Barcelona vivió ayer una jornada histórica en la que el filósofo Salvador Illa se convirtió en el primer no nacionalista que gobernará en solitario desde el restablecimiento de la Generalidad. Asumió el cargo en un acto solemne, pulcro y escueto del que debería tomar nota el propio protocolo del Estado.
Lo hizo citando a todos sus antecesores, tanto a los presentes —incluido el nonagenario Pujol, arrugado y melancólico— como a los ausentes Maragall y Puigdemont. También citó a Pericles a través de Tucídides para garantizar su compromiso con el servicio publico.
Pero la frase que de verdad le respaldaba era su cita favorita de Séneca: "Imperare sibi máximum imperium est". Illa es el único político de la actual generación que se compromete a dominarse a sí mismo.
En el Patio de los Naranjos bajo un sol húmedo que hacía urgente la amnistía meteorológica, varias generaciones de dirigentes del PSC y los hombres fuertes del PSOE celebraban la conquista de la plaza. A Bolaños le felicitaban como si el nuevo Molt Honorable fuera él y María Jesús Montero explicaba que no habrá problema con la financiación porque la clave no está en quien recauda sino en quien reparte.
Desde un rincón de la escena el presidente del Parlament Josep Rull y el expresidente Artur Mas contemplaban con sereno escepticismo la alegría de sus adversarios. De la comisura de sus labios se descolgaba una advertencia: la última palabra aún no ha sido dicha. Ni en Barcelona, ni en Madrid. Todo lo ocurrido la antevíspera sobrevolaba la plaza de Sant Jaume.
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Siempre he dicho que la realidad desborda nuestras elucubraciones. Hace poco más de un mes las Juventudes de ERC emitieron un comunicado oponiéndose frontalmente a la investidura de Illa y arremetiendo a la vez contra el "independentismo mágico". Pues bien, este jueves el voto de su secretaria general Mar Besses fue el decisivo para investir a Illa y quedó claro que al movimiento indepe ya sólo le queda la magia del ahora me veis, ahora no me veréis y pronto me volveréis a ver.
Pero esto no es nada comparado con la profecía de Xavier Salvador, que anunció en su última columna de Crónica Global que Puigdemont haría de "bombero torero" en la corrida de la investidura, sin imaginar que torearía a los Mossos en las callejuelas aledañas al Arco de Triunfo en compañía de Turull, dos agentes del cuerpo… y un bombero. Aunque sin manguera y fuera de servicio.
No es de extrañar que a Houdini le acompañara siempre la mala fama de que sobornaba a los policías que servían de atrezo a sus inverosímiles fugas de cárceles selladas en las que permanecía cargado de cadenas y candados cerrados con siete llaves. ¿Cómo podía hacerlo de otra manera?
Puigdemont lleva más de un año pagando a Sánchez con las siete monedas que primero le llevaron a la Moncloa pese a haber perdido las elecciones y desde entonces siguen permitiéndole continuar allí, aunque sea sin poder legislar y con respiración asistida para gobernar.
Si Puigdemont hubiera sido detenido y encarcelado, la disposición de Junts a contribuir a tumbar a Sánchez habría encontrado nuevos estímulos. Al menos en cuanto Llarena o el TC le hubieran devuelto la libertad. ¿Cómo no iba a dejar Marlaska entrar y salir de España a un prófugo de cuya voluntad depende que él siga siendo ministro?
"El Gobierno tenía la cómoda excusa de eludir su responsabilidad en la detención de Puigdemont alegando que las competencias están transferidas a los Mossos"
El Gobierno tenía además la cómoda excusa de eludir su responsabilidad, alegando que la competencia de seguridad ciudadana está transferida a los Mossos. Pero eso no es del todo así. Por algo Llarena ha pedido a Interior que le dé cuenta del operativo desplegado por la Policía Nacional y la Guardia Civil en las fronteras. A menos que le tomen doblemente el pelo, se encontrará con un folio en blanco.
Desde el punto de vista de la Generalitat —tanto de la saliente como de la entrante— la recompensa obtenida por la llegada y huida impune de Puigdemont puede medirse fácilmente en términos de margen de maniobra política. Es todo un símbolo que el conseller de Interior del gobierno de Esquerra en funciones, Joan Ignasi Elena, procediera de las filas del PSC.
