Todo parece calcado de uno de los episodios clave de la Semana Santa en la que entramos. El ambiente tumultuario de las últimas sesiones del Congreso queda perfectamente reflejado en las descripciones que los Evangelios -sobre todo el de San Marcos- hacen del diálogo de Poncio Pilatos con la multitud congregada bajo su balcón.
Mediante la manipulación y la intriga se condena a muerte a alguien que es inocente y se deja en libertad, entre aclamaciones, a un acusado de "sedición". Es imposible no reaccionar con una mueca irónica al constatar que el delito que se imputaba a Barrabás es el mismo por el que habría sido condenado Puigdemont si no hubiera huido de España. Con la coincidencia adicional de que también entonces había muerto una persona que pasaba por allí, como el turista del Prat.
La antinomia resaltada por el Nuevo Testamento dejaba en evidencia tanto al pretor romano como a la plebe. Es lo que ocurre ahora con Pedro Sánchez y sus centuriones, excitando los peores resortes del Grupo Socialista. Quién hubiera dicho que la nueva ministra de Igualdad, la moderada Ana Redondo, se iba a poner a chillar como lo hizo el miércoles.
Es verdad que Isabel Díaz Ayuso es mucho menos mansa que el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo y que de este pulso no sale impoluta. Habrá que esperar al desenlace, pero los malabarismos fiscales de su pareja ponen en cuestión su criterio selectivo y antes o después le abrirán una encrucijada existencial. Lo cual, por cierto, podría decirse de esa gran mayoría de mortales cuya razón se ve cegada por los sentimientos o atorada por la conveniencia en algún momento de la vida.
Y desde luego Ayuso es responsable de la forma en que su jefe de Gabinete maneja la relación con la prensa. Por muy privados que sean, un alto cargo no debe mandar mensajes intimidatorios. Entre otras razones porque le convierten en rehén del uso que haga de ellos su receptor.
Yo tardé años en contar las amenazas de Felipe González cuando investigábamos los GAL y en EL ESPAÑOL hemos recibido recados muy antipáticos de casi todos los bandos y nunca hemos puesto el grito en el cielo. Pero cada cual tiene su libro de estilo y su estrategia marketiniana.
Unos se agarran a cualquier clavija medio templada para reforzar su identidad mediante la confrontación, al estilo de aquellos tiempos en que Polanco decretaba que el PP era "un peligro para la democracia". Otros preferimos amortizar el tremendismo de los agravios, dar por no escuchadas las palabras banales, e instar a nuestros lectores a centrarse en los hechos verdaderamente graves: "¡Españoles, a las cosas!".
De cualquier manera, no deja de ser remarcable que quienes se rasgan las vestiduras porque se revelara la identidad de los sabuesos que trataban de averiguar si se habían hecho obras ilegales en el piso en el que vive la presidenta -antes investigábamos crímenes de Estado, ahora alicatados de cuartos de baño-, no movieran una pestaña cuando la ministra de Hacienda y la Fiscalía divulgaron datos confidenciales de un contribuyente.
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Pero esa doble vara de medir encaja con la sideral desproporción entre los reproches que pueda merecer Ayuso y la cacería furiosa emprendida contra ella desde la propia cabecera del banco azul. Las exigencias de dimisión sin motivación alguna, los denuestos sobre el "testaferro con derecho de roce", la ansiedad y algarabía que suscita su figura, retumban en los oídos como el clamor del "¡crucifícalo, crucifícalo!" que señalaba al "Rey de los Judíos".
¿Por qué gran parte de la izquierda odia tanto a Ayuso? Tal vez porque ha encontrado en ella la horma de su zapato a la hora de simplificar los mensajes en la comunicación política de un mundo polarizado.
Ayuso nunca se calla y siempre dobla la apuesta y hay que decir que comparar al gobierno de Sánchez con la banda de Pablo Escobar es una barbaridad. A este paso terminaremos invocando al Estrangulador de Boston. ¿No es hora de recomendar a ambas partes una buena infusión de ruibarbo como el cura propone al barbero en el capítulo sexto de la Primera Parte del Quijote "para purgar la demasiada cólera suya"?
"El juego de señalamientos cruzados entre Feijóo y Sánchez a costa de sus parejas nos ensucia en cierto modo a todos"
Un presidente que tanto se queja de que se le critique en el extranjero no puede comparecer en Bruselas para dar cuenta de la nueva estrategia militar de la UE y terminar pidiendo la dimisión de Ayuso como si fuera ella y no Putin quien hubiera invadido Ucrania.
Y desde luego un gobierno democrático no puede lavarse las manos en la bacinilla de Pilatos cuando una manifestación polémicamente autorizada por su delegado en Madrid, desemboca en un aquelarre en el que se corean gritos de "ladrona" y "asesina" ante la sede de Génova.
Ayuso no es la única persona que ha sido puesta estos días injustamente en la picota. Insisto en la demanda de presunción de honestidad para los líderes políticos y sus familias. Nadie ha aportado la menor prueba de que Begoña Gómez o Eva Cárdenas hayan desarrollado ningún tipo de tráfico de influencias en favor de ninguna empresa.
