El jueves 8 de octubre, cuatro días después de la apoteosis de la Plaza de Valencia, Aznar aprovechó los prolegómenos de la cena de la admirable Fundación Integra que impulsa Ana Botella para cambiarse de silla, sentarse un rato junto a Pablo Casado y ponerle la mano en el hombro, en un gesto cálido y afectuoso, inequívocamente paternal.

AYUSO PP 3

AYUSO PP 3 Javier Muñoz

En medio del alboroto, pocos se dieron cuenta de la escena. No hay fotos del momento. Y casi nadie captó la voz ronca y poco más que susurrante del expresidente:

-Ahora ya tienes lo que querías, Pablo. Lo tienes todo. Tienes a todo el partido unido detrás. Todos te hemos apoyado. Y lo hemos hecho con convicción. Ahora te toca a ti aumentar el activo.

Se refería, claro, a la Convención itinerante en la que todos los líderes y barones regionales del PP -desde Rajoy y él mismo a Feijóo, Moreno Bonilla, Mañueco o finalmente Ayuso- habían cerrado filas entorno al liderazgo de Casado. Pero el mensaje no podía ser más intenso porque no hay exigencia tan difícil de afrontar como la que es fruto de la expectativa de un progenitor ilusionado.

Era tanto el peso de la responsabilidad que de repente parecía caer sobre los hombros de Casado, en forma de “ahora o nunca”, que uno de los pocos que lo escuchó se sintió impelido a protegerle. Su argumento fue que es mucho más fácil proponer retóricamente “enfrentarse al Gobierno como si no existiera Vox y a Vox como si no existiera el Gobierno”, como viene diciendo Aznar, que llevarlo a la práctica en el día a día porque tanto Sánchez como Abascal encarnan hoy por hoy realidades muy consolidadas.

Aznar explicó entonces el origen de su celebrada frase y la conversación se distendió con un interesante paralelismo histórico. Fue David Ben Gurion, el padre del Estado de Israel, quién en los albores de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que afrontar una situación equivalente. Debía enfrentarse simultáneamente a las restricciones a la llegada de judíos a Palestina, impuestas por los ingleses a través del llamado Libro Blanco, y a cuanto de abominable representaba el régimen de Hitler.

Fue ante esa doble contienda cuando el prudente y cauteloso Ben Gurion, centrado en el único objetivo de la creación del Estado judío, fruto de la partición de Palestina, lanzó su consigna al movimiento sionista: “Combatamos contra los nazis como si no existiera el Libro Blanco y combatamos al Libro Blanco como si no estuviéramos en guerra”.

La reciente publicación de una polémica biografía de Ben Gurion, firmada por Tom Segev, permite descubrir algunas analogías entre la personalidad de este “hombrecillo obstinado”, con limitado sentido del humor, gran pasión por la lectura y tardía admiración por Churchill, y la del propio Aznar. Pero sobre todo el balance de esa intensa vida política destila el pragmatismo y la capacidad de integración de “halcones” y “palomas”, al servicio de un proyecto común, que deberían impregnar la conducta de Casado.

El tono exuberante y los métodos agresivos de Moshe Dayan y Ariel Sharon le gustaban a Ben Gurion menos aun de lo que gusta en Génova el estilo Díaz Ayuso, pero nunca vaciló en protegerlos y convertirlos en sus paladines. Sólo fortaleciendo mediante la unidad su propio movimiento y recurriendo en cada momento a los más fuertes, era posible librar esa guerra simultánea en dos frentes y robustecerse ante lo que pudiera venir.

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Sostiene Cruz Sánchez de Lara que Pablo Casado es el español que ha tenido que pagar un mayor impuesto de sucesiones, desde que existe esta figura tributaria. Donde había un partido unido, se encontró con tres. Donde existía un proyecto ideológico claro y una visión de España encaminada a su prosperidad, se encontró un magma de confusión y vacilaciones. Donde había una fuerza renovadora enfrentada a la corrupción, se encontró con una estructura putrefacta en la que habían hecho su agosto bandoleros y caimanes.

No en balde en una reciente cena con economistas e intelectuales liberales afloró el consenso de que, en relación con su margen de maniobra, Mariano Rajoy ha sido el peor presidente de nuestra democracia.

Sostiene Cruz Sánchez de Lara que Pablo Casado es el español que ha tenido que pagar un mayor impuesto de sucesiones

Tras haber sobrevivido al cataclismo de unas primeras elecciones a las que concurrió con todo ese bagaje de deudas pendientes de cobrar por el electorado, Casado se rehízo parcialmente en las siguientes. Aún a costa del riesgo de perder un aliado tan valioso como Ciudadanos, es evidente que ha vuelto a hacer del PP la fuerza hegemónica del centro derecha y la única alternativa viable y verosímil al Gobierno de Sánchez.

Ungido por el espíritu de la Plaza de Toros de Valencia, Casado debería estar ahora concentrado en esa complicada guerra en dos frentes a la que le ha abocado el destino. Ni el PSOE ni Vox ceden significativamente en los sondeos, entre otras razones porque se retroalimentan.

Imponerse a la izquierda sin convertirse en rehén de la ultraderecha va a requerir tal suma de aciertos y esfuerzos que parece inconcebible que el PP pueda distraerse y debilitarse en una guerra intestina tan absurda como la que en estos momentos libra el aparato de Génova para impedir que Isabel Díaz Ayuso se haga con el control del PP de Madrid.