Una vez que Puigdemont decidió venir, a los dos partidos les convenía que ocurriera lo que ocurrió, pues hubieran sido los grandes perjudicados por su detención y encarcelamiento. En el caso de Esquerra porque su traición al independentismo habría quedado magnificada por la ejecución de la orden de Llarena por un cuerpo policial bajo sus órdenes.
En el caso del PSC porque la investidura de Illa habría quedado aplazada al menos hasta el lunes y se habría celebrado después bajo la presión del victimismo que hubiera supuesto tener a su antecesor entre rejas. Si como reconoció Illa con gesto adusto, el jueves ya le tocó vivir un "día complejo", no es difícil imaginar cómo hubieran sido tanto ese como los posteriores si las circunstancias le hubieran obligado a intentar hacer de la aplicación de la amnistía su prioridad política.
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La única alternativa a la connivencia del Gobierno y el Govern con el prófugo es la ineptitud total tanto de los responsables políticos como de los mandos policiales. Es lógico que Feijóo pida la comparecencia urgente de Sánchez en el Congreso y los ceses de los titulares de Interior y Defensa, una vez que nuevo volvió a fallar el CNI.
El precedente de la gallarda dimisión de Antonio Asunción tras la fuga de Roldán sobrevuela el escenario. Sobre todo porque lo de ahora era mucho más fácil de prever y atajar que lo de entonces. Los Mossos sabían en qué lugar preciso de la ciudad y a qué hora iba a comparecer el huido.
Bastaba haber acordonado el estrado instalado con permiso municipal bajo ese Arco de Triunfo que, según Lorena Maldonado, simboliza el lugar por el que Puigdemont —y no sólo Puigdemont— se han pasado una vez más el Estado de derecho. O al menos haber controlado el acceso a través de las callejuelas adyacentes por las que el fugitivo y su escueta comitiva se dieron un tranquilo paseo, sin otro incidente que el cruce con un profesor de sadomasoquismo alternativo que salía de su Espacio Interdisciplinar con mirada obnubilada. La ciudad de los prodigios o Valle Inclán en Barcelona.
"Lo que queda en evidencia tras la fuga de Puigdemont es el hundimiento del prestigio y la credibilidad del Estado, dentro y fuera de España"
Ni siquiera en la escena de la persecución al fugado dentro de la cárcel de la película Primera Plana ha hecho un cuerpo policial el ridículo de forma tan patética como estos Mossos de guardarropía. Y las posteriores explicaciones de sus mandos sólo empeoran lo ocurrido.
La descripción por parte del mayor Sallent del momento en que varios agentes trataron de alcanzar a la carrera al Honda blanco en el que supuestamente huía Puigdemont, tras haber trocado su sombrero de paja por una gorra, parece extraída de una bobina del cine mudo de los incompetentes Keystone Cops. Y el argumento del conseller Elena de que "nadie preveía" que Puigdemont incurriera en "un comportamiento tan impropio" lo retrata como alma de cántaro. O sea, que cuando alguien que lleva siete años fugado se enfrenta al peligro inminente de su detención lo "propio" es que facilite el trabajo de la policía.
En el punto al que hemos llegado casi sería preferible que todos los involucrados fueran corruptos y malvados a que resultaran ser estúpidos e indolentes.
Porque lo que queda en evidencia es el hundimiento del prestigio y la credibilidad del Estado, dentro y fuera de España. Es inaudito que Sánchez sólo haya roto su silencio vacacional para felicitar a Illa con un tuit. Es como si nada de lo ocurrido le concerniera. Como si Cataluña ya fuera un territorio ajeno a su competencia, pero con un amigo a partir de ahora al frente. Vamos, como cuando António Costa era el primer ministro de Portugal. Esa significativa indiferencia es lo que mejor revela el punto al que hemos llegado.
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La prensa internacional se ha reído de España y ha elevado a Puigdemont a la condición de héroe de cómic. Pero más allá de la satisfacción de haberse burlado de los poderes constituidos, la vuelta "a casa" del líder de Junts significa que sigue siendo un prófugo de la Justicia obligado a vivir en Waterloo.
Es probable que su mito siga creciendo en la Cataluña profunda, pero ni a él ni a la cúpula de Junts debe haberles pasado desapercibido que apenas cuatro o cinco mil personas, la mayoría de edad avanzada, secundaron su dramático llamamiento a "acompañarle" hasta el Parlament. Seguro que a muy pocos les habrá importado haber sido utilizados como "extras" de este vodevil urbano, pero aun tratándose de una mañana de agosto, todo indica que al caudillo indepe empieza a fallarle la mano de obra.
