La Fundación del Español Urgente que promueve la RAE se ha equivocado al elegir 'DANA', o ya más bien 'dana', como palabra del año 2024. Por mucho que entre con minúscula en el Diccionario, no dejará de ser el acrónimo en forma de siglas de un fenómeno meteorológico: Depresión Aislada en Niveles Altos.

Una modalidad de azote caído del cielo, a la que hasta hace cuatro días llamábamos "gota fría". Algo que nunca trascendería del ámbito de la divulgación científica si no fuera por sus consecuencias devastadoras.

El jurado habría estado más cerca de acertar si hubiera elegido riada, poniendo el foco en la fuerza arrasadora del agua. Y habría dado en el blanco si se hubiera decantado por fango, que fue una de las finalistas, pues es el vocablo que mejor condensa el nuevo hábitat de degradación, suciedad y destrucción en el que, desde hace dos meses, tienen que moverse cientos de miles de valencianos.

Fango y más fango: el año de las dos riadas

Fango y más fango: el año de las dos riadas Javier Muñoz

A mayor abundamiento, esa opción hubiera tenido el valor polisémico de reflejar también lo ocurrido de forma metafórica y paralela en la vida pública española.

No faltará algún hiperventilado que alegue que Sánchez escupió al cielo y entonces llovió. Obviamente lo último que el presidente tenía en la cabeza cuando escribió su carta a la ciudadanía el 24 de abril es que la potente imagen simbólica que acuñó iba a materializarse de la forma más dramática posible el 29 de octubre.

Pero la invocación de la "máquina del fango", con la que Umberto Eco caracterizó una secreción marginal del periodismo, basada en la mentira y la extorsión, tampoco fue casual. Obedecía a una estrategia, tan calculada como su propio amago de dimisión, destinada a descalificar las noticias sobre las controvertidas actividades de su esposa y a presentarse como víctima de la mera apertura de una investigación judicial.

Si el trueque de la investidura por la amnistía marcará para siempre políticamente a Sánchez, esa carta fue el punto de inflexión en la degradación de su comportamiento como demócrata.

Del hombre que se presentó a cuerpo limpio a las primarias de 2014 venciendo al aparato, del hombre que renunció al acta de diputado antes que votar contra su conciencia, del hombre que —derrocado por la conjura de los boyardos— se echó a la carretera para apelar a las bases, del hombre que reconquistó la Secretaria General chafando de nuevo al oficialismo, del hombre que tuvo arrojo e inteligencia para ganar la primera moción de censura de la historia, se hubiera esperado algo distinto.

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De ese Sánchez se hubieran esperado tres cosas: una explicación completa de las actividades académicas y empresariales de su esposa; unas disculpas a cuatro manos por iniciativas nada estéticas como las cartas de recomendación a Barrabés o las llamadas pidiendo patrocinios; y un proyecto de ley regulando las incompatibilidades de los familiares de los miembros del Gobierno. Ahí se habría acabado el alboroto pues por mucho que siga escarbando el juez Peinado nada de lo que aflora tiene, en mi opinión, trascendencia penal.

Pero entonces ya dominaba en Moncloa una cultura muy distinta a la de los primeros años de Sánchez. Tras la salida de Iván Redondo y Bolaños del Gabinete, el relevo de Casado por el más consistente Feijóo y la mayoría absoluta del PP en Andalucía, la maquinaria del presidente se orientó a fomentar puerilmente la polarización. Su primer fruto fue el discurso contra "los señores de los puros" en el debate del Estado de la Nación del 2022.

El segundo hito en esta regresión destructora de consensos y concordias se produjo con la prestidigitación que supuso presentar como victoria la más amplia derrota sufrida en unas generales por un candidato instalado en la Moncloa y describir como "mayoría progresista" la amalgama heterogénea formada contra el PP.

El tensionamiento de la opinión pública para que tragara ruedas de molino sobre el papel de Puigdemont y Otegi en esa mayoría, ya había hecho descarrilar el debate político cuando comenzó 2024. En ese contexto la detención de Koldo García en febrero aceleró la creación de un nuevo escenario en el que el Gobierno quedó inexorablemente a la defensiva.

