Recuerdo la cara desencajada de aquel dirigente sanchista que cuarenta y ocho horas después de la crisis de gobierno de hace un año cruzó el umbral de mi casa y, antes de dar los buenos días, exclamó: “¡Es Calígula!, ¡El presidente es Calígula!”.

Tan despavorido parecía por lo que había presenciado que trajo a mi memoria el espanto con que los líderes de la Revolución Francesa evocaban los crímenes de los emperadores romanos, apoyándose en la mitología clásica, como antecedente de la degeneración de una República.

Tragantúa Sánchez.

Tragantúa Sánchez. Javier Muñoz.

La más célebre y significativa de esas ocasiones tuvo lugar el 13 de marzo de 1793 cuando Vergniaud, conocido por sus dotes oratorias como el “águila de la Gironda”, pronunció en pleno debate de la Convención una frase lapidaria, tantas veces mal atribuida o reproducida:

 -De esta forma, ciudadanos, se puede temer que la Revolución, devorando como Saturno sucesivamente a todos sus hijos, engendre al fin el despotismo con las calamidades que le acompañan.

Sánchez no es el primer jefe de Gobierno que ejerce una presidencia imperial ni tampoco el primero que mezcla el control del poder ejecutivo con el de su partido. Pero sí el que en menos tiempo ha introducido más cambios drásticos en su núcleo duro, sin dar explicación alguna a los fulminados.

La confesión de José Luis Ábalos a EL ESPAÑOL meses después de esa crisis de julio de 2021, cuando ya había sido despojado no sólo del ministerio, sino también de la secretaría de Organización, es el mejor retrato del modus operandi de Sánchez respecto a sus más estrechos colaboradores:

“No tengo que aclarar ninguna duda sobre mi salida porque yo no tuve ninguna explicación respecto del cambio de Gobierno… y yo no la puedo ni intuir”.

Y eso que se trataba del hombre clave en la recuperación del liderazgo de Sánchez en el PSOE, en el diseño y ejecución de la moción de censura, en la gestión de las campañas electorales victoriosas y en los pactos de investidura. Un hombre leal entre los leales que en esa misma entrevista reconocía que “fue muy loco apostar por Pedro, pero lo hice porque creía en él”.

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Como hemos recordado esta semana, de aquellos “sherpas” que le ayudaron a conquistar la cima, revitalizando la democracia mediante la apelación a las bases y el recurso a una hasta entonces inimaginable política de pactos, ya no queda ninguno. Primero se cayó de la cordada Verónica Fumanal, luego Juanma Serrano, después Carmen Calvo, Iván Redondo, Paco Salazar y el propio Ábalos, más tarde Óscar Puente y ahora Adriana Lastra.

A esa lista de sanchistas de la primera hora abruptamente defenestrados podríamos añadir los nombres de quienes ni siquiera obtuvieron una recompensa a la altura de sus ilusiones como Susana Sumelzo o Zaida Cantera. Y también son desde luego homologables los casos de los efímeros portavoces de la ejecutiva y el grupo socialista, Felipe Sicilia y Héctor Gómez.

"Con un estilo mucho más dialogante y cordial que Lastra, Héctor Gómez había conseguido pactar con el PP la renovación del Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas y el Defensor del Pueblo"

Este último merece desde luego un par de párrafos, pues se trata de uno de los dirigentes más cualificados de su generación. Su nombramiento como portavoz del Congreso hace apenas nueve meses adquirió pleno sentido cuando la política mundial pasó a primer plano, pues no en vano había sido durante cuatro años el secretario de relaciones internacionales del partido y su portavoz en la comisión de Asuntos Exteriores.

Con un estilo mucho más dialogante y cordial que Adriana Lastra -en cierto modo clónico del de Pedro Sánchez- había conseguido entre tanto pactar con el PP la renovación del Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas y el Defensor del Pueblo. En su haber queda pues el único acuerdo importante con la oposición de toda la legislatura y la hazaña de no haber perdido ni una sola votación en un Congreso en el que a su grupo le faltan 55 escaños para la mayoría. No está mal para haber estado sólo diez meses en el cargo.

