Si Sánchez cruzó este sábado el Rubicón es porque ya tiene todas las llaves de Roma en el bolsillo.

La investidura no está servida, pero sí emplatada. A menos que alguien tropiece en el trayecto entre la cocina y el comedor, el presidente en funciones obtendrá su nuevo mandato en el Congreso en tiempo y forma.

Queda la duda de si los cocineros levantarán las cloches de su guiso la semana próxima, la siguiente o al filo ya de ese lunes 27 en que concluye el plazo. Recuérdese, como curiosidad o antecedente, que Puigdemont logró su propia investidura un domingo por la tarde —el 10 de enero de 2016— tras las agónicas vueltas y revueltas de la CUP.

Yolanda Díaz, la socia lista.

Yolanda Díaz, la socia lista. Javier Muñoz

Lo que ya está claro es que, como advertía hace siete días Fernando Garea, va a ser Puigdemont quién, comiéndose sus propias palabras, "pague por adelantado". No le quedará otra que entregar sus siete votos a Sánchez antes de que el Congreso haya empezado a debatir la "condición previa" de la amnistía.

Pero al parecer eso ya no importa porque, según nos explicó el miércoles el Tom Hagen de Waterloo, la negociación progresa adecuadamente bajo "el principio de confianza". Todo un giro copernicano cuando, en su teatral comparecencia del 5 de septiembre, Puigdemont subrayó la "total falta de confianza entre las partes".

Si Sánchez comenzó ayer a hacer de su "necesidad" nuestra "virtud" es porque la pieza está ya en el zurrón. Algún día sabremos quién y cómo consiguió tal cambio de percepción en el dirigente prófugo.

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Hay que reconocer que la habilidad con que Moncloa está llevando a cabo el trato con Puigdemont es equiparable a su secretismo. Entre otras cosas porque, al mantenernos a todos a oscuras, Sánchez ha ido ganando tiempo y ventaja negociadora.

Muchos hemos dado por hecho que va a vender el régimen del 78 y los valores de la Transición con tal de seguir precariamente en la Moncloa y nada de lo que dijo ayer fue tranquilizador. Pero todavía eso no ha sucedido e incluso, si el muy improbable tropiezo final se produjera, bien podría alegar que ha sido su apego a los límites constitucionales lo que nos llevaría a la repetición electoral.

Fijémonos en los dos actores del drama. Nadie puede discutir a estas alturas ni la astucia ni la determinación de Sánchez a la hora de alcanzar sus metas. Zapatero suele reconocer que al menos en lo segundo es "incluso" mejor que él.

"Desde su impactante entrada en escena el 5 de septiembre, hemos descubierto que Puigdemont se está marcando un farol para camuflar su debilidad"

Pues bien, midiéndole por esos dos raseros, Puigdemont está demostrando ser, en cambio, un aficionadillo de provincias. Por eso lleva dos meses menguando.

Entre otros motivos porque su entrada en escena con el manifiesto del 5 de septiembre causó un gran impacto. Ahí quedó desafiante el guante de sus exigencias previas: amnistía sin renuncia a la unilateralidad, reconocimiento de Cataluña como nación y "mecanismo de mediación y verificación con garantía de cumplimiento".

Todo tan impactante como su presunta secuela: la negociación de un "acuerdo histórico" que desembocaría en el referéndum de autodeterminación.

Cuando un jugador de póker envida con esa fuerza sólo caben dos alternativas. O va a por todas con cartas muy buenas o se está marcando un farol para camuflar su debilidad. Desde entonces hemos descubierto que se trataba más bien de lo segundo. Incluso podríamos decir que también lo ha descubierto él.

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Porque ¿a cuántos y a quiénes tiene detrás Puigdemont, líder espiritual sin cargo orgánico alguno del quinto partido de Cataluña, con apenas el 11% de los votos en las últimas elecciones generales? Dábamos por hecho que le quedaba una gran capacidad de movilización sobre las bases del independentismo, similar a la que tendría el ayatola Jamenei sobre los creyentes iraníes en una encrucijada límite como la que, por cierto, podría avecinarse en Oriente Medio.

