Lo que venía semanas pronosticando se consumó el pasado domingo. Sánchez pronunció en Sevilla el discurso más maniqueo, peligroso y amenazador que hemos escuchado a un jefe de gobierno en casi medio siglo de democracia.

No podemos amortizarlo como una réplica parlamentaria cualquiera. Hay que dejarlo reposar para levantar acta de su gravedad. Tanto por sus fundamentos como por sus intenciones.

Como si la vida de la sociedad fuera una película infantiloide de buenos y malos, Sánchez dividió a los españoles, a los europeos e incluso al género humano entre los que "están del lado correcto de la historia" y los que no lo estamos.

CUESTA ARRIBA

CUESTA ARRIBA

Me incluyo entre los excluidos porque escuché que "ser socialista es estar en el lado correcto de la historia" y escuché que "los socialistas sabemos la verdad".

Además, me sentí descartado, no ya como periodista sino como ciudadano, con las dos cribas más ofensivas imaginables: "¿Quién va a defender la verdad si no lo hace el PSOE? ¿Quién va a defender la democracia si no lo hace el PSOE?".

Adiós, pues, al espíritu de la Transición, al consenso constitucional, a la transversalidad, al "pacto del abrazo" que firmó el propio Sánchez en 2016. Adiós al "reencuentro", excepto en Cataluña para justificar a Illa. Adiós a la política de reconciliación nacional y al compromiso histórico que defendían hasta los comunistas.

Y por supuesto adiós, al menos retórico, a la colaboración público-privada porque como dijo Sánchez hasta cinco veces "sólo desde lo público" se puede hacer progresar a la sociedad.

Así fue dicho, así ha quedado escrito. Adiós al centro, adiós a la moderación, adiós a la tercera España. O conmigo o contra mí.

Ese es el monopolio que reclama Sánchez acusando a los demás de deserción: "Durante décadas no estuvimos solos en esa causa. Mirábamos a nuestro lado y veíamos otras fuerzas ideológicas compartiendo esos ideales".

Ahora ya no. Ahora "ese pacto se resquebraja" porque "los conservadores están dejando caer el estandarte de la democracia frente a la deriva autoritaria" y porque "los liberales han pervertido sus principios al lado de propagadores del odio".

De ahí que "en España, Europa y el mundo sólo haya dos caminos: el del odio, el de la ultraderecha y la derecha rehén de ella... o el de la socialdemocracia".

Así fue dicho, así ha quedado escrito. Adiós al centro, adiós a la moderación, adiós a la tercera España. O conmigo o contra mí. Porque ni Page, ni Lambán, ni Lobato, ni Cándido Méndez, ni Susana Díaz, por no hablar de los históricos, caben tampoco ahí. Deben ser también odiadores con piel de cordero en el "extrarradio" del partido. O eres sanchista o estás en la fachosfera.

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Ojalá todo esto fuera puro y ramplón fanatismo, ideología zurda para dummies. Pero es mucho peor. Lo que realmente asusta de Sánchez no son sus pinturas de guerra, no es su máscara de hierro. Es el rostro sin maquillaje de una desaforada ambición de poder.

Tras una década como líder del PSOE y "casi siete" al frente del Gobierno, Sánchez nos anunció el domingo que, después "de meditar mucho qué hacer con mi vida", ha decidido "dar un paso al frente". O sea, como decía Felipe González, seguir "sacrificando mi libertad para que los demás tengan la suya".

Estamos de hecho ante la primera vez que alguien advierte que cuando lleve nueve años en el poder intentará gobernar 13 y sugiere que su horizonte puede extenderse hasta los 17, los 21 o los 25

¿Y eso hasta cuándo durará? Por supuesto, hasta el 2027, "con el objetivo de volver a gobernar en toda España". Pero luego hasta el 31, el 35 o el 39 pues de lo que se trata es de afrontar "los retos que marcarán el futuro de la humanidad a partir del 2030 y que España deberá asumir bajo nuestro liderazgo". La cita, como todas, es literal.

Adiós, pues, al debate sobre la limitación a dos mandatos de nuestro presidencialismo de facto. Aznar se la autoimpuso como antídoto a los abusos de trece años de felipismo. Aunque la crisis económica decidió por él, Zapatero siempre tuvo claro que no aspiraría a un tercer mandato. Cuando llegó la moción de censura, nadie imaginaba que Rajoy pensara en volver a presentarse.