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No se me ocurre ni por dónde puede achacársele a Héctor Gómez alguna responsabilidad por la derrota de Andalucía, ni en qué puede mejorar Patxi López su papel como portavoz. Su encumbramiento denota más bien la impotencia del retorno al pasado ante la falta de alternativas con futuro.

Y encima haciéndolo coincidir, en un clamoroso fallo de coordinación, con el ultrajante acercamiento de los asesinos de Gregorio Ordóñez y Miquel Buesa a cárceles vecinas al País Vasco y la renuncia de la fiscalía a perseguir a quienes ordenaron matar a Miguel Ángel Blanco. Cualquiera diría que Marlaska trataba de enfatizar la mezcla de profecía y maldición que dirigió la madre de Pagaza a Patxi López, sirviendo en bandeja ese “¡Ya se nos ha helado la sangre!” que profieren las víctimas. 

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Pero la recuperación de Patxi López para un puesto tan relevante, la devolución con intereses a María Jesús Montero del protagonismo político que le arrebató hace un año al quitarle la portavocía y la promoción de Pilar Alegría confirman lo que ya se detectó con la llegada de Óscar López a la Moncloa y la repesca de Antonio Hernando como su número dos: Pedro Sánchez no es rencoroso. Ni con quien le puso públicamente en aprietos con aquella pregunta sobre la “nación”, ni con quienes apostaron de forma explícita por Susana Díaz, ni siquiera con quienes dieron la impresión de traicionarle en su hora más difícil.

"En ese pragmatismo que te permite mirar siempre hacia adelante y rodearte de los mejores disponibles, sin que te condicione ninguna cuenta por saldar, está una de las claves del liderazgo"

Lo digo sin retranca alguna. Pocas virtudes son tan útiles para dirigir un país, una empresa o un periódico como esa que Jordi Pujol me describió un día en su casa de la Generalitat: “En un puesto como el mío hay que tener una gran capacidad para la desmemoria”. El felipismo había intentado meterle en la cárcel por el caso Banca Catalana y él apuntaló a Felipe cuando perdió la mayoría absoluta. Los aznaristas corearon ante Génova “¡Pujol, enano, habla castellano!”, y él apuntaló a Aznar para llevarle a la Moncloa y permitirle gobernar.

Todo a cambio de algo, naturalmente. Pero en ese pragmatismo que te permite mirar siempre hacia adelante, buscar siempre lo más conveniente y rodearte de los mejores disponibles, sin que te condicione ninguna cuenta por saldar, está una de las claves del liderazgo.

Por eso, más que a la imagen feroz del Saturno devorando a sus hijos de Goya, lo que hace Sánchez me recuerda a aquel Tragantúa que se instalaba en las fiestas de mi Logroño natal para que los niños experimentáramos el terror de ser engullidos por las fauces oscuras de un gigante insaciable y el alivio de salir indemnes de la experiencia, mediante un mullido tobogán.

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El Tragantúa fue un invento bilbaíno de finales del XIX que sólo se generalizó en el norte de España. De hecho, el censo actual apenas rebasa la docena de réplicas, contando un par de ellas exportadas a localidades argentinas. Estaba inspirado en el voraz Gargantúa de Rabelais, padre de Pantagruel, que se zampaba todo lo que se acercaba a su boca.

Sumergirse en el Tragantúa era como vivir la experiencia de Jonás en el vientre de la ballena, compactada en unos pocos segundos. Entrabas, te arrojabas por la rampa y caías de cara o de culo, según la postura elegida. Aquella boca enorme con txapela o sombrero nos aterrorizaba a los más pequeños la primera vez. Pero como dentro no te ocurría nada, enseguida le perdías el respeto y se formaba una cola circular con los mismos niños entrando y saliendo hasta cansarse.

