La peor plaga que afecta al periodismo actual (además de los problemas de los jóvenes con la sintaxis) es la volatilidad asociada a la rutina. Las noticias son tan efímeras que antes de que terminemos de contarlas estamos ya en el a otra cosa, mariposa con la chaqueta colgada en el mismo perchero de siempre.

A esa especie de cinismo congénito de que todo pasa y nada queda, se ha unido la dictadura del algoritmo que te empuja a "refrescar la portada" y estar pendiente de las "tendencias de búsqueda", reemplazando lo importante por lo último.

El compromiso histórico entre Sánchez y Feijóo.

El compromiso histórico entre Sánchez y Feijóo. Javier Muñoz

Incluso los más adictos a la actualidad tenemos una capacidad limitada de atención que repartimos entre la prensa nacional, regional e internacional, las emisoras de radio y televisión, los agregadores o las redes sociales. Y en cuanto nos topamos por segunda vez con una misma noticia, ya tenemos la sensación de que se ha quedado vieja.

Eso no sólo genera un auge de los contenidos banales orientados hacia el llamado clickbait, del que cada vez es más responsable Google, sino una alarmante y empobrecedora falta de ponderación de la relevancia de las noticias. Tenemos más lectores que nunca, pero en algunas redacciones se oye mucho, se escucha poco y cada vez se distingue menos entre lo trivial y lo trascendente.

Las casi siempre previsibles declaraciones de los políticos, con sus frases hechas, sus latiguillos elusivos y su tópica descalificación del adversario se convierten en ese contexto en una especie de hilo musical, poco menos que amortizado por la sensibilidad externa. Todo sabe, todo huele, todo parece, todo suena, todo roza igual.

De ahí la guerra, tantas veces proclamada y otras tantas perdida, contra el "periodismo declarativo". Hace tiempo que nos hemos resignado, especialmente en campaña electoral, a que gran parte de la comunicación política consista en ruido insustancial. Los envases podrán ser más originales, ora la autoentrevista con ministro como replicante, ora la playa artificial como marco de comparecencia, pero los mensajes son casi siempre riego por aspersión que se dispersa en el éter.

Nos han dicho tantas veces con similares énfasis y siempre en vano que viene el lobo de un anuncio de verdad que, naturalmente, cuando ese milagro sucede, cuando "salta la noticia en el Bernabéu" (o en Mestalla o en la Condomina) pocos terminan prestándole la atención merecida.

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Viene todo esto a cuento de la limitada repercusión, muy por debajo de su enorme trascendencia, del compromiso adquirido por Alberto Núñez Feijóo el pasado lunes en la cadena SER: "Si gana el señor Sánchez las elecciones y nos saca 20 escaños de diferencia o quince, da igual, si gana y me pide que me abstenga, para no pactar con Podemos y los independentistas, me abstendré. Yo lo haré".

Es verdad que ese anuncio iba acompañado de una demanda equivalente: "Si el Partido Socialista no quiere que gobierne Vox, absténgase y gobierno yo". Pero la literalidad de las palabras del líder del PP no deja el menor margen de duda, en el sentido de que lo uno no ha quedado supeditado a lo otro.

Es decir, que no se trataba de una mera reproducción de la discutible propuesta de que gobierne siempre la lista más votada. Algo que estamos viendo decaer en comunidades y ayuntamientos, al no haber acuerdos previos ni un escenario favorable, en esta recta final hacia las generales, para los do ut des.

"Nunca en 45 años de democracia el candidato de uno de los dos grandes partidos había ofrecido su abstención en el supuesto de que ganara el otro"

Lo que Feijóo hizo el lunes es una promesa pública que determina anticipadamente su conducta como líder del PP, al margen de que se produzca o no esa anhelada reciprocidad. Y esta unilateralidad del "yo lo haré" supone un hito en nuestra historia democrática tan importante como la renuncia de Felipe González al marxismo, pues implica nada menos que la renuncia de Feijóo al frentismo que nos corroe.

