre la venta de un objeto y el uso que otros puedan hacer del mismo -si las tarjetas se hubieran vendido en El Corte Inglés, nadie hubiera imputado en 2004 a Isidoro Álvarez-, el ponente alega -mucha atención- que “la relevancia de la relación con las tarjetas empleadas en los artefactos explosivos se deriva directamente del hecho acreditado de su presencia física en los trenes”.

O sea que en vez de atender los dictados de la lógica que indican que nadie que fuera a cometer un atentado aportaría un elemento material tan fácil de obtener como las tarjetas, dejando un rastro que pudiera vincularle al delito, Colmenero encierra a Zougam en un diabólico silogismo circular: las tarjetas “corroboran” que iba en los trenes, pero las tarjetas sólo son “relevantes” porque se da por "acreditado" que iba en los trenes. Caramba con nuestro Wendell Holmes.

BERMUDEZ Y LAS RUMANAS

En definitiva, todo prende del testimonio de las dos rumanas. Y digo de las dos rumanas porque el magistrado del Supremo se carga por "irrelevante" y "redundante" la incriminación del tercer testimonio en el que basa la condena Gómez Bermúdez: la del ciudadano R-10, que tras no acudir al juicio, reveló a El Mundo en la localidad rumana de Cluj que la fecha en que reconoció a Zougam fue diez días posterior a la que consta en el acta policial y que, en contra de lo que dice la sentencia, sí que había visto con anterioridad la foto del monstruo, difundida como carnaza policial por todos los medios. Más madera para la abortada ruta jerezana.

Nos quedan pues C-65 y J-70, las cuales, según Gómez Bermúdez, "con una firmeza y seguridad encomiables, a pesar del duro interrogatorio al que fueron sometidas, volvieron a reconocer al procesado tras exhibírseles el folio 44068". Es verdad, como alega el Tribunal Supremo, que la inducción que supuso que en tal documento del sumario apareciera la foto de Zougam marcada con una cruz quedó amortizada por el reconocimiento físico que tuvo lugar in situ durante la vista oral. Pero, al margen de que a ver quién es la guapa que se desdice en un entorno como el del macrojuicio, debemos fijarnos en ese "duro interrogatorio" que, según otro pasaje de la sentencia de Bermúdez, "incluso rebasó lo tolerable, obligando a intervenir al presidente del Tribunal".

Cualquiera que pinche el enlace que muestra ese momento del juicio comprobará que ocurrió exactamente lo contrario de lo que se sugiere en la sentencia, pues el sentido de la "intervención" de Bermúdez fue impedir abruptamente que los abogados Antonio Alberca y Andreas Chalaris preguntaran a las testigos por qué, si viajaban juntas el 11-M en el mismo vagón, C-65 había omitido este dato crucial en la fase de instrucción y por qué J-70 había tardado prácticamente un año en reconocer a Zougam.

11-M Abogado a testigo J-70: ¿Por qué tarda 1 año en denunciar a Zougam?

No hace falta ser muy mal pensado, basta tener mínimamente calado al personaje, para creer que Bermúdez trataba de evitar que aflorara la verdad que hubiera destrozado sobre la marcha la credibilidad de ambas testigos entre los generalizados murmullos en la sala. El Mundo tardó más de cuatro años en descubrirla y no fue hasta diciembre de 2011 -después de dictada por el Supremo la firmeza de la condena de Zougam a 42.000 años de cárcel- cuando se supo que J-70 había sido rechazada reiteradamente como víctima por el tribunal evaluador del Ministerio del Interior y que sólo cuando había perdido toda posibilidad de conseguir los beneficios inherentes a tal condición -nacionalidad española e indemnización de 100.000€ incluidas- se prestó a reconocer al procesado y los obtuvo. Para más INRI, cinco familiares directos de C-65 habían sido rechazados en el intervalo como falsas víctimas, mientras ella y su marido eran contratados en una empresa de seguridad de un amigo personal del Comisario General de Información.

