De igual manera que hay libros que sólo recordarás por un párrafo luminoso que compensa la opacidad de las doscientas noventa y pico páginas anteriores, muchas películas quedan sintetizadas en la memoria en una escena o incluso una frase concreta del guión. Puede ser una manera caprichosa de tomar el todo por la parte, pero a menudo sirve para captar la sustancia de un relato.

En el caso de Titanic, la oscarizada película de James Cameron, yo sentí ese fogonazo cuando a Jack, el simpático truhan, interpretado por Leonardo di Caprio, que ha ganado en una partida de póker un billete de tercera clase en el transatlántico, Rose, o sea Kate Winslet, le invita a cenar en el lujoso restaurante de primera. Y, requerido por su madre, él exclama: "Me encanta despertar sin saber qué pasará o a quién voy a conocer, o dónde terminaré. La otra noche dormí bajo un puente y ahora estoy en el barco más grandioso, tomando champaña con ustedes. Sírvame un poco más".

Ilustración: Javier Muñoz

Cualquiera que conozca la trayectoria de Pedro Sánchez, desde sus no lejanos tiempos de arrecogido en Ferraz por el mismo Pepiño Blanco al que ha excluido implacablemente de las listas europeas, desatendiendo todo tipo de apelaciones y ruegos, hasta su actual condición de miembro del selecto club de los grandes mandatarios europeos, entenderá por qué cuando se dio a conocer el lema de campaña, y la ministra portavoz lo asoció atolondradamente -menudo lapsus calami-  al Titanic, pensé en este fragmento.

El "Haz que pase" del sanchismo, es el "Sírvame un poco más" del chaval al que la suerte ha llevado en volandas hasta el restaurante de primera del Titanic. Detrás no hay ninguna visión de España, ni ningún proyecto político o vital distinto del "comamos y bebamos que mañana ayunaremos" o, por apurar el símil del transatlántico, "que mañana moriremos". Es el carpe diem del oportunismo en el poder. 

Pedro Sánchez no es un traidor, empeñado en la destrucción de España, mediante sus pactos con el separatismo, ni un izquierdista dogmático, obsesionado por acabar con el capitalismo y socializar la economía. Es simplemente un agibílibus, con un don especial para la política por su sentido del tiempo, su audacia y su capacidad de atraer talento y ensamblar equipos.

Pedro Sánchez no es un traidor empeñado en la destrucción de España. Es simplemente un agibílibus, con un don especial para la política por su sentido del tiempo, su audacia y su capacidad de atraer talento

A veces hay que recurrir a palabras en desuso o, al menos poco frecuentes, para definir con precisión a una persona. Si pasamos de un Zapatero nefelibata a un Rajoy estafermo y no ha mucho me refería al mucílago Sánchez, por su condición delicuescente y resbaladiza, es hora de terminar de hacerle justicia, diccionario en mano. La RAE define a un agibílibus como alguien dotado de "habilidad e ingenio, a veces pícaro, para desenvolverse en la vida". 

La palabra procede del latín agibilis y queda muy bien explicada en una cita del historiador jesuita Miguel Mir, incluida por Aniceto de Pagés, en 1902, en su Gran Diccionario de la Lengua Castellana: "Era hombre de cortísimos alcances por lo que tocaba a cosas de entendimiento, pero para las de agibílibus y de gramática parda podía dar lecciones al más pintado".

Y vaya que si Pedro Sánchez las ha dado. El "más pintado" ha sido, por dos veces, el aparato del PSOE, a cuyos candidatos derrotó en sendas primarias, y, por otras dos, el centro derecha, al que ha cogido con el pie cambiado, tanto en la moción de censura como, ahora, con la convocatoria electoral.

