Otra vez The Fog of War. La niebla del voluntarismo que te hace dirigir una guerra atrapado en el autoengaño. Al final de esta carta revelaré cuál era el pronóstico que la empresa privada de sondeos que trabaja para el PSOE, por un suculento contrato anual que ya quisiera cualquiera del sector, puso sobre las mesas de los despachos de la Moncloa, el domingo pasado, 48 horas antes del 4-M.

Ilustración: Javier Muñoz

Pero lo importante deberá aguardar turno, después de lo estrambótico, porque es en la izquierda de la izquierda donde retumba la cacharrería. Empiezo por donde terminé hace siete domingos, con la cita de Oscar Wilde sobre el bebedor de absenta, dedicada a Pablo Iglesias:

“Después del primer vaso uno ve las cosas como le gustaría que fuesen (Las elecciones anticipadas en Madrid eran la gran ocasión para recuperar la hegemonía dentro de la izquierda, a costa del propio Sánchez). Después del segundo uno ve cosas que no existen (Madrid aparecía como el perfecto campo de batalla “antifascista”, con el espectro esmeralda de Ayuso como encarnación final de todos los demonios de la ultraderecha). Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son (Los madrileños han respaldado abrumadoramente el proyecto liberal de Ayuso, repudiando los extremos y ridiculizándole a él)”.

Según Wilde, “esto es lo más horrible que puede ocurrir”. Pero el adicto a esa otra dama verde que es la neurosis del poder y la simultánea incapacidad de usarlo democráticamente, siempre encuentra, incluso tras un revolcón así, una salida acorde a su megalomanía. La rapidez con que Pablo Iglesias arrebató el martes por la noche la condición de muerto en el entierro tanto al verdadero derrotado (Gabilondo) como al que yacía en el ataúd, al ni siquiera haber logrado saltar la tapia del 5% (Edmundo Bal), lo demuestra.

Ya que no podía ser protagonista de una victoria, que todas las miradas se fijaran en él por el heroísmo de su fracaso y la luminosidad de su crepúsculo. Iglesias se presentó literalmente como el “chivo expiatorio” de los pecados de una sociedad que había movilizado “los afectos más oscuros, más contrarios a la democracia y a los servicios públicos… con una agresividad sin precedentes… y la normalización de discursos fascistas”. Por algo sugirió un tertuliano de Las cosas claras en TVE, muy en la onda de Iglesias, que los 65 escaños de Ayuso -con un 80% de participación- habían sido fruto de los tejemanejes del “Estado profundo”.

Como alguien debía de pagar por ello, ecce homo. He aquí al cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Era lo único que nos faltaba por ver: el Pablo Iglesias redentor, convirtiendo el veredicto de las urnas en el Gólgota de su sacrificio por el bien del pueblo elegido, después de haber salido huyendo de la Vicepresidencia del Gobierno, al no haber sabido qué hacer con ella. Lo que fuera, con tal de que no se notara que una joven política de derechas, de las que él “azotaría hasta que sangrara”, era la que a la postre le había arrancado la piel a túrdigas.

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Que nadie descorche el champán para celebrar el final de la pesadilla del resentimiento social y la discordia impulsados durante siete años por este individuo. No estamos ante el cadáver del Che, inmolado por la causa de la revolución, sino ante un muerto de guardarropía que tan pronto como acabe de celebrar sus pompas fúnebres comenzará a maquinar su resurrección.

No será cuestión de tres días, tres semanas o tres meses. Pero lo tendremos de vuelta en mucho menos de tres años, apenas estalle la tricefalia que ha dejado montada entre una lideresa que se resiste a ser ungida (Yolanda Díaz), una atrabiliaria sucesora designada (Ione Belarra) y la postergada beneficiaria del tercio de legítima (Irene Montero). Desde la Triarquía de Negroponte, organizada por los cruzados en el siglo XIII, no hay precedente de un gobierno de tres medianamente operativo, en la historia de la humanidad. Sólo faltaba la chica del PCE llamando “ratas” a sus coleguillas.