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En eso empieza a consistir el baile de altos cargos del sanchismo: en una especie de juego de sillas musicales en las que se cambia de asiento o como mucho se sale temporalmente de la pista para pasar a la grada. Sánchez devora caprichosa y, a lo que se ve, un tanto erráticamente a sus hijos y adversarios, pero sin desmembrarlos, ni desgarrarlos. Ni siquiera los mastica, de forma que por triste y oscuro que parezca el túnel de su salida, al volver a ver la luz todos se dan cuenta de que siguen intactos.

Ábalos, como Carmen Calvo, al frente de sendas comisiones clave del Congreso, Paco Salazar en el Hipódromo, Juanma Serrano -renacido como empresario- en Correos, la propia Susana Díaz en el Senado y hasta César Luena en Bruselas. Eso indica que, si Iván Redondo hubiera querido un cargo público, lo habría tenido.

"Sánchez está siempre dispuesto a zamparse lo que le pongan por delante sus atrabiliarios socios, sea la autodeterminación de género, el tope a los alquileres o el improvisado impuesto a la banca"

Sánchez te podrá dar la espalda sin contemplaciones, pero no te deja tirado. Entre otras razones porque las vocaciones de gente con talento empiezan a ser tan escasas en la política como en la Iglesia Católica y eso explica que, a la hora de la verdad, las crisis de Sánchez consistan más bien en una rotación de los mismos jugadores, cambiándolos de puesto y dando tiempo a los lesionados a recuperarse.

El caso más paradigmático ha sido el de Óscar López que pasó del destierro temporal en Paradores a factótum de la Moncloa, recuperando con él al brillante Antonio Hernando. Algo similar es lo ocurrido con Iceta: fue extirpado del PSC para dirigir la política autonómica y se encontró hace un año relegado a Cultura y Deporte pero ahora resurge como estratega electoral.

Precedentes como estos son los que mantienen vivas las esperanzas de los defenestrados. Tal vez por eso en el Comité Federal de este sábado sólo se oyeron palmas, maracas y alfandoques. Otra cosa es que la procesión vaya por dentro y los más injustamente tratados cuchicheen, mientras suspiran por el reenganche, que el problema que desangra al PSOE es la propia naturaleza del Tragantúa.

O sea, la disposición de Sánchez a zamparse lo último que le pongan por delante sus atrabiliarios socios, sea la autodeterminación de género, el tope a los alquileres, los pactos con Bildu o el improvisado impuesto a la banca. Sólo nos faltaba por oír la propuesta de Podemos de meter en la cárcel a los directivos que repercutan la subida de la presión fiscal en el coste de sus servicios. Pero Sánchez, en lugar de desautorizarla, ha dado un paso en esa dirección anunciando que la ley lo “prohibirá”. Jerjes fue un poco más práctico cuando ordenó azotar las olas del mar.

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Antes he reproducido la cita exacta de Vergniaud sobre Saturno devorando a sus hijos y los lectores más atentos habrán observado que comenzaba con un “de esta forma, ciudadanos…” ¿A qué se refería el “águila de la Gironda” para desembocar en una advertencia tan lúgubre? El párrafo anterior de su discurso lo explica:

-Hemos visto desarrollarse ese extraño concepto de libertad en función del cual se os dice: “Sois libres, pero pensad como nosotros sobre tal o cual cuestión de economía política o nosotros os denunciaremos a las venganzas del pueblo… Sois libres, pero asociaos a nosotros para perseguir a aquellos de cuya probidad dudamos o nosotros os designaremos mediante denominaciones ridículas”.

Algunos comentarios públicos y privados de ministros y ministras a los que tengo por personas razonables han encendido estos días la alarma. La radicalización de sus mensajes lleva camino de desembocar en actos radicales que pueden hundir el templo de la convivencia sobre sus cabezas. Si siguen en esa escalada no deben al menos sorprenderse de que millones de españoles se hayan sentido personalmente amenazados por el “Vamos a ir a por todas” con que Sánchez volvió a culminar este sábado su intervención ante el Comité Federal. “A por todas”, a por todos y -a este paso- de cualquier manera.