Pero, desde aquel órdago de Bruselas, esa capacidad se ha puesto a prueba tres veces con tres tremendos fiascos como balance. El primero, el de la Diada con menor convocatoria de los últimos años; el segundo, el del aniversario del 1-O con apenas cinco mil asistentes al mitin telemático de Puigdemont en el centro de Barcelona; y el tercero, el de la consulta del Consell de la República sobre el bloqueo a la investidura con un 4,5% de participación.

Cuando en una institución, ya de por sí fantasmagórica, ni siquiera vota la vigésima parte de sus 90.000 miembros, lo de menos es el resultado y lo de más su irrelevancia.

Si Puigdemont tuviera que decir "Estos son mis poderes", como el cardenal Cisneros al presentar su ejército, haría el más espantoso de los ridículos.

"Para Puigdemont el dilema es coger lo que le den o debatirse entre el exilio perpetuo y la cárcel por malversador"

Sólo podría mostrar a un abogado avispado, a medio camino entre el terrorismo y el narcotráfico, en calidad de consiglieri, un partido cuarteado por las banderías, una renqueante oligarquía con la empanada de la ambigüedad plasmada en el comunicado del Círculo de Economía y una Cataluña profunda, hoy por hoy desaparecida en combate.

La incapacidad de Puigdemont de aprovechar esta ocasión única para aunar fuerzas con Esquerra y reavivar el movimiento social que acompañó al procés han puesto en evidencia su debilidad política y su tinglado de cartón piedra. Moncloa le cogió muy pronto la matrícula.

De ahí que enseguida tuviera que conformarse con que el "hecho comprobable" de la oficialidad del catalán en la UE, como prerrequisito para apoyar a Francina Armengol en la votación sobre la Mesa, quedara reducido a un brindis al sol. Entonado, eso sí, con gran profesionalidad por el ministro Albares.

Y de ahí que al final el único contenido mollar que probablemente salga del horno de la negociación sea la autoamnistía del propio Puigdemont y sus seguidores, pese a que sea inevitable que también se beneficien los de Esquerra.

[Pedro J. en Telecinco: "Sánchez negocia con gran habilidad, Puigdemont cada día está más débil"]

La llamen como la llamen, al final se resumirá en impunidad a cambio de votos. ¿Puede ser esa una "necesidad virtuosa"? ¿Si Urdangarin, Mario Conde o Lola Flores hubieran tenido siete escaños de un partido monárquico, financiero o folclórico, en una conjunción astral así, tampoco se habrían sentado en el banquillo?

Tanto en este como en los otros capítulos del pacto de investidura es probable que haya expresiones y conceptos que nos llenen de vergüenza y que obliguen a pasar por el aro del impudor intelectual a la mayoría "progresista" del Tribunal Constitucional. Pero para corroborarlo, tendremos antes que leerlo.

Tampoco sabemos lo que ocurrirá después. Es decir, si lo hoy desinflamado volverá a inflamarse con la agitación emocional de un nuevo "Ja soc aquí".

Lo que sí sabemos es que esta batalla de Waterloo la está ganando la Moncloa porque mientras un Sánchez en plena forma podría volver a apostar en el tapete electoral —su desventaja en el sondeo de hoy es similar a la de un mes antes del 23-J—, para Puigdemont el dilema es coger lo que le den o debatirse entre el exilio perpetuo y la cárcel por malversador.

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He llegado pues a la conclusión de que Sánchez se merece ser investido. Vaya que si se lo merece. Porque para penitencia, la que sucederá a este pecado, cuando quede patente la misión imposible de gobernar con un guirigay de socios tan dispares. Podrá morir calcinado o por hidrocución, de un síncope repentino o consumido lentamente, pero sólo una nueva concatenación de esos milagros que "suceden rara vez" le permitiría sobrevivir a una legislatura así.

Ni Junts —el partido más pro-Israel que hay en España— apoyará una política exterior aceptable para Podemos; ni el PNV ligado a la gran industria vasca, una política antiempresarial como la que Yolanda Díaz ha logrado colar al PSOE en su programa de coalición. Y, a diferencia de la pasada legislatura, Sánchez los va a necesitar a todos al mismo tiempo para sacar adelante cualquier iniciativa.