Era lo único que nos faltaba por ver: el Pablo Iglesias redentor, convirtiendo el veredicto de las urnas en el Gólgota de su sacrificio por el bien del pueblo elegido

El jueves dije en el Club Siglo XXI que tan solo estamos asistiendo a la “primera retirada de Antoñete”. Como alguien me reprochó que el paralelismo faltaba al respeto a una figura histórica del toreo, cambiaré de gremio artístico y diré que lo que Pablo Iglesias está haciendo es “un Nellie Melba”.

O sea, una retirada estratégica como las que protagonizaba la famosa soprano australiana de comienzos del siglo pasado, en cuyo honor el chef del Savoy inventó las tostadas Melba y el melocotón Melba. Todo se desarrollaba también en tres movimientos: primero la gira de despedida, luego el síndrome de abstinencia de los belcantistas adictos y por último la gira de reaparición, tras hacerse de rogar lo justo.

¿Quién va a echar de menos a Pablo Iglesias? Pues en primer lugar la peña periodística y política que tan bien ha vivido contra él. A continuación, su propia grey, esa parroquia mayormente femenina que le seguía con el mismo éxtasis que Condorcet percibía en las adoradoras de Robespierre. Pero sobre todo será él mismo quien describa a diario el vacío dejado por alguien de su envergadura histórica. Parafraseando catódicamente a Churchill, la tele le hará justicia… porque piensa encenderla él.

Si hasta Albert Rivera, mudo cuando más le ha necesitado el partido que dejó herido de muerte, acaba de recuperar el habla, mientras corretea por la banda, ansioso por colarse como sea en la convención del PP, lo único que queda por saber es en qué tinglado mediático instalará Iglesias su Colombey-les-Deux-Églises de temporada. Porque en España los juguetes rotos siempre tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.

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El problema es que las segundas partes suelen terminar en farsa. Véase el caso de Gabilondo, al que sólo se le permitió ser fiel a sí mismo durante los primeros compases de la campaña, en los que lanzó “un mensaje tectónico” –Con este Iglesias, no- y se opuso a la subida de impuestos. Era una línea muy potente en la medida en que suponía una autocrítica por haber manternido un año y pico a “este Iglesias” en el Consejo de Ministros y reorientaba al PSOE hacia la centralidad.

Fue el sueño de una noche de primavera. Feneció por el ímpetu de Ayuso y la aparente falta de receptividad de los antiguos votantes de Ciudadanos. En la semana previa al inicio de la campaña, el PSOE logró captar a entre un 5 y un 7% del electorado naranja. Eran 45.000 votos pero sabían a poco y el PP crecía muy deprisa.

Entonces vino el bandazo del debate de Telemadrid. Los estrategas socialistas volvieron a quedar enseguida rehenes del desquiciamiento retórico impulsado al alimón por Podemos y Vox. El CIS de Tezanos y los sondeos de esa empresa demoscópica, contratada a precio de oro, terminaron de ofuscarles.

No se dieron cuenta de que ese cambio de rumbo suponía entregar al PP todo el espacio centrista que Rivera había desocupado y Edmundo Bal llegaba tarde para rellenar. De hecho, el 4-M perdieron la mitad de esos 45.000 votantes de Ciudadanos que tenían ganados tres semanas antes -el trasvase naranja sólo fue del 3,3%- y 75.000 votantes socialistas más que se pasaron directamente al PP. En Madrid el problema no era Gabilondo, sino Sánchez y sus malas compañías de legislatura.

Los estrategas socialistas volvieron a quedar rehenes del desquiciamiento retórico impulsado al alimón por Podemos y Vox

La puntilla fue el simultáneo auge de una izquierda alternativa, sin truculencias ni complicidades con el separatismo. La expansión de Más Madrid desde su feudo capitalino supone, de repente, para el PSOE, el mismo tipo de vía de agua que supuso para el PP la crecida de Ciudadanos fuera de Cataluña, entre las generales de 2015 y el ensimismamiento de Rivera en abril de 2019.

De momento la brecha se va a intentar tapar mediante un golpe de autoridad en Andalucía que refuerce a Sánchez a través de la liquidación de Susana Díaz. Quién les hubiera dicho, a uno y otro, en 2017, que sus roles en relación al aparato del partido, se invertirían tan dramáticamente en tan poco tiempo.

