El jueves por la mañana, casi a la vez que Isabel Díaz Ayuso aprovechaba su discurso de investidura para arremeter una vez más, con brillante contundencia, contra un gobernante que “amenaza a Madrid”, “vive de la mentira” y “negocia en la oscuridad” -adivinen a quién se referiría-, tenía lugar en la Moncloa un importante encuentro. Su repercusión quedó opacada también por el chirrido del simultáneo patinazo de Garamendi, apoyando los indultos sin haberlo consensuado en la CEOE.
Como si su destino fuera ir avanzando siempre entre el estruendo ajeno, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno Bonilla, mantuvo esa mañana una fructífera conversación de dos horas con Pedro Sánchez. No porque alcanzaran acuerdos concretos de especial calado, sino porque sirvió para reactivar una relación personal que se remonta a los tiempos en que como diputados rasos competían, a modo de teloneros, en los debates nocturnos de los canales de baja audiencia. Y porque esa buena sintonía sentó las bases de un calendario que puede permitir a Andalucía beneficiarse de una ejecución coordinada de los fondos europeos y de una postura compartida en el inminente cierre de la reforma de la Política Agraria Común.
El encuentro dejó patente que Moreno Bonilla y Sánchez coinciden en querer agotar la legislatura andaluza que concluye en diciembre de 2022. El uno porque quiere recoger los frutos de su eficiente gestión durante la pandemia, en forma de un crecimiento mayor que el de la media nacional; el otro porque necesita tiempo para que su pupilo, el vencedor de las primarias Juan Espadas, se asiente en el partido que aun controla Susana Díaz y se dé a conocer como candidato fuera de su feudo sevillano.
Moreno Bonilla desoirá pues los cantos de sirena de la extrema derecha y no emulará el adelanto electoral madrileño -entre otras cosas porque Juan Marín, el cabal vicepresidente de Ciudadanos, no es Aguado- “salvo que me encuentre acorralado en el Parlamento”. Esta coletilla, en su comparecencia en la Moncloa, se refería obviamente a la tentación del PSOE andaluz de hacerle la pinza con Vox para bloquear leyes esenciales.
A menos que esa anomalía se agudice, estaremos pues ante el primer año y medio sin contiendas electorales desde 2015. Una ventana de oportunidad en la que, si el separatismo catalán da al menos una tregua mientras engulle los indultos, todos los esfuerzos pueden concentrarse en la recuperación económica. Y, en el caso de Andalucía, una ocasión única para que, creciendo por encima del 7%, como prevé la Junta, se reanude el cierre de su secular brecha con el resto de España en renta per cápita, interrumpido durante las cuatro décadas de hegemonía socialista.
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Moreno Bonilla y su equipo son conscientes de que, con esa reunión tan prolongada y un trato tan deferente, Sánchez les ha utilizado de pantalla para comportarse de forma aun más obsequiosa con alguien que, como Pere Aragonés, ha sido investido con un programa incompatible con el orden constitucional. Por algo la cita se ha consumado precisamente ahora, dos años y medio después de que el nuevo presidente andaluz la solicitara.
Pero también él ha aprovechado la coyuntura para colar en el debate -lo hizo en la inauguración de nuestro Foro Económico Español en Sevilla- la bilateralidad con el Gobierno central. Si va a haber Mesa con Cataluña, que la haya también con Andalucía, la comunidad más poblada de España. Pero “no para tratar asuntos de deslealtad institucional sino de interés general”.
Y tanto el propio Sánchez como, de manera explícita, el ministro Iceta, en la clausura de ese simposio, no tuvieron más remedio que recoger el guante, a través del formato de la Comisión Bilateral, prevista en el Estatuto andaluz, que se comprometieron a convocar. Iceta lo hizo, además, en una bien trabada intervención, en la que rindió homenaje al recién fallecido Manuel Clavero Arévalo, enlazando sus ideas con “esa nueva palabra, la cogobernanza, a la que yo siempre he llamado federalismo”.
Fue una referencia clave, más allá de la cortesía necrológica, en un momento en el que el PP ha logrado consolidar la figura contemporánea y constitucional de Clavero como “padre de la autonomía andaluza”, frente al mito derrotista de Blas Infante alentado por la izquierda. Y es que el tantas veces caricaturizado impulsor del “café para todos” fue quien realmente sentó las bases de ese desarrollo federalizante del Estado autonómico, reivindicado ahora como la España de los “ciudadanos libres e iguales”.
Digo “federalizante”, y ese es el matiz de mi discrepancia con el ministro, porque la esencia del federalismo, tan asociado a parte del liberalismo español del XIX, está en el reconocimiento de diversas fuentes de soberanía y eso sólo lo hizo la malhadada Primera República que terminó en el “¡Viva Cartagena!”. España se formó en el siglo XV como nación de naciones, o más exactamente como reino de reinos, pero tanto la Constitución de la Segunda República, con su “Estado integral”, como la del 78, con su “Estado autonómico”, no reconocen otro sujeto constituyente ni otra fuente de soberanía que la del pueblo español en su conjunto.
Lo relevante es en todo caso la habilidad con que Moreno Bonilla ha logrado meterse en el debate territorial. Su posición contraria a los indultos quedó claramente expresada el jueves en Moncloa, a pesar del esfuerzo que Sánchez dedicó a tratar de influirle. El también haría suya la tesis de Garamendi, si el perdón “acabara definitivamente con la inestabilidad y la confrontación”. Pero -añadió con los pies en el suelo- “sabemos positivamente que eso no va a ser así”.
