Una chica violentada en un portal, cinco hombres detenidos y una manifestación multitudinaria "por unas fiestas libres de agresiones sexistas" son el otro balance de San Fermín. "No es no" en los carteles, en los pañuelos rojos y en las palmas de las manos al aire limpio de Pamplona.
Los asaltos a mujeres son una constante donde confluyen testosterona, ebriedad y depravación. Esta es una realidad asquerosamente cierta a la que cuesta aproximarse. Resulta llamativo que los pamplonicas hayan respondido con la misma lección elemental de lógica que ha esgrimido el Bundestag -"No es no"- para endurecer el Código Penal alemán contra los ataques sexuales en grupo.
Es perturbador que lo que debiera ser el abecé de la domesticación de las bestias se reivindique como virtud civilizadora en distintas latitudes. También que el repaso de las noticias relacionadas demuestre que los ataques a mujeres son episódicos en muchos países ricos, más allá de diferencias sociales y culturales.
Leo. Un tercio de las mujeres japonesas asegura haber sido acosada en el trabajo; un tercio de las universitarias estadounidenses ha sido víctima de algún tipo de asalto sexual a manos de sus compañeros y una de cada diez ha sido violada; Harvard intenta atajar los ataques sexuales en las hermandades de estudiantes; 40 periodistas francesas publican un manifiesto contra el "paternalismo lúbrico" de la clase política gala.
En Una mujer de Berlín, la autora alcanzó una sensibilidad depurada en la narración del mal cuando los ivanes hicieron valer su derecho de conquista en la capital del Reich. La violaron decenas y decenas de veces, como a otras dos millones de compatriotas, sin que sus vecinos hicieran nada por ayudarla: "¡Ve con ellos, nos estás poniendo a todos en peligro!". Sólo permitió publicar el libro después de su muerte y nunca quiso salir del anonimato.
La mujer es víctima propiciatoria de rapto, lo que conduce a la asunción de la violación como arma, como objetivo, como premio o como expresión de un sentido de la superioridad basado en el sometimiento y en el sufrimiento ajeno. Cuando sucede en un contexto bélico