En el caso de la pareja de Feijóo la aparatosa acusación de María Jesús Montero estaba basada para mayor inri en una confusión periodística que quedó elegantemente aclarada por el medio que la publicó en cuestión de horas. Pero ni la "señora que habla como una metralleta", ni el presidente que gesticulaba en su apoyo, han presentado todavía disculpas al dueño de la denunciada Fundación Sargadelos.
Ese juego de señalamientos cruzados entre Feijóo y Sánchez a costa de sus parejas, es decir, allí dónde más puede dolerle a cada uno, nos ensucia en cierto modo a todos. Con el agravante que supone imaginar que Begoña Gómez y Eva Cárdenas han desarrollado actividades de intermediación que notables exdirigentes del PSOE y el PP realizan en lucrativa comandita al otro lado de la puerta giratoria, sin que a nadie parezca escandalizarle.
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Fijémonos ahora en el Barrabás de Waterloo. O mejor dicho en el Barrabás de Elna, ese pueblecito de la "Cataluña Norte" desde el que anunció su candidatura a la Generalitat, apoyándose no sólo en el procés blanqueado por el PSOE mediante los acuerdos de Bruselas; no sólo en las leyes de desconexión, la consulta del 1-O y la efímera Declaración Unilateral de Independencia; no sólo en los antecedentes golpistas de Macià y Companys; no sólo en la gloriosa pérdida de las libertades catalanas a manos del ejército borbónico en 1714.
No, todo eso es demasiado reciente para la construcción del mito. Puigdemont es desde este jueves el legatario de la rebelión de los "pagesos de remença" que en 1460 se levantaron en Elna contra el yugo de sus señores: ¡Catalanes de 2024, seis siglos de lucha por la independencia de la patria oprimida os contemplan!
Con ese preámbulo lo demás era perfectamente previsible. Para Puigdemont la amnistía que está a punto de recibir no es sino el reconocimiento de las culpas del Estado en relación con la sedición de 2017. O sea, el aval a su orwelliano ejercicio por el que la "mentira es la verdad".
De ahí que el sentido de su candidatura sea requerir la "restitución" de esa presidencia de la Generalitat que siente que le fue usurpada por la "cobardía" con que PP y PSOE aplicaron el artículo 155 de la Constitución. Coincido en el diagnóstico pero en sentido contrario: "cobarde" fue la tibieza con que aplicaron ese mecanismo.
"Comprar con la impunidad los 7 votos de una investidura será un estigma moral que acompañará siempre a Sánchez, pase lo que pase en Cataluña"
En definitiva, desde la perspectiva de Puigdemont, aquí no hay otro "reencuentro" que el de sus muy honorables posaderas con el trono que le pertenece. Ni otro proyecto que el de "completar la tarea" interrumpida en 2017 para alcanzar la independencia, mediante la negociación de un referéndum o, si ese camino no fructifica, mediante otra declaración unilateral. Como acaba de reconocer Turull, volverían a hacerlo "pero mejor".
Todo esto sería lógico -allá los separatistas que quieran tropezar en las mismas piedras del pasado para volverse cada vez más pobres y ridículos- si esta nueva oportunidad de Puigdemont no emanara del bochornoso mercadeo del 23-J.
Cambiar paz por territorios puede ser parte de una negociación digna; comprar con la impunidad los siete votos de una investidura será un estigma moral que acompañará siempre a Sánchez, pase lo que pase en Cataluña dentro de 50 días o de 50 meses.
Puigdemont se vanaglorió al jueves de haber convertido al líder del PSOE en el único jefe de un gobierno europeo que ha tenido que pactar su investidura en el extranjero y con un mediador internacional. Será con ese baldón con el que pasará a la historia Sánchez, por mucho que pida siete o setenta veces la dimisión de Ayuso.
[Editorial: Puigdemont convierte el 12M en un plebiscito sobre la independencia de Cataluña]
Todo se ha dicho ya, pero imaginemos que algún evangelista hubiera descubierto que no es que Pilatos se lavara las manos gratuitamente, sino que necesitaba los votos de un pequeño partido formado por amigos de Barrabás para poder seguir controlando al servicio de Roma el Consejo General de Judea. Eso es lo que ocurre en este caso.
Bueno, no todo se ha dicho ya. Siempre hay un argumento más cínico que el otro y ya era hora de que Pascual Sala, artífice y protector de las grandes barrabasadas socialistas en los años de plomo, echara su cuarto a espadas. Lo ha hecho el otro día en VilaWeb con una de esas pescadillas retóricas que se muerden la cola para bochorno del razonamiento lógico:
"La Ley de Amnistía, tal y como está configurada y de acuerdo con la exposición de motivos es constitucional porque persigue una finalidad constitucional, que es garantizar la convivencia ciudadana en Cataluña y en el resto de España, con relación a Cataluña. Como en la Exposición de Motivos la ley dice de una manera expresa que ésta es la finalidad que por otra parte es una de las finalidades que prevé el preámbulo de la Constitución -la convivencia democrática-, la conclusión sólo puede ser que la ley es constitucional"
Válgame el cielo, a qué abismo intelectual nos lleva esta gente. Ya nada es lo que es sino lo que el que manda nos dice que es. Por algo le explicó Humpty Dumpty a Alicia que el poder consiste en la capacidad de "poner los nombres de las cosas". Seguro que la mayoría del Tribunal Constitucional va a actuar en consecuencia.