Que nadie más joven que yo se crea que la polarización y los odios abisinios han llegado a la España actual con las redes sociales.

Aquel domingo 12 de marzo del 2000 hasta los oyentes más furiosamente identificados con el alineamiento político de la cadena SER dieron un respingo cuando el director del programa A vivir que son dos días, Fernando Delgado, aseguró: "Los que asesinaron a Lorca, o lo que queda de ellos, votan al PP".

Por si fuera poco, uno de sus tertulianos añadió: "A García Lorca lo asesinó la derecha por ser maricón, la misma derecha que puede ganar hoy las elecciones".

Ese día se celebraban, en efecto, las séptimas elecciones generales de la democracia en un clima de incertidumbre que explicaba que hasta la propia mañana de la votación se echara de forma tan desaforada esa truculenta carne retrospectiva en el asador.

Arriba, recreación de Aznar en Génova celebrando su triunfo electoral; abajo, Rajoy, Zapatero y Sánchez en los restos de un barco hundido.

Arriba, recreación de Aznar en Génova celebrando su triunfo electoral; abajo, Rajoy, Zapatero y Sánchez en los restos de un barco hundido. Javier Muñoz

El último sondeo de Sigma Dos, publicado el fin de semana anterior, pronosticaba que el PP de Aznar ampliaría su "amarga victoria" de 1996, consiguiendo entre 164 y 170 escaños, mientras el PSOE y sus aliados de izquierdas rondarían los 160. La mayoría volvería a estar, pues, de nuevo en manos de Pujol, Arzalluz y Coalición Canaria.

Sin embargo, a la hora del escrutinio todas sus expectativas quedaron desbordadas y el PP obtuvo 183 escaños. Tras las tres mayorías absolutas de Felipe González en la década de los ochenta, era la primera vez que un partido de centro-derecha conquistaba esa cima desde la instauración de la democracia.

Este miércoles, al cumplirse los 25 años de aquel hito, un editorial de FAES ha recordado que esa noche Aznar hizo un comentario que el tiempo demostraría bastante voluntarista: "Hoy se ha acabado la guerra civil como argumento político".

Yo fui el depositario de esa confidencia y al repasar las notas de la conversación que mantuvimos cuando me llamó a las 0.35 horas, me doy cuenta de que compartí su diagnóstico y que por lo tanto estaba tan equivocado como él:

- Puedes estar orgulloso, es un gran triunfo personal. Te lo has merecido.

- Sí, han sido muchos años subiendo la piedra por la ladera, pero ha merecido la pena.

- Ahora se abren grandes posibilidades...

- Sí, porque hoy se ha acabado de verdad la guerra civil.

- Supongo que lo dirás como metáfora, porque la guerra civil acabó en el 39 o si acaso con la muerte de Franco...

- No, es hoy cuando se ha terminado la guerra civil como argumento político. La posibilidad de utilizarla contra alguien y que dé resultado.

- Sí, en ese sentido... Yo creo que es el triunfo de la España joven sobre la España vieja de los tópicos y las descalificaciones ideológicas.

- Hoy se han acabado los tópicos y los complejos. Tanto los tópicos de la ideología de los españoles, como los complejos sobre la estructura del Estado. Por eso te digo, créeme, Pedro, que es hoy cuando se ha acabado la guerra civil.

Yo incluso escribí que "lo que había saltado por los aires era la idea de que la alternancia democrática siempre estaría matizada por la percepción de que el centro-derecha era portador de una especie de hemofilia hereditaria que impedía coagular las heridas del pasado".

Y además que "había ocurrido para bien porque el milagro se había producido desde posiciones moderadas y como consecuencia de cuatro años de políticas centristas".

Ilusos de nosotros. Si Santa Lucía nos hubiera conservado la vista de las luces largas, nos habríamos dado cuenta de que a la vez que aquello suponía el final de la Transición, también era el inicio de la vuelta a las andadas.

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Desde una perspectiva que ya es histórica, es obvio que fue un error contribuir a encerrar a Aznar en su compromiso de no repetir como candidato, cuando terminara su segunda legislatura.

No porque la decisión fuera inconveniente tras el caudillismo felipista, sino porque su anticipación inexorable desenfocó la labor que le restaba en el Gobierno. Y eso que las buenas decisiones adoptadas en política económica en la primera legislatura impulsaron un ciclo de crecimiento tan sano como para llevar luego en volandas a Zapatero hasta las mismas lindes de la crisis financiera de 2007.

España no tenía deuda, convergía aceleradamente con Europa, reducía el paro por debajo de los dos dígitos y generaba tres ejercicios de superávit en las cuentas públicas. España "iba bien" porque además combatía eficazmente a ETA, arrinconaba al separatismo y contaba entre los grandes del mundo.

El inicio de la decadencia de España coincide con la crisis financiera. Pero ni Zapatero ni Rajoy tuvieron la visión o el brío necesario para relanzar un proyecto basado en la cohesión nacional

¿Se dejó llevar Aznar por su ansia de ganar la contrarreloj que él mismo se había autoimpuesto y resultó que el hombre que repudiaba los atajos buscó el suyo en la foto de las Azores, creyendo que, como Churchill o De Gaulle en Yalta, estaba colándose de rondón en la configuración de un Nuevo Orden?

A medida que pasa el tiempo estoy menos seguro de poder reprocharle eso, pero no cabe duda de que le falló el freno de mano de la prudencia. Y que otro tanto volvió a ocurrirle tras el 11-M.

Pero si en el primer volumen de mis memorias describí cómo Aznar quedó cegado por la "niebla de la guerra", en el segundo que se publicará este año explicaré cómo fueron otros los que deliberadamente cerraron los ojos cuando la bruma ya se había disipado.