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Un estrecho colaborador suyo en el pasado subraya la "especial habilidad de Pedro para revertir las situaciones, hacer de la necesidad virtud y aprovechar los errores de sus adversarios". E invoca, como último ejemplo, la paradoja de que el fracaso histórico del PSOE en Andalucía se haya convertido en el trampolín de su segura victoria y probable afianzamiento en los comicios del 28 de abril, mientras el éxtasis del PP y Ciudadanos, al conquistar la Junta de la mano de Vox, cavaba la fosa demoscópica en la que han caído.

Basta examinar la evolución del promedio de encuestas, para comprobar que el PSOE no dejaba de bajar en el otoño, arrastrado por el lastre de los pactos con los separatistas, mientras el PP y Ciudadanos se acercaban, por sí mismos, a la mayoría absoluta. Sánchez parecía estar labrando su perdición y sus propios leales le reprochaban que desnaturalizara el sentido de la moción de censura, al dilatar, de mal en peor, la convocatoria de elecciones. 

Evolución del promedio de encuestas electorales hasta febrero de 2019

Evolución del promedio de encuestas electorales hasta febrero de 2019

Entonces llegaron los 12 escaños andaluces de Vox, engarzados en su casticismo patriotero, xenófobo y antifeminista y el proceso se invirtió: desde diciembre, el PSOE ha crecido a gran ritmo y la suma de las falsamente llamadas "tres derechas" no ha dejado de caer. A menos que, como sostienen los ardientes defensores de Vox, con la fe del carbonero, todas las encuestas estén equivocadas, se cumplirá el axioma acuñado por Pablo Casado: "Cuanto más Vox, más Sánchez".

Esto es así como consecuencia de la suma de tres factores: la fragmentación suicida de la oferta electoral, con la pérdida de restos en las provincias pequeñas, tantas veces advertida en vano;  la movilización de la izquierda que, tal vez porque ve sentados en el banquillo a los golpistas del 1-O, teme más, hoy por hoy, a Vox que al separatismo; y los errores tácticos que el PP y Ciudadanos han cometido, al afrontar el nuevo escenario.

Ahora que el Teatro Real va a programar Falstaff, conviene recordar que una de las más famosas citas del cínico y hedonista, mezcla de hampón y cortesano, engendrado por Shakespeare, es aquella en que se jacta de que "mi ingenio no sólo es importante por sí mismo, sino también por el ingenio que suscita en los demás". Pues bien, el giro a la derecha que protagoniza Vox no sólo tiene trascendencia en función de sus propios actos, sino por el arrastre que ha ejercido sobre PP y Ciudadanos.

El giro a la derecha que protagoniza Vox no sólo tiene trascendencia en función de sus propios actos, sino por el efecto arrastre que ha ejercido sobre PP y Ciudadanos

Ni Casado habría endurecido tanto su mensaje, ni Rivera habría promovido una resolución de su ejecutiva, cerrando teóricamente la puerta a todo acuerdo con Sánchez, si no hubieran sentido la presión de la competencia de Vox sobre un flanco de su electorado. El compendio de todos esos errores fue el incomprensible formato de la precipitada convocatoria de la plaza de Colón, que aún sigue dando combustible al maniqueísmo gubernamental, debidamente auxiliado por el duopolio televisivo. 

Qué casualidad: Mediaset mezcla las entrevistas de Bertín con Rivera, Casado y Abascal, y Atresmedia convoca un debate "a cinco", dando al aún extraparlamentario el mismo rango que a los otros. Ya que no están juntos, por lo menos que aparezcan revueltos. Los que se forran con el guiñol de las dos Españas ni quitan ni ponen rey, pero ayudan a su señor. 

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Lo ocurrido ya no tiene remedio y sólo queda preguntarse si la campaña que se avecina, a base dos efímeros tramos, interrumpidos por la Semana Santa, ofrece margen suficiente para enderezar las cosas y alterar el pronóstico. Porque el Titanic no es el PSOE sino la nación entera y el riesgo de hundimiento se acrecentará si el agibílibus, que durante unos meses ha disfrutado de un placentero upgrading en el trasatlántico, se consolida durante cuatro años más en el puente de mando, a base de renovar sus pactos con Podemos y los separatistas.