El protagonismo adquirido por la líder de Sumar es sin duda el fenómeno más inesperado del interregno que media entre las generales y la investidura. Primero con su visita precursora a Puigdemont, después con su amago de propuesta entreguista de amnistía y ahora con esa hoja de ruta que hundiría la competitividad de nuestra economía a base de incrementar los costes laborales y fiscales de las empresas.

"Pese a su mediocre resultado electoral, Yolanda Díaz ha ido afianzando su posición durante estos meses"

Pese a su mediocre resultado electoral, Yolanda Díaz ha ido afianzando su posición durante estos meses, multiplicando sus comparecencias públicas con su estilo zalamero y cercano, desprovisto de la áspera agresividad de Pablo Iglesias. Aunque desde Moncloa se han desautorizado algunos de sus gestos, ella siempre ha terminado arrastrando al PSOE hacia la izquierda.

Mientras el foco estaba puesto en la negociación con los separatistas, Yolanda ha ido tejiendo con paciencia la tela de araña de ese programa definido como "de cero a tres años" por Felipe González. Todo indica que el expresidente quería tildarlo de infantiloide, pero lo que también le cuadra es que hasta un niño pequeño lo entendería.

El resumen del resumen es bien sencillo: todos trabajaremos menos y cobraremos más, las empresas que aumenten los beneficios pagarán impuestos extraordinarios que enseguida se convertirán en permanentes y los aviones contaminantes dejarán de surcar los aires mientras los trenes limpios y veloces festonean nuestra tierra. Socialismo para dummies.

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El "ya está bien" de Garamendi y hasta el aldabonazo de Imaz, advirtiendo de que Repsol podría trasladar sus inversiones estratégicas a otros países, no le vienen mal a Sánchez. Sobre todo ahora que necesita camuflar con el barniz del "progresismo" un pacto con un partido meapilas que se escandaliza porque el arzobispo de Barcelona no trasladara al Papa que, cuando bendijo una imagen de la Moreneta, tenía que haberlo hecho en catalán.

La indignación de la petrolera, a la que nadie propuso ayudar cuando perdió siete mil millones en el bienio 2019-2020, la alarma en el sector sanitario ante el riesgo de que después de tres ministros razonables —Illa, Darias, Miñones— Yolanda pudiera imponer a la figura divisiva de Mónica García o el hundimiento del sector inmobiliario tras las medidas exigidas por Podemos, son para Sánchez meras incidencias en el trayecto.

De momento puede compensarlas poniendo el foco en la buena marcha del empleo con récord histórico de cotizantes y en el colchón que le siguen proporcionando los fondos Next Gen. Cuando ese maná deje de caer del cielo y la economía se estanque, después de las elecciones europeas, ya estaremos en otra fase de la saga/fuga de Pedro el Grande con la Presidencia del Consejo de la UE o la Secretaría General de la OTAN como oscuros objetos de deseo.

[Los empresarios estallan y acusan a PSOE y Sumar de "dar una patada" a 45 años de trabajo del diálogo social]

Todo eso entra en los cálculos de Yolanda Díaz. Puede que, a medida que siga insistiendo en sus argumentos esbozados este sábado, Sánchez convenza de las bondades de la amnistía a una parte del 44% de votantes del PSOE que, según nuestro sondeo de hoy, sigue oponiéndose a ella. Pero el desgaste va a ser intenso y la patente falta de un liderazgo de recambio permite especular con un hundimiento similar al de los partidos socialistas en Francia e Italia cuando llegue la era post-Sánchez.

Ese sería el momento en el que Yolanda Díaz intentaría convertirse en referencia y esperanza del conjunto de la izquierda, presentándose como una genuina socialista capaz de aunar a todos los progresistas frente a la derecha. Es obvio que tiene en la cabeza la forma en que Massimo D’Alema —procedente como ella del PC, aglutinador como ella de una macedonia rojiverde— llegó al poder en Italia. O la forma en que Mélenchon se ha erigido en líder de la izquierda francesa.

A esa hoja de ruta cabe oponerle, claro, la reflexión de que es más fácil imitar el pasado en otros países que imaginar el futuro en el propio. Seguro que Sánchez y su equipo de confianza piensan, además, que la otra cara de la moneda de tener una socia tan lista es la alta probabilidad de que haya un momento decisivo en el que se pase de lista.