Es cierto que ningún sondeo electoral, excepto el del CIS, sitúa hoy a Sánchez en una posición que haga probable que Feijóo vaya a tener que cumplir su promesa. Pero improbable no es lo mismo que inverosímil. Al PSOE no le está yendo mal la precampaña y siete puntos no es una brecha infranqueable a la luz de pasadas experiencias. Nadie puede descartar la remontada, a menos que el voto útil de quienes quieren echar a Sánchez de la Moncloa se concentre contundentemente en el PP.

En todo caso, lo esencial no es el porcentaje de riesgo que Feijóo tenga de cumplirla, sino el carácter insólito de la promesa y su motivación. Porque, aunque exista el precedente de la abstención del PSOE, contra el criterio de Sánchez, en la última investidura de Rajoy y también episodios como el apoyo del PP a Patxi López como lehendakari o a Collboni como alcalde de Barcelona ahora, nunca en cuarenta y cinco años de democracia el candidato de uno de los dos grandes partidos había ofrecido a priori su abstención en el supuesto de que ganara el otro.

El análisis político que subyace bajo este gesto, sin duda muy meditado, tiene un importante elemento en común con el que llevó al líder del Partido Comunista Italiano Enrico Berlinguer a ofrecer su famoso Compromiso Histórico a la Democracia Cristiana hace exactamente medio siglo. Concretamente, la preocupación por el deterioro de la estabilidad constitucional y la convivencia democrática, a raíz de la estrategia de la tensión impulsada por las minorías radicales.

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Preocupado por la polarización de la guerra fría que tanto había contribuido al golpe de Pinochet en Chile y por el auge del terrorismo de ambos signos durante los "años de plomo" en la propia Italia, Berlinguer hizo entonces algunas de sus reflexiones más lúcidas. Hoy se las dedico a Sánchez y Yolanda Díaz con el envoltorio de las mejores zalemas.

"La alternativa democrática no puede ignorar el problema de la extensión del consenso. La alternativa democrática no puede sustentarse en una fractura social e ideológica del país, en una contraposición frontal entre fuerzas que por muy distintas que sean, mantienen sin embargo una común aspiración democrática. Eso no sería una solución política, sino una frivolidad".

"La alternativa puede nacer y basarse en una mayoría parlamentaria restringida, que será democrática en el sentido de que se ocupará de garantizar que los partidos del Gobierno y la oposición actúan manteniéndose en el terreno democrático, sin que ninguno de ellos vaya a situarse en posiciones subversivas de la Constitución, comportándose de tal forma que consigan que ninguno de los grupos subversivos vaya a dotarse nunca de una estructura de masas".

"Feijóo se ha comprometido a, si gana Sánchez, liberarle de las ataduras radicales que tanto daño han hecho a España en esta legislatura"

"Esto quiere decir que no se puede dejar de tener en cuenta la necesidad de mantener siempre un fuerte y sólido tejido democrático de fondo y por tanto un área de consenso hacia el cambio lo más vasta posible que debe tender a ir más allá de la mayoría gubernamental".

Berlinguer proponía, como primera opción, formar un "gobierno nuevo" que incluyera a "hombres capaces y honestos de distintos partidos" y, en su defecto, colaborar "con la parte de la Democracia Cristiana que es capaz de mantener posiciones avanzadas y honestas". Finalmente, el Compromiso Histórico se tradujo en un acuerdo llamado de Solidaridad Nacional por el que el PCI permitió gobernar y ayudó a mantenerse a Andreotti cuando ganó las elecciones.

Nunca sabremos lo que habría ocurrido en Italia si el resultado hubiera sido el inverso. Pero exactamente es lo que se ha comprometido a hacer Feijóo si gana Sánchez: liberarle de las ataduras radicales que tanto daño han hecho a España en esta legislatura. Y nadie puede decir que esto suponga una improvisación ni una ruptura con su anterior pensamiento.