Estamos de hecho ante la primera vez que alguien advierte que cuando lleve nueve años en el poder intentará gobernar 13 y sugiere que su horizonte puede extenderse hasta los 17, los 21 o los 25 para que su impronta tenga una proyección mundial: "O los socialistas españoles lideramos la renovación de las instituciones internacionales o poco de lo que hagamos en casa podrá prosperar".

Por supuesto que, tratándose de alguien con 121 escaños, un índice de popularidad del 26,5%, cercado por los escándalos y obligado a prorrogar el Presupuesto, todo esto parece el cuento de la lechera.

Por mucho que se sienta traicionado y ridiculizado, este lunes Puigdemont no podrá ir más allá de un inverosímil ultimátum que seguirá renovándose hasta que el TC le aplique la amnistía

Adobado, eso sí, por cuanto cinismo político haga falta. La ultraderecha deja de ser "tóxica", al menos por parte de Orban y Meloni, en el momento en que toca pactar con ella para colocar a Teresa Ribera en Bruselas.

Pero la quimera a medio plazo tiene una base aritmética de poder real a corto plazo que Sánchez ha decidido aprovechar para "aniquilar" políticamente -el verbo es de Lobato- a todos los que no le secunden. Y su nefasto discurso del domingo, tan desabrochado como todos los de Trump, fue la declaración de guerra contra más de media España. Tomémosla en serio porque Sánchez va a seguir en la Moncloa y va a intentar llevarla a cabo.

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Por mucho que se sienta traicionado y ridiculizado, este lunes Puigdemont no podrá ir más allá de un inverosímil ultimátum que seguirá renovándose hasta que el TC le aplique la amnistía. Y en el País Vasco el PNV sabe que depende de los socialistas para que no les arrebate el poder Bildu. Ninguno de esos dos rehenes apoyará nunca una moción de censura contra Sánchez.

Por otra parte, si alguien espera un desenlace fulminante fruto de las investigaciones judiciales en marcha, ya puede hacerlo sentado. Sigo pensando que tanto el asunto de Begoña como el del hermano de Sánchez tienen más significado político, por lo que implican de abuso de poder, que sustancia penal.

Lo que no hay que olvidar es el papel de Ábalos, por qué Sánchez le dio tanto poder y por qué nunca persiguió sus fechorías. Ese será el elemento crucial para evaluar al presidente

Además, será difícil que el competente juez Hurtado logre desenmarañar la espesa madeja que la Fiscalía y la Abogacía del Estado están tejiendo para impedirle averiguar quién filtró delictivamente los datos fiscales del novio de Ayuso. No hay mejor manera de proteger al culpable que alegar que existen 499 sospechosos. Veremos qué resulta del volcado de los teléfonos de Lobato y el propio García Ortiz.

Lo que con toda seguridad tendrá más consecuencias penales será el caso Ábalos, pues los indicios contra él se acumulan de forma abrumadora. Pero hará falta tiempo e impulso procesal para investigar todas las ramificaciones de las confesiones de Aldama y de lo ya averiguado por la Guardia Civil.

Sólo la trama de las carreteras, denunciada de momento con insuficiente precisión, requerirá de minuciosas pesquisas, adjudicación por adjudicación. El ministro Óscar Puente ha aportado datos que ponen en entredicho el relato de Aldama, pero a la postre será otro Puente -el instructor del Supremo Leopoldo Puente- quien le de credibilidad o no.

Compás de espera, durante el que no debería olvidarse ni un solo día cuál fue el papel de Ábalos, por qué Sánchez le dio tanto poder y por qué nunca persiguió sus fechorías. Ese será el elemento crucial para evaluar al presidente.

El peligro reside en que Sánchez no va a quedarse cruzado de brazos durante ese compás de espera. Como nos anunció Garea en sus crónicas del Congreso de Sevilla, la acorazada tortuga romana en la que el líder mantiene atrincherado al PSOE ha pasado a posición de ataque contra el "golpismo" político, mediático y judicial.

En el discurso de Sánchez volvió a aparecer el totum revolutum de "una internacional conservadora y una internacional ultraderechista que colaboran y se apoyan mutuamente, reforzadas a su vez por un amplio entramado de empresas, medios de comunicación, tabloides digitales y agentes de la desinformación", integrados por supuesto en la "máquina del fango".