Sánchez no podía tolerar perder la pose de superioridad moral que había exhibido en sus debates contra Rajoy cuando le dijo "yo soy un político limpio" y contra Feijóo cuando recurrentemente le sacaba la tan añeja como irrelevante foto con el narco. Por eso ordenó pasar al contrataque del "y tú más".

De hecho, fue en marzo cuando desde la Moncloa y en connivencia con la Fiscalía General del Estado se decidió cruzar el umbral del delito para presentar al novio de Ayuso como un defraudador confeso. Todavía hay muchos españoles que no son conscientes de la gravedad de este episodio y siempre habrá que agradecer al juez Hurtado la profesionalidad con que está tratando de identificar a los culpables en medio del encubrimiento y la destrucción de pruebas.

La denuncia de la "máquina del fango que trata de deshumanizar y deslegitimar al adversario a través de denuncias tan escandalosas como falsas" no fue por lo tanto una improvisación emocional de aquellos cinco días de abril, sino un reflejo coherente mediante el "efecto espejo" de lo que ya venían haciendo Sánchez y los suyos desde hacía al menos dos años.

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A partir de ahí sólo quedaba la concienzuda huida hacia adelante contra los "tabloides digitales", el anuncio de leyes restrictivas de la libertad de prensa y el despojo de la publicidad institucional a los medios críticos. Como acaba de denunciar Feijóo, "ningún presidente había creado antes un algoritmo" para dejar fuera de las campañas de los ministerios incluso a un periódico como el nuestro que lleva siendo líder absoluto de audiencia durante diecisiete meses consecutivos y encabeza no sólo el ranking de usuarios, sino el del promedio diario, el número de visitas y el de páginas vistas. Ninguna agencia de publicidad dejaría de programarnos. Moncloa, sí.

Con lo que no contaba Sánchez es con que su metáfora del "fango deshumanizador" se iba a hacer realidad en Valencia a través de una tragedia descomunal. Y con que, al encuadrar su reacción a lo sucedido en esa estrategia de polarización extrema, él iba a quedar retratado como un enfangador deshumanizado.

Hoy domingo se cumplen dos meses de la mayor catástrofe natural acaecida en España desde que existen registros. En unas pocas horas la riada ocasionada por la DANA, a través del largo e inclinado cauce del barranco del Poyo provocó estragos inenarrables.

Aunque todavía los alcaldes no hayan sido informados por la Delegación del Gobierno de la identidad de los vecinos fallecidos en cada lugar, el hecho es que 223 personas murieron en 28 municipios.

Y esa pérdida de vidas humanas no es sino la punta del iceberg de la hecatombe que se abatió sobre un tercio de la provincia de Valencia. 845.000 personas resultaron afectadas en una superficie equivalente a 56.000 campos de futbol. 600.000 se quedaron sin agua potable y 150.000 sin luz.

Tres datos más prueban la magnitud de la destrucción: 2.000 viviendas inhabitables, 120.000 coches inutilizables, 300.000 toneladas de enseres desechables. ¿Hay todavía alguien capaz de argumentar que esa riada no imponía una declaración de Emergencia Nacional?

Hasta su terrible discurso en el congreso del PSOE de Sevilla resultaba incomprensible que Sánchez no la hubiera decretado. Ampararse en la ingenuidad de Mazón y en la complicidad de la recompensada delegada del Gobierno al no solicitarlo, era una excusa de mal pagador, verbalizada en aquel lamentable, "si necesitan más recursos, que los pidan".

Pero el 1 de diciembre le traicionó el subconsciente al cribar la descomunal desgracia por el cedazo de la polarización partidista. "Nadie duda hoy de que en Valencia la tragedia de la DANA no hubiera sido tan catastrófica si en lugar de un Gobierno "negacionista", hubiéramos tenido un Gobierno autonómico presidido por Ximo Puig".

La falsedad de la premisa —Mazón tiene de "negacionista" lo que el hipocorístico Patxi López de saleroso—, sugería que si la Generalitat hubiera seguido en manos del PSOE, su conducta como presidente habría sido distinta. Y que la riada se había convertido para él desde el primer momento en un escenario más de la confrontación política. Por eso bastó que volara aquel palo inane para que se fuera de Paiporta, por eso no asistió al funeral por las víctimas.

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Eso explica también que la única prioridad del Gobierno no fuera ni esté siendo movilizar todos los recursos del Estado para paliar los daños y acelerar la reconstrucción, sino que como mínimo reparta sus fuerzas en la vacua campaña sobre con quien comía y con qué tarjeta pagaba Mazón, mientras lo inevitable se desencadenaba.

Ni Mazón, ni Ximo Puig, ni Teresa Ribera, ni Óscar Puente, ni el mismísimo Sánchez. Aquel fatídico 29 de octubre nadie hubiera podido hacer nada para detener la riada. Ni ejerciendo de coordinador de emergencias desde un despacho, ni lanzando alertas a móviles sobre contingencias que se desconocían, ni hincado de hinojos en la catedral de Valencia.

Mucho más fiscalizable que la duración del almuerzo de Mazón es el "apagón informativo" de la Confederación del Júcar, tal y como consta negro sobre blanco en la delatora nota informativa del Ministerio de Transición Ecológica del 4 de noviembre.

A las 15,50 el caudal del barranco del Poyo era de 28,70 metros cúbicos por segundo y a las 18,55 era de 2.282. Casi ochenta veces más sin que hubiera mediado advertencia reglada alguna y sin que el señor Polo, presidente de la CHJ, el gran mudo de la DANA, llegara siquiera a mencionarlo en el CECOPI.

Pero, insisto, aunque este gravísimo fallo de detección no se hubiera producido, aunque se hubieran enviado los mails pertinentes sobre el súbito aumento del cauce, aunque la población hubiera dispuesto de mayor margen para desplazarse, tal vez se hubiera salvado alguna vida, pero la destrucción habría sido la misma.

Sólo si se hubieran hecho a tiempo las obras hidráulicas tantas veces aplazadas por los negacionistas del progreso que anteponen la conservación de las cañas a la de los enclaves humanos, la riada hubiera sido desviada, diseminada y finalmente diluida en el mar.

La alcaldesa de Torrent resumió a la perfección el drama de la pasividad preventiva cuando en el III Foro Económico de la Comunidad Valenciana planteó su dilema: "¿Qué les digo a los vecinos que me preguntan si deben reconstruir las casas que fueron arrasadas por la riada?".

O lo que es lo mismo: ¿Ofrecerá el Estado a la comarca afectada la misma seguridad y protección que para los habitantes de Valencia supuso la desviación del cauce del Turia tras las inundaciones del 1957 o habrá que colocarles ante la disyuntiva de seguir viviendo peligrosamente o tener que marcharse a otro sitio?

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Ahí es donde tendría que estar el foco del debate y no en intentar llevarse por delante a Mazón mediante la otra riada de fango impulsada desde la Moncloa a través del barranco de sus medios obedientes.

Para muestra, el botón de lo ocurrido cuando el diario al que Sánchez riega con el dinero que nos quita a los demás publicó que "la Fiscalía apoya que se investigue la posible responsabilidad penal de Carlos Mazón por la gestión de la DANA" y la agencia EFE difundió por toda España la noticia.

El problema es que era falsa —una fake new de libro— pues el ministerio público había pedido taxativamente la "inadmisión" de las siete querellas o demandas contra Mazón.

Esta pauta de conducta obliga a tener todos los ojos abiertos sobre la naturaleza, cuantía y celeridad de las ayudas a la DANA. Hasta ahora sólo la presencia recurrente de los Reyes —Mensaje de Navidad incluido— ha mostrado en el plano simbólico la "plenitud del Estado". Al Gobierno le corresponde hacerlo de manera contante y sonante para que el fénix de una nueva Valencia resurja en una España mejor.

Para ello 2025 debería ser el año en el que las "máquinas del fango" recogieran el barro que han ido diseminando. Pero todos sabemos que es mucho más fácil soltar a un genio maléfico que volverlo a encerrar en su lámpara. Y no digamos si eres un gobierno en archiminoría y con la Justicia pisando los talones a una organización criminal dedicada al tráfico de influencias, la malversación y el cohecho con ramificaciones en al menos cinco ministerios.