[Feijóo: "Tenemos que romper la política de bloques y olvidarnos del 'conmigo o contra mí'"]

Es el mismo Feijóo que, al entregar aquel premio a Lucía Méndez en Lugo, en 2019, denunció que "la polarización política y mediática es directamente proporcional a la sustitución de los problemas reales por los problemas imaginarios" y advirtió que "la política concreta hace posibles consensos que son mucho más arduos en la política meramente ideológica o simbólica"

Es el mismo Feijóo que, al intervenir en la fiesta del tercer cumpleaños de nuestro diario coruñés Quince Mil, proclamó en abril del año pasado en el Hotel Finisterre: "No me resigno a que la ocurrencia valga más que la gestión. No me resigno a que las políticas vacías valgan más que las cosas del comer. No me resigno a que la pugna se centre en encontrar motivos para dividirnos y no en razones para encontrarnos".

Es el mismo Feijóo que, hace diez días, ante la Junta Directiva del PP de Cantabria que acababa de pactar con el Partido Regionalista de Revilla, para no depender de Vox, instó a "romper la política de bloques, recuperar la tolerancia y olvidar el conmigo o contra mí".

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Alguien podrá alegar que en la España actual no se dan las circunstancias extremas de la Italia de los 70 porque ningún grupo practica en estos momentos el terrorismo. Pero a eso puede replicarse que lo que más quería prevenir Berlinguer ("que ninguno de los grupos subversivos vaya a dotarse nunca de una estructura de masas") ha sucedido ya, tanto en el País Vasco como en Cataluña. Y con el aplauso y estímulo de Podemos, víctima en este caso de la impopular carabina de Ambrosio que esgrimía.

También es cierto que Vox no sirve de acicate equivalente a ningún movimiento que pretenda subvertir el orden constitucional. Pero su propia línea ideológica e incultura cívica le lleva a un tensionamiento permanente de la convivencia en áreas tan sensibles como la violencia de género, el cambio climático o la integración de los migrantes. Y todo ello (casi es lo más importante de cuanto dijo María Guardiola), "con trazo grueso".

Tras cuatro años de un gobierno con el trazo grueso de Podemos, un gobierno con el trazo grueso de Vox supondría otro salto cualitativo en la escalada de la destrucción de los consensos. Citando de nuevo a Berlinguer, "no sería una solución política, sino una frivolidad".

Algo que Feijóo tratará por todos los medios de evitar si gana las elecciones. Pero para conseguirlo necesitará un aliado del calibre que Berlinguer encontró en Aldo Moro, el otro gran estadista que pagó con su vida su apuesta por el Compromiso Histórico.

"No me cabe duda de que si pierde, Feijóo cumplirá su palabra"

Ni a Washington ni a Moscú les gustaba ese pacto y en la propia Italia había fuertes intereses creados que preferían la polarización y la crispación extrema a la colaboración y la concordia. Es imprescindible ver la serie de Marco Bellocchio Exterior noche para darse cuenta de la trascendencia de lo que estaba en juego y la mezquindad que desembocó en el martirio del presidente de la Democracia Cristiana.

En la España de hoy no operan las Brigadas Rojas, pero sí los fabricantes de odio. A medida que se acerca el 23-J, la manipulación de algunos medios alcanza niveles de toxicidad insoportable. Los más potentes están al servicio del Gobierno y cada día buscan hacer el mayor daño posible a Feijóo sin eludir para ello las flagrantes y sórdidas mentiras. Los radicales del otro bando intentan, al mismo tiempo, mantenerle como rehén de una dinámica de ajuste de cuentas contra la "gentuza de izquierdas", Vox mediante.

A España le habría ido mucho mejor si en el 19, primero Rivera y después Casado, hubieran ofrecido a Sánchez lo que ahora acaba de prometer Feijóo. Nos habríamos ahorrado a Irene Montero con sus leyes, la rebaja de la sedición y malversación y el blanqueamiento de Bildu.

No me cabe duda de que si pierde, Feijóo cumplirá su palabra; aunque está por ver que esos sectores duros que hacen de la bronca perpetua su negocio le permitan seguir adelante. Sería en todo caso su último gran servicio a la democracia.

Pero como lo más probable es que gane, la pregunta es si en el PSOE habrá inteligencia política y capacidad moral para dar por cerrada la infausta etapa del "no es no" que tantas desdichas, complicaciones y ridículos nos ha traído y sustituirla por ese nuevo Compromiso Histórico que, como al inicio de la Transición, potencie nuestra prosperidad y refuerce nuestro lugar en Europa y en el mundo.