La única manera de cambiar el desenlace pasa por incrementar la suma de PP y Ciudadanos, de forma que terminen reuniendo más escaños que PSOE y Podemos juntos y lleguen a un rápido acuerdo de investidura que suponga una alternativa creíble frente a Sánchez. Eso obligaría a definirse tanto a los separatistas como a Vox y, si el vuelco no es suficiente, llevaría a plantear o bien un gran acuerdo transversal de reparto de papeles de las tres grandes fuerzas constitucionales o bien una repetición de elecciones como en 2016.

Hoy por hoy, estamos lejos de ese escenario porque PP y Ciudadanos apenas rondan los 135 escaños y PSOE y Podemos llegan a 160. Todo cambiaría si hubiera un reparto de papeles que permitiera a Ciudadanos ampliar su espacio por la izquierda, quitándole diez escaños al PSOE y el PP dedicara todos sus esfuerzos a recuperar otros diez, a costa de Vox. Las tornas se invertirían, de forma que Casado y Rivera sumarían 155, frente a 150 de Sánchez e Iglesias.

La única manera de cambiar el desenlace pasa por incrementar la suma de PP y Ciudadanos, de forma que terminen reuniendo más escaños que PSOE y Podemos juntos

Ambos movimientos están siendo ya esbozados. Ese es el sentido de gestos como el fichaje de Soraya Rodríguez o el apoyo a algunos de los decretos sociales de Sánchez, que refuerzan el posicionamiento progresista de Ciudadanos, sin aflojar la crítica contra su perpetrador; o de los zarpazos de Cayetana Álvarez de Toledo, encaminados a desenmascarar a Vox cuando arremete contra un PP que ya no existe. Se trata de maniobras no exentas de riesgo, pero sólo por esa doble vía habrá una oportunidad de evitar el desastre que auguran los sondeos.

En la escala ideológica, en la que la media de los españoles se sitúa en un 4,5 -o sea, como siempre, en el centro izquierda-, el PSOE es percibido en un 3,4 y Ciudadanos en un 6,8. Eso implica que los naranjas tienen bastante espacio para moverse e intentar captar a los votantes del PSOE ofendidos por la condescendencia de Sánchez con el separatismo e incluso por la purga implacable de las listas. La clave es que el PP no les apuñale desde la retaguardia y se concentre en sofocar lo que empezó siendo una escisión provocada por la abulia del marianismo y lleva camino de convertirse en una aventura tan rentable para los dirigentes de Vox como estéril para sus votantes.

Los naranjas tienen bastante espacio para moverse e intentar captar a los votantes del PSOE ofendidos por la condescendencia de Sánchez con el separatismo e incluso por la purga implacable de las listas

Se trataría, en definitiva, de diluir el fantasma de las "tres derechas" para resituar la recta final de la campaña en el debate sobre el modelo constitucional y el tipo de respuesta que merece la contumacia del golpismo catalán. En Barcelona es donde está el talón de Aquiles de Sánchez porque, tal y como comentaba el otro día, en una cena, un histórico socialista vasco que se dio de baja en el partido tras la profanación de la memoria que supuso la foto navideña de Idoia Mendía con Otegi, "hemos pasado de la época en la que el PSOE tenía un partido asociado que era el PSC a una situación en la que el PSC tiene un partido asociado que es el PSOE".

La ambigüedad de su deslizamiento hacia el "derecho a decidir" va a dar buenos réditos a los socialistas en Cataluña, pero debería pasarles factura en el resto de España y sólo Ciudadanos está en condiciones de cobrársela. Siempre he hecho mía la máxima de Tácito "Es poco atractivo lo seguro, en el riesgo está la esperanza". Ahora se convierte en mi recomendación de campaña. Sobre todo teniendo en cuenta que, hoy por hoy, "lo seguro" es encontrarnos con el agibílibus mucilaginoso clamando "¡Soy el rey del mundo!" desde la proa del barco en el que navegamos todos.