Digámoslo con toda claridad: hoy por hoy Casado tiene algunas posibilidades -no muchas- de ganar las elecciones, ser investido y consolidarse en la Moncloa, pero no tendrá ninguna si no zanja rápidamente esta necia guerra fratricida de la única manera lógica posible. O sea, consolidando el liderazgo que Ayuso ya ejerce en el PP de Madrid y convirtiéndola en su principal fuerza de choque ante el doble combate que se recrudecerá durante los próximos dos años.

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Sánchez no es un mal candidato como Rubalcaba ni va a arrastrar el coste de un ajuste basado en los recortes sociales como el impuesto a Zapatero. Otra cosa es que el déficit estructural, la deuda pública, la ineficiencia en el gasto y la falta de vigor del crecimiento puedan abocarnos a un desenlace similar dentro de unos años. Pero eso ocurrirá después del previsible bienio dulce en el que esos graves problemas estructurales quedarán enmascarados por el impacto de los fondos europeos y la laxitud de la política monetaria del BCE.

Es verdad que la crisis energética, el desabastecimiento tecnológico y el repunte de la inflación han enturbiado bastante el panorama. Eso está notándose ya en el aumento del coste de la vida y puede generar una espiral de precios y salarios que termine dislocando nuestra fábrica social.

Pero Alemania y los frugales nos necesitan como mercado interior y a nadie le conviene adelantar la vuelta a la disciplina fiscal. Máxime si Sánchez logra cerrar, con la habilidad que está demostrando al mantener a raya a Yolanda Díaz, una reforma laboral más cosmética que profunda, consensuada también con la CEOE. Sólo quedaría el obstáculo de la reforma de las pensiones para terminar de cumplir con los requisitos de la Comisión Europea.

Aunque el cuadro macroeconómico haya quedado ya invalidado por la realidad, Sánchez tiene además en el bolsillo esos segundos presupuestos que le garantizan llegar al final de la legislatura. Con su amigo Scholz gobernando en Alemania y Macron reelegido en Francia -sería muy raro que una de estas dos cosas no sucediera- la presidencia española en el segundo semestre del 23 se convertiría para él en una potente palanca hacia una nueva legislatura completa en el poder.

Sánchez tiene en el bolsillo esos segundos presupuestos que le garantizan llegar al final de la legislatura

Y es precisamente esa perspectiva de perpetuación del sanchismo la que garantiza el afianzamiento de Vox en torno a ese 15% largo que le otorgan los sondeos, a menos que el PP emerja como una oposición más frontal, implacable y contundente que hasta ahora. Algo que no puede hacer Casado sin perder la templanza y consistencia que hacen de él un gran candidato a la Moncloa.

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Casado necesita a su lado un Alfonso Guerra, un Álvarez Cascos, una Carmen Calvo pre-pandemia en versión 4.0. Alguien que ejerza de punta de lanza diaria, mientras él aparca esa frenética cronopatía que tanto angustia a la derecha mediática y consolida su dimensión de hombre de Estado. Ese papel no lo pueden ejercer hoy ni un Teo García Egea demasiado simpático y lógicamente volcado en las tareas organizativas, ni la concienzuda y lúcida Cuca Gamarra, ni el siempre equilibrado y ecuánime Martínez Almeida.

Casado tiene en la reina de las Amazonas de la Puerta del Sol a la persona idónea para convertirse en el brazo armado de su dialéctica política. Los hechos hablan por si solos. Pocas personas han crecido en la vida pública a la velocidad que lo ha hecho Isabel Díaz Ayuso. Se podrá estar o no de acuerdo con cada una de sus tesis, pero es innegable que tiene una visión de España y no va a morderse nunca la lengua. Por eso incrementó el pasado mayo de forma tan impresionante su base electoral, invadiendo el terreno de la izquierda y sobre todo arrinconando a Vox.

Esta es la clave. Mientras siga dependiendo tan flagrantemente de Vox, Casado nunca encontrará otras complicidades. El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, ha sido el último en decirlo. La doctrina Ben Gurion implica empujar a Vox hacia la irrelevancia para que la victoria sobre el PSOE sea suficientemente amplia. Eso lo ha conseguido Feijóo pero es imposible extrapolar la sociología de Galicia al resto de España. Si Moreno Bonilla lo lograra en Andalucía, el PP daría un paso de gigante, pero eso aún no ha sucedido.

Mientras siga dependiendo tan flagrantemente de Vox, Casado nunca encontrará otras complicidades. La doctrina Ben Gurion implica empujar a Vox hacia la irrelevancia para que la victoria sobre el PSOE sea suficientemente amplia

El único valor seguro para dotar a esa guerra simultánea en dos frentes de la constancia e intensidad que Casado necesita es hoy por hoy Ayuso. Cada día que transcurra negándole mezquinamente el reconocimiento de su liderazgo sobre el PP de Madrid y desgastando a la organización en una querella estéril, hará más difícil la recuperación de la Moncloa.

Eso es lo que cuenta al final en un partido: “Aumentar el activo”. Si no lo consigue en las próximas elecciones, a Casado no le apoyará ya, como quien dice, ni su padre político. Por eso es tan imprescindible y urgente su pacto con Ayuso.