Por las mismas que su número dos llama "golpista" a Feijóo, Sánchez puede llamarles "negacionistas" a Mazón y a los demás líderes autonómicos del PP. Lo son porque él lo dice

Es el "¡a por ellos!" del PSOE que explica que María Jesús Montero anuncie leyes contra la "impunidad" de los medios, que el ministro con cien millones para la digitalización se lance al asalto de Madrid o que el jefe de prensa del partido vuelva con galones a ocuparse de la comunicación del Gobierno.

Es el persistente avance de la "patología de la mentira institucional", en certera explicación de Joaquín Manso en el aniversario de la fundación de El Mundo: "Se confunde interesadamente un problema real, como es el de la desinformación, con exclusivas tribulaciones políticas o personales para hacer así indistinguibles las certezas de las falsedades".

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Como muestra, el presidente aportó un ejemplo especialmente repudiable por lo que implica utilizar una tragedia con más de doscientas víctimas mortales: "Nadie duda hoy -proclamó campanudo Sánchez- de que en Valencia la tragedia de la DANA no hubiera sido tan catastrófica si en lugar de un Gobierno 'negacionista', hubiéramos tenido un gobierno autonómico presidido por Ximo Puig".

Es una de las frases que más delatan su impostura. Es imposible que se la crea. Pero no importa.

Por las mismas que su 'número dos' llama "golpista" a Feijóo, Sánchez puede llamarles "negacionistas" a Mazón y a los demás líderes autonómicos del PP. Lo son porque él lo dice.

Y, sin embargo, de lo que "nadie" puede "dudar" a la luz de ese conocimiento científico que tanto invoca el presidente, es de que la única forma de haber evitado la riada implicaba que Teresa Ribera y Ximo Puig hubieran impulsado en comandita las obras hidráulicas destinadas a impedir que el barranco del Poyo se convirtiera en la lanzadera de un misil.

La máquina de guerra de Sánchez soslaya estos hechos fundamentales y llega al descaro de convertir a la delegada del Gobierno Pilar Bernabé en la nueva daifa

Como también es indudable que, si la Confederación del Júcar hubiera dispuesto de los sistemas de alerta temprana existentes en otras cuencas y no hubiera mantenido un misterioso silencio en las dos horas previas al desbordamiento del barranco, el aviso a la población se habría podido enviar antes y con mucha mayor precisión.

Pero la máquina de guerra de Sánchez soslaya estos hechos fundamentales y llega al descaro de convertir a la delegada del Gobierno Pilar Bernabé en la nueva daifa o huésped de honor de la Ejecutiva del PSOE en la siempre disponible habitación con vistas de la Secretaría de Igualdad.

El desafío es flagrante cuando la delegada dijo casi a la vez que Mazón que la DANA pasaría a las seis de la tarde, tuvo igual o menor participación que Mazón en el CECOPI y estaba tan legalmente facultada como Mazón para solicitar esa noche la declaración de Emergencia Nacional.

Alguien podría pensar que Feijóo debería aprender de Sánchez a hacer que los suyos siempre parezcan los héroes y los adversarios los villanos. Pero también cabe alegar que, a medida que el presidente se descubre, no comportarse como Sánchez, en definitiva, no ser Sánchez, empieza a convertirse en condición necesaria para resultar creíble.

Ya lo dijo Zapatero, aunque no quiso relacionarlo con la realidad que nos devora: "En democracia es mejor que quien esté en el poder sea quien menos lo ame"

Lo bueno de que las cartas estén sobre la mesa es que ya sabemos a qué atenernos. A la conversión de los impuestos extraordinarios en impuestos ordinarios, a la apropiación de la publicidad institucional para repartirla entre los adictos, al acoso a la libertad de empresa, a la 'okupación' de todas las instituciones -ahora van a por la CNMV- y al horizonte de perpetuación en el poder para hacer de España el país más nominalmente de izquierdas de Europa.

El Congreso del PSOE era para santificar eso. Para lanzar la nueva candidatura a la Moncloa de un líder más desinhibido que hasta ahora. Para doblegar en el feroz derrape de la cuesta arriba la resistencia de los españoles que no pensamos como él. Para hacer a Sánchez grande otra vez, empequeñeciéndonos de nuevo a los demás.

No vienen meses fáciles para la disidencia. De ahí que convenga aferrarse a las recomendaciones de dos expresidentes del Gobierno. La tan vituperada como impecablemente democrática de Aznar: "Quien pueda hacer, que haga". Y la que todos los delegados escucharon decir a Zapatero como cierre de su intervención, sin que nadie -ni él mismo- pareciera querer relacionarla con la realidad que nos devora: "En democracia es mejor que quien esté en el poder sea quien menos lo ame".