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El presidente andaluz no estuvo en la plaza de Colón ni secunda ninguna de las iniciativas que forman parte de la dinámica de confrontación de Vox, a pesar de que depende de su apoyo parlamentario. El tiene claro que la sociología electoral andaluza es muy diferente a la de Madrid y está convencido de que la táctica política de Ayuso no le daría a él buen resultado. Por eso se aferra a su proverbial templanza, al “cambio de las cosas sencillas” y a una afabilidad a prueba de bomba.
“Andalucía tiene una tradición muy acusada de centro izquierda, con un sector del electorado muy identificado con la socialdemocracia”, asegura uno de sus más estrechos colaboradores. “Por eso es tan importante que Ciudadanos no desaparezca y cubra ese flanco”.
Pero, más allá de esa táctica, la sintonía entre el programa que viene aplicando Moreno Bonilla y el que acaba de anunciar Ayuso difícilmente podría ser mayor. Al menos en tres de sus cuatro pilares: bajada de impuestos, reducción de trabas administrativas y refuerzo de los servicios públicos.
Según los datos que facilitó el consejero de Presidencia, Elías Bendodo, número dos de facto y gran muñidor de la Junta, la reducción tributaria en Andalucía supuso sólo el primer año más de 600 millones de ingresos adicionales, mediante la aportación de 118.000 contribuyentes más. Si a ello se le une la supresión de múltiples trámites burocráticos y la creación de la Unidad Aceleradora de Proyectos de la Junta, se entiende que el PIB y el empleo cayeran en 2020 menos que en el conjunto de España y se estén recuperando en 2021 más deprisa. Y que al mismo tiempo se haya podido incrementar en tres mil millones la inversión pública en Sanidad y Educación.
Quién iba a decir que Andalucía se iba a convertir, en paralelo, rompiendo todos los tópicos, en la comunidad con mayor número de autónomos dados de alta en la Seguridad Social. Por encima, sí, de Cataluña o Madrid.
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Una euforia contenida se está abriendo camino en el gobierno de la Junta, a medida que su vacunación record va doblegando la pandemia. “Hemos pinchado ya más de seis millones de dosis en el deltoide de los andaluces”, dice el popular consejero de Salud Jesús Aguirre. “Vacuna que llega, vacuna que ponemos”.
La incidencia acumulada aun duplica la media nacional, por los contagios entre jóvenes en reuniones familiares –“Comuniones, bodas… todo eso que teníamos atrancado”, según Aguirre- pero la tasa de hospitalizados ha caído exponencialmente y ya se vacuna a los treintañeros.
El vicepresidente y consejero de Turismo, Juan Marín, subraya que las reservas hoteleras para el verano y otoño rondan ya el 85% de la planta y que los hechos demostrarán que si alguien merece el piropo de “resiliente” es el sector turístico andaluz, en el que la Junta ha volcado sus ayudas de emergencia.
Con turismo y sin Covid, los Fondos Europeos pueden ser el maná que haga germinar Andalucía, regando también sectores tan potentes como el agroalimentario, el aeronáutico o el de las energías renovables. “Si nos preguntasen por una parte de España con futuro, potencial y oportunidades es probable que pensemos en primer lugar en Andalucía”, asegura el presidente de EY, el gaditano Federico Linares, en su recentísimo informe “Perspectiva Andalucía”.
Moreno Bonilla quiere hacer de su comunidad la “plataforma tecnológica del sur de Europa” y Bendodo acaba de presentar un proyecto para dotar al litoral andaluz de infraestructuras de amarre de cables submarinos para las grandes operadoras tecnológicas. Otros consejeros comparan Andalucía con California o Florida e incluso el elocuente titular de Hacienda, Juan Bravo -uno de los liberales con mayor proyección en el PP- la percibe, como “el golfo Pérsico de España”, gracias al auge de las renovables.
Todo ello, impulsando “una revolución verde” -en esto también coinciden con el programa de Ayuso- que tendrá como pieza clave la Ley de Economía Circular que la consejera de Agricultura Carmen Crespo presentará en septiembre. Será una norma “pionera en España” con más de 300 aportaciones, enfocadas a la reutilización de los recursos, según las reglas de la sostenibilidad. Como si el alpeorujo de cada almazara sirviera para volver a fertilizar el olivar del que procede.
Como dijo Moreno Bonilla el lunes, “Andalucía tiene un plan” y, a juzgar por los últimos sondeos, los andaluces se lo creen. Si ahora hubiera elecciones -que no las habrá- ocurriría algo parecido a lo de Madrid: el PP pasaría de ser la segunda fuerza, siete puntos por debajo del PSOE, a acercarse, junto a un Ciudadanos muy menguante, a la mayoría absoluta para poder seguir gobernando sin Vox.
La única diferencia con el caso de una Ayuso siempre en orden de combate es el énfasis que Moreno Bonilla y su equipo ponen en el cuarto pilar de su proyecto: el “diálogo con todos los partidos”. De hecho, el presidente de la Junta llegó a Moncloa con una plataforma de reivindicaciones consensuadas, tras una ronda de contactos con las demás fuerzas.
¿Y qué hizo el hábil estratega que es Elías Bendodo durante las dos horas que duró el encuentro de Moreno Bonilla con Sánchez? Pues mantener una reunión paralela de sherpas con Iván Redondo y Paco Salazar. Su intercambio de teléfonos puede ser a la vez el comienzo de una amistad y el primer movimiento de una partida de ajedrez con mucho futuro en liza. Recurran a Platón para decidir quien juega con las negras.