Algunos de sus seguidores más conspicuos pensarán por otra parte que Puigdemont ha preferido apostar por las tablas de dejarlo todo como estaba. Y que ha dejado pasar la ocasión de obligar al Gobierno a retratarse a través de su mayoría en el Tribunal Constitucional, mediante unas medidas cautelarísimas que, si hubiera sido detenido, le habrían podido sustraer del imperio del Supremo.
"Durante no menos de seis meses Puigdemont podrá apretar a Sánchez pero no ahogarle"
En definitiva, la farsa de este jueves sólo ha servido para prolongar la anomalía con Puigdemont camuflando su incapacidad de bloquear la investidura de Illa con este alarde de agibílibus que seguirá dando que hablar durante un rato.
Cuando la espuma del episodio se desvanezca, la cruda realidad será que Puigdemont seguirá siendo rehén político de Sánchez mientras se tramite, ya sin urgencia alguna, su recurso de amparo contra la denegación de la amnistía. Durante esos no menos de seis meses Puigdemont podrá apretar a Sánchez pero no ahogarle.
¿En qué se traducirá eso? En que no apoyará unos nuevos Presupuestos —Sánchez tendrá que prorrogarlos por segunda vez—, pero tampoco Feijóo podrá contar con Junts para una moción de censura ni siquiera con el único objetivo de convocar elecciones. Con su visto y no visto del jueves, Puigdemont viene a asumir que el plato de su venganza tendrá que servirse bastante más frío.
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Con la novedad de que ahora ya tenemos otro elefante en la habitación llamado "financiación singular de Cataluña". Illa ha asumido la presidencia de la Generalitat a sabiendas de que el cumplimiento de su compromiso con Esquerra no estará en sus manos.
De su impreciso y escueto discurso de investidura, y sobre todo de su inteligencia cordial pero rocosa se deduce que él espera poder compensar lo que no consiga en ese terreno con otros logros que incidan en el bienestar de los catalanes. Pero Esquerra, sometida a un proceso congresual del que lo único seguro es que saldrá radicalizada, no va a aceptar que le den gato por liebre.
El compromiso es tan concreto en su sustancia —sacar a Cataluña del régimen común y limitar su aportación a la solidaridad— que Sánchez se va a ver obligado a huir hacia adelante, en pos de algo que se aproxime a lo firmado. Esto ya será un desastre en sí mismo pues implicará abrir el debate de la reforma del modelo de financiación con el condicionante de beneficiar a la segunda comunidad más rica.
"Después de Zapatero y el Estatut, de nuevo un gobierno socialista ha echado leña al fuego del victimismo catalán"
Cambiar la LOFCA o cualquier otra ley en esa dirección sería arrebatar a quien gobierne España la autonomía imprescindible para hacer política fiscal y no digamos para redistribuir la riqueza. El último que acaba de decirlo es el gurú económico de Sumar.
Por eso hay que detener a Sánchez a toda costa, a pesar de que hacerlo debilite la posición de Illa al impedirle cumplir lo prometido a Esquerra. Esperemos que el resto de barones socialistas, movilizados por el "hasta aquí" de Page, sean más eficientes al actuar al servicio de los intereses de los ciudadanos a los que representan, de lo que lo han sido este jueves los responsables de las fuerzas de seguridad. Puigdemont se nos puede escapar, la España constitucional no.
Y escribo esto con plena conciencia de que la irresponsabilidad de lo que Sánchez ha avalado es tal que incluso si ahora se logra detenerle, al privarle de la mayoría en el Congreso al menos para eso, tan sólo conseguiríamos sustituir un mal mayor por un mal menor. Porque lo que ya no tiene vuelta de hoja es que de nuevo un gobierno socialista —Zapatero lo hizo con la ocurrencia de que apoyaría "el Estatuto que venga de Cataluña"— ha echado leña al fuego del victimismo catalán.
Si la frustración por el fiasco del Estatut generó el procés, lo menos malo que puede ocurrir es que la frustración por el fiasco de la "financiación singular" lo reactive. Con la diferencia de que, si esta vez muchos catalanes vuelven a sentirse engañados, el PSOE no podrá culpar ni al Tribunal Constitucional ni al gobierno del PP.