Ganar con autoridad esas primarias es condición necesaria pero no suficiente para Sánchez. Su debilidad no es orgánica sino política. Los 75.000 madrileños que hace dos años votaron a Gabilondo y ahora lo han hecho por Ayuso, no se han movido porque hubiera contestación interna sino porque han percibido la suficiente confusión en el proyecto socialista como para acogerse a esa “libertad” primaria que Miguel Ángel Rodríguez tuvo la habilidad de asociar con la salida de la pandemia.

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El miércoles por la mañana, Sánchez se reunió con su guardia de corps de Moncloa y Ferraz. Era el menos afectado por el resultado. O al menos el que mejor parecía haberlo interiorizado. Coincidieron en que el desastre era fruto de una serie de concausas. Y Sánchez transmitió un mensaje inequívoco: lo ocurrido era razón de más para agotar la legislatura. Para no ir a las urnas a pelear por la Moncloa hasta que llegue y cale la recuperación económica.

Significativamente esa era la misma reflexión de Moreno Bonilla en la Junta de Andalucía, aunque su margen se agote en diciembre del año próximo. Estaríamos así ante año y medio sin contienda electoral alguna y con la salida de la pandemia y la necesidad de comenzar a aplicar los fondos europeos como prioridades máximas. En ambos frentes reinan ahora el caos jurídico y la incertidumbre operativa. Algo que podría atajarse si Sánchez y Casado llegaran a acuerdos de carácter básicamente técnico.

Urge ya un nuevo encuentro a mascarilla quitada. Los dos han tenido su ducha escocesa reciente. Casado en Cataluña, Sánchez en Madrid. La secuencia de acontecimientos prueba que nuestra política es cada vez más volátil y está cada día más cantonalizada. Casado ha logrado, huracán Ayuso mediante, zanjar el debate de las tres derechas, noqueando a Ciudadanos y arrinconando en la irrelevancia a Vox. Pero para llegar a la Moncloa, dentro de dos años, necesitará rozar al menos la mayoría absoluta. A ver cómo lo hace con tanto nacionalismo y separatismo rampante.

Sánchez transmitió un mensaje inequívoco: lo ocurrido era razón de más para agotar la legislatura

Paradójicamente el fortalecimiento del PP debe ayudar a Sánchez a renovar los órganos constitucionales, pero lo inteligente sería incluir en el lote de los consensos la desescalada de la Covid y la gestión autonómica de los fondos europeos. Es lo que necesita España y la única gran baza pacificadora que a él le queda por jugar.

Y para que el sentido de la realidad se imponga sobre las fantasías ideológicas, el presidente siempre puede mirar de soslayo ese penúltimo pronóstico del 2 de mayo, depositado sobre su mesa por la empresa que le cobra cada mes al PSOE lo mismo que algunas de las que han acertado en casi todo nos cobran a los periódicos por el año entero. El resumen del resumen era, por un lado, PSOE 34 escaños, Más Madrid 24 y Unidas Podemos 11. O sea, 69. Y, por el otro, PP 56 y Vox 11. O sea, 67.

Sánchez, Ábalos, Redondo, Santos Cerdán, Bolaños, Salazar y compañía encararon la jornada de reflexión convencidos de que la izquierda estaba a punto de ganar las elecciones de Madrid. Es verdad, todo hay que decirlo, que el propio martes día 4 la misma empresa demoscópica corrigió su pronóstico. Había bailado un escaño y lo que les salía mientras las colas de votantes rodeaban las manzanas era un peliagudo empate a 68. Sic transit gloria mundi.

P. S.- Como Isabel Díaz Ayuso es mucho más churchilliana, no ya que Pablo Iglesias, sino que todos sus contrincantes juntos, ha probado con creces su “resolución en el combate” y no me cabe duda de que se hubiera mostrado, llegado el caso, “desafiante en la derrota”. Por eso le toca ahora exhibir “magnanimidad en la victoria” y “buena voluntad en la paz”. ¿Qué mejor manera de hacerlo que dar por cerrado el paréntesis de la campaña, dar por amortizados los agravios, dar por perdonados los excesos y derrapes del guion electoralista y retirar el veto a la posible candidatura de Gabilondo a Defensor del Pueblo? Todos sabemos, y ella mejor que nadie, que ejercería el cargo con dedicación, rigor y altura de miras y supondría el colofón idóneo a una digna trayectoria de servicio público.