Basta añadir la nada eufemística motivación de la concesión de la Medalla (pensionada) al Mérito Policial con Distintivo Rojo que Rubalcaba impuso a Bermúdez por "su papel fundamental para reducir las numerosas divergencias relacionadas con los medios de prueba... no permitiendo que el juicio derivara en derroteros confusos", para concluir que estamos ante lo que Javier Gómez de Liaño ha definido como una "culpa prefabricada" en comandita por la Policía, la Fiscalía de la Audiencia Nacional y el propio Bermúdez. Necesitaban a un culpable para que la sociedad española pasara página, necesitaban a un culpable para que las carreras profesionales de todos los implicados en el simulacro de investigación tuvieran su correspondiente impulso y eligieron a Zougam, el "chivo expiatorio", el Dreyfus español.

Ilustración: Javier Muñoz

HA TENIDO QUE SER UN FRANCéS

En un país como Francia, orgulloso de una identidad nacional que incluye la beligerancia colectiva en pro de los derechos humanos, estos hechos habrían originado hace tiempo un auténtico vendaval político y social, liderado por el estamento intelectual. En España, cada vez que se intenta tirar de la manta del que sin duda es el mayor escándalo que, después de los GAL, deben afrontar las actuales generaciones, una variopinta pléyade de clérigos de la verdad oficial se apresura a sujetarla sobre la bien remunerada cama redonda que comparten. De hecho, ha tenido que ser un cineasta francés, un ácrata de izquierdas, quien aporte de forma didáctica la primera gavilla de pruebas e indicios que desenmascara la gran infamia.

Abogar en España por un juicio de revisión para Jamal Zougam ante el Tribunal Supremo puede parecer en principio clamar en el desierto. Pero el propio ponente de la Sala que dio firmeza a la sentencia establece en el folio 596 de su resolución que "la determinación de la credibilidad que corresponde otorgar a cada testigo es tarea atribuida al Tribunal de instancia, SALVO los casos excepcionales en los que se aporten datos o elementos de hecho no tenidos en cuenta por aquel Tribunal que puedan poner de relieve una valoración arbitraria o manifiestamente errónea".

Estamos ante este supuesto. Es obvio que ni el plenario de la Sala de la Audiencia ni los magistrados del Supremo conocían las escandalosas circunstancias que rodeaban a las testigos rumanas. Y tanto el hecho de que los abogados defensores no fueran capaces de descubrirlas a tiempo, en las entrañas de una instrucción bajo secreto, como el hecho más incomprensible de que no citaran a declarar al guardia civil Holguín, que viajaba en el vagón y sostiene, en contra de C-65, que el hombre que le golpeó con la mochila no era Zougam, no pueden condenar a un hombre a pudrirse de por vida en prisión.

Abogar en España por un juicio de revisión para Jamal Zougam ante el Tribunal Supremo puede parecer en principio clamar en el desierto

Una cosa es que estos "elementos de hecho no tenidos en cuenta" no hayan bastado para destruir la presunción de inocencia de las testigos -toda vez que el cónsul rumano declaró por conducto diplomático en el sumario por falso testimonio lo contrario de lo que espontáneamente reveló a El Mundo- y otra muy distinta que no hubieran servido para proteger la de Zougam. Esa debería ser la base del juicio de revisión.

En palabras de Anatole France, pronunciadas en el funeral de Zola antes de la rehabilitación de Dreyfus, aquel episodio no sólo abrió en canal la conciencia de Francia, sino que supuso "un momento en la conciencia de la humanidad". La madre de Zougam ha apelado al presidente del Tribunal Supremo y Carlos Lesmes es un hombre honrado. Otro tanto cabe decir del presidente de la Sala Segunda Manuel Marchena y del Fiscal General del Estado José Manuel Maza. Ninguno de ellos estaba ahí cuando sucedieron los hechos. Tampoco Pablo Iglesias o Albert Rivera, pues sus partidos ni siquiera existían.

Sólo la Justicia puede reparar los errores de la Justicia. Sólo la Política puede despertar de la amnesia de la Política. Cuando tantos callan, yo cumplo con mi conciencia al decirlo.