Es un hecho objetivo que el inicio de la decadencia de España coincide con esa crisis financiera gestada y alumbrada fuera de nuestras fronteras. Pero también que, aunque Zapatero impulsara importantes avances en materia de derechos civiles y negociara con inteligente sangre fría el final de ETA y aunque Rajoy evitara que el rescate de España fuera más allá del sector bancario, ni el uno tuvo la visión ni el otro el brío necesario para relanzar un proyecto basado en la cohesión nacional.

Sánchez parecía un hombre capaz de devolver el vigor a una democracia alicaída, buscando el "pacto del abrazo" por el centro, manteniendo a raya la porfirofilia a costa de perder el sueño

Fueron dos gobernantes muy diferentes a los que me referí en mi intervención del 19 de diciembre de 2014 en el Ateneo de Madrid, con motivo de la presentación de mi antología de "Cartas del Director" correspondientes a sus mandatos:

Expliqué que el libro se titulaba Contra Unos y Otros porque, como le escribía Larra a su director Andrés Borrego, el año anterior a su suicidio- "durante todo este periodo he formado en las filas de la oposición: no habiendo un solo ministerio que haya acertado con nuestro remedio, me he creído obligado a decírselo así claramente a todos".

Pero en esa labor de oposición permanente, me había tocado vivir una inquietante paradoja. Por un lado "un líder de izquierdas, al que no respaldé casi nunca y al que critiqué con gran dureza casi siempre, dio un ejemplo de tolerancia y ‘fair play’, aceptando las reconvenciones más severas como parte de la normalidad democrática".

En cambio, "un líder de centro derecha para el que pedí tres veces el voto y al que acogí con claras muestras de apoyo, rompió todos los puentes y se lanzó ferozmente a mi yugular en cuanto vio comprometida su supervivencia política por sus SMS de apoyo a Bárcenas, publicados en la portada del periódico".

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El legado de cada presidente empieza a cincelarse al día siguiente que sale de Moncloa. ¿Terminará siendo el de Sánchez tan malo como, anticipadamente, empieza a parecernos hoy?

La forma en que alcanzó y reconquistó el liderazgo en el PSOE apelando por dos veces a las bases y la audacia con que llegó al poder, a lomos de la moción de censura, auguraban otra cosa.

Parecía un hombre capaz de devolver el vigor a una democracia alicaída, buscando el "pacto del abrazo" por el centro, manteniendo a raya la porfirofilia a costa de perder el sueño, jugando la baza de los indultos para desactivar el victimismo de los separatistas. Creíamos que no iba a pasar de ahí.

Pero el gran bofetón electoral andaluz y el relevo de Casado por Feijóo le llevaron al convencimiento de que sólo se perpetuaría en el poder levantando de nuevo el "muro" -la expresión es suya- entre las dos Españas.

Lo que Page define como la "carambola de julio del 23" le hizo incurrir en el disparate de colocar en su mismo lado de la pared a Junts y a Podemos y Bildu, amalgamando así al separatismo xenófobo con la extrema izquierda rupturista. A eso le llamó "mayoría progresista", sin ser lo uno ni lo otro.

A Sánchez le caben dos alternativas: romper con sus actuales socios y pactar con Feijóo presupuestos y elecciones anticipadas o perseverar en el intento de engañar a todos a la vez al mismo tiempo

Desde que empezó a constatar su debilidad endémica, Sánchez se ha embarcado en una huida hacia delante de tintes autocráticos, ocupando parcelas de poder mediático y empresarial, insultando y amedrentando a sus críticos con un ahínco sin precedentes.

Tras comprar la investidura con la amnistía -algo ya de por sí vergonzoso-, ahora, con tal de no afrontar una cuestión de confianza como la que ha tumbado a su homólogo portugués, acaba de entregar la política de inmigración a un partido que ya ha anunciado que utilizará el catalán como filtro en las fronteras.

Y esta semana ha empezado a consumar su anunciado propósito de gobernar "sin el Poder Legislativo", al sustituir el preceptivo debate y votación sobre la necesidad de rearme por una ronda de consultas informativas en la Moncloa con el hemiciclo vacío.

Su única consecuencia política es que el partido de Otegi, que sigue sin condenar a ETA, ha sido blanqueado en la sede del Ejecutivo mientras se le vedaba el acceso al partido de Ortega Lara, a pesar de haber votado en Estrasburgo lo mismo que Bildu, Sumar y Podemos sobre la política militar europea.

Una vez constatado que el único grupo dispuesto a apoyar un plan coherente con la nueva política de Defensa de la UE es el PP, a Sánchez le caben dos alternativas. La primera es hacerse una enmienda a la totalidad a sí mismo, romper con sus actuales socios y pactar con Feijóo un calendario, con presupuestos, elecciones anticipadas y estabilidad a la alemana.

La segunda vía es perseverar en el intento de engañar a todos a la vez al mismo tiempo, incluyendo ya a Trump, a la UE y a la OTAN, mediante el truco de llamar gasto de defensa al Salvamento Marítimo. Y a nadie le importará que Yolanda Díaz siga inscribiendo su inane discrepancia en las actas de los Consejos de Ministros.

Esta segunda opción implica seguir abrochando falazmente a Feijóo con Abascal para alentar el espantajo de la ultraderecha con el objetivo de apalancarse trece años en el poder. Es en lo que estamos para que algunos socialistas se hagan ricos, aunque España siga deshilachándose y enconándose ferozmente por el camino.

Me esforzaré para no negarle entre tanto al presidente ninguno de los logros que acumule, pero mientras este sea su proyecto, mucho me temo que el recuerdo de aquella noche de hace veinticinco años en la que por última vez me sentí gubernamental, seguirá alejándose en el retrovisor de la nostalgia.