No conozco a Pablo Motos. O al menos no le trato, aunque seguro que habremos coincidido alguna vez. He visto pocas veces El Hormiguero, pero él me cae bien porque su ingenio está al servicio del buen humor, no insulta y no transmite mala uva. Eso es todo.
Empiezo por ahí para que nadie busque concertación, coordinación o conspiración entre lo que esta semana Pablo Motos ha planteado a Sánchez y Feijóo y lo que no se cansará de proponer EL ESPAÑOL.
En el programa vespertino de Cristina Pardo él ya lo dejó caer hace unos días, desmarcándose —como nosotros— de la polarización entre quienes están volcados en favorecer la continuidad de la actual coalición de izquierdas, asociada a los separatistas, y quienes se esmeran en blanquear a Vox para hacer digerible un gobierno de Feijóo con Abascal.
"Existe una tercera opción que es que PP y PSOE, los dos grandes partidos lleguen a acuerdos en materias fundamentales sin necesidad de irse a los extremos", dijo Motos. "Y no pasa nada, que no es la primera vez que pasa".
Yo soy mayor que él y lo corroboro, con el añadido de que siempre ha sido para bien: desde los pactos de la Moncloa de 1977, hasta la enmienda que arregló el estropicio del "sí es sí" este 2023, pasando por el consenso constitucional, los pactos para el desarrollo autonómico, el pacto antiterrorista, la investidura de Patxi López como lehendakari, el tramo final de la negociación con ETA, la última investidura de Rajoy, la abdicación de Juan Carlos I, la aplicación del 155 en Cataluña, las primeras medidas contra la pandemia, la posición sobre la guerra de Ucrania o la elección de Collboni como alcalde Barcelona.
"Conozco a muchos que quieren votar a quien tenga más opciones de cerrar el paso a Vox, sin necesidad de apoyarse en radicales de igual laya"
Me dejo unos cuantos grandes acuerdos más y por supuesto una retahíla mucho mayor de desacuerdos. Pero no ha habido una sola vez en la que, a lo largo de casi medio siglo, lo pactado entre PP y PSOE no haya merecido un altísimo respaldo social.
Y muy pocas veces en las que sus grandes desavenencias no hayan creado fisuras en la concordia nacional. Se puede gobernar con la mano tendida y ejercer de leal oposición sin desdoro ni del adjetivo ni del sustantivo.
Mal que bien, España lleva camino de desembarazarse del sector más extremista de Podemos y está consiguiendo mantener a raya al separatismo. Lo primero se lo deberemos a la fría determinación homicida de Yolanda Díaz y lo segundo en buena parte a la habilidad de Sánchez, engañando a unos y escabulléndose de otros.
Pero nos queda viva y coleando la tercera gran amenaza populista engendrada en el crisol de la crisis financiera de hace década y media. Me refiero a la extrema derecha que canaliza las frustraciones de parte de la población con una mezcla de oportunismo egoísta y fanatismo reaccionario.
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Vox reúne todas las fobias de los nacionalismos extremos contra los migrantes, contra las élites intelectuales, contra los sexualmente diferentes y por supuesto contra el europeísmo y la globalización. Vox es un peligro real que amenaza con emponzoñar la convivencia, reavivar los otros dos populismos y generar una escalada de la tensión como la que sirvió de preludio a nuestras grandes tragedias.
Vox es una bomba de relojería que debemos desactivar, tratando de persuadir a sus votantes y manteniendo fuera de las palancas del poder nacional a sus dirigentes. Basta ver el perfil, la inepcia y la conducta de quienes han logrado altos cargos en el ámbito autonómico o municipal para darse cuenta de que no cabe esperar de ellos pragmatismo y contención. Actúan como apóstoles de una guerra ideológica, sin otra prioridad que dar testimonio de su evangelio y perseguir a los infieles.
Conozco a muchas personas que quieren votar a aquel que tenga más opciones de cerrar el paso a Vox, sin necesidad de apoyarse en radicales de igual laya. Si Sánchez tuviera posibilidades reales de ganar las elecciones y mostrara a la vez arrepentimiento y propósito de la enmienda respecto a sus malas compañías de estos años, podría atraer a última hora a esos indecisos.
[Opinión: El 'Compromiso Histórico', versión Feijóo]
Sobre todo, una vez que Feijóo ya ha comprometido la abstención del PP, si el líder del PSOE encabeza la lista más votada. Algunos amigos socialistas se indignaron por el paralelismo que hice el domingo pasado entre ese gesto y el Compromiso Histórico ofrecido por Berlingüer a la Democracia Cristiana de Aldo Moro.
Aducen que Feijóo no es de fiar, sin reparar en que, comparado con Sánchez, es el Príncipe Constante. Lo que ocurre, en el fondo, es que no tienen la menor intención de cambiar el nefasto sistema de alianzas que ha incluido a Podemos, Esquerra y Bildu.
O sea que Sánchez ofrece más de lo mismo: "coalición progresista", según él; "gobierno Frankenstein", según sus adversarios. Y además resulta que, como constataba el jueves Kiko Llaneras en El País —por fijarnos en un medio imposible de incluir en ese "noventa por ciento" que Sánchez percibe en su contra—, la distancia entre PP y PSOE sigue siendo de 6,6 puntos en el promedio de encuestas.
La suerte no está echada porque Sánchez es hoy un vendaval desatado y Feijóo se limita a aguantar sus tarascadas. En tres semanas todo podría dar la vuelta, pero lo sensato es convertir en premisa la hipótesis más altamente probable. ¿Qué hará Sánchez si gana Feijóo y se encuentra ante la misma necesidad que Mazón o la patética Guardiola, es decir gobernar con Vox para evitar el surrealismo de otra repetición electoral?
"Sánchez se llamó andana en El Hormiguero, pero no podrá seguir haciéndolo, a menos que gane las elecciones a mayor gloria de Tezanos"
En ese momento del itinerario lógico es en el que interviene Motos, interpelando al presidente, durante el que para mí siempre quedará como minuto de oro de su programa:
—Igual está usted un poco más cerca, a las malas, que Feijóo de evitar eso. Porque a lo mejor Feijóo gana como gana y tiene la necesidad o la tentación de pactar con Abascal para gobernar… pero usted puede evitarlo. Yo entiendo que usted no lo haga por Feijóo y por todas las cosas que le ha hecho el PP. Pero ¿no lo haría por lo españoles? Que no llegase al poder Vox porque usted lo evita.
—Primero voy a ganar las elecciones, vamos a ser primera fuerza política y vamos a tener más escaños y la ciudadanía tiene que ser consciente…
—¿Lo sabe usted? ¿Digo si sabe usted que va a ganar las elecciones?
—Yo salgo a ganar las elecciones…
—¿No se lo habrá dicho Tezanos?
Sánchez se llamó andana en El Hormiguero, pero no podrá seguir haciéndolo, a menos que, en efecto, gane las elecciones a mayor gloria de Tezanos y nos haga callar a todos. Si no es así y la aritmética parlamentaria sólo deja esas dos salidas infernales o la abstención del PSOE en la investidura de Feijóo, la pregunta de Pablo Motos se abatirá sobre Sánchez y le perseguirá de por vida, si no es capaz de afrontarla con altura de miras.
—¿No lo haría por los españoles?
Fue lo más parecido al "no te preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país" de JFK.
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"Da la impresión de que los españoles quieren que vuelvan el centrismo y la estabilidad". Esto no lo dice Pablo Motos ni el director de EL ESPAÑOL, sino The Economist. Pero el semanario británico hace cuatro certeras consideraciones que invitan a la frustración:
1.- "Ningún partido parece tener apoyo suficiente para conseguir una mayoría rotunda".
2.- "El señor Sánchez ha rechazado la oferta del señor Feijóo de que gobierne el partido que consiga más votos, liberándole de tener que recurrir a los extremos".
3.- "España parece condenada a nuevas disputas de coaliciones con al menos un partido desagradable para una gran mayoría de españoles de nuevo en el Gobierno".
4.- "Esto va a suceder porque existe un condicionante del que nadie se atreve a hablar: aunque la mayoría de los votantes se sienten próximos al centro, en España, a diferencia por ejemplo de Alemania, no hay tradición de grandes coaliciones".
"A menudo lo más importante de un gesto unilateral es su valor como semilla que hace germinar la reflexión en el adversario"
No voy a negar que me gustaría ver un día un Gobierno con las mejores cabezas del PP y el PSOE. Cualquiera que les escuche en privado, se dará cuenta de que entre ellos hay menores discrepancias que las que cada uno mantiene con su respectivo extremo. Pero como eso son palabras mayores, me limitaré a reiterar el compromiso que formulé el miércoles ante nuestra Junta General de Accionistas:
"El 24 de julio cuando toque barrer los confetti de la fiesta del vencedor, cuando vuelvan al bolsillo los pañuelos que habrán secado las lágrimas del perdedor, EL ESPAÑOL apelará de nuevo a la colaboración de los dos grandes partidos cuyos encuentros y desencuentros han vertebrado la historia del último medio siglo".
"Y apelaremos a ellos tanto para facilitar la investidura de quien pueda presidir el Gobierno durante la próxima legislatura como para fomentar los grandes pactos de Estado que faciliten la gobernabilidad y permitan afrontar los problemas clave de los españoles con las luces largas que van más allá de la alternancia democrática".
"No somos utópicos ni extraterrestres. Muchas veces hemos sido la voz que clama en el desierto, pero no siempre tiene que suceder así. Hubo grandes pactos entre el PP y el PSOE y volverá a haberlos".
"Es lo que hizo el PSOE en la última investidura de Rajoy, sin que luego hubiera reciprocidad por parte de Casado. De la misma manera que Feijóo tampoco condiciona ahora su compromiso a que Sánchez se preste a liberarle del condicionamiento de Vox".
"Los hombres de Estado son aquellos que hacen lo conveniente para el conjunto de los ciudadanos sin supeditarlo a contrapartidas o réditos inmediatos. Y a menudo lo más importante de un gesto unilateral es su valor como semilla que hace germinar la reflexión en el adversario".
A fomentar esa reflexión fue destinada la pregunta de Pablo Motos. A ver quién contesta con un "no" a sus seis palabras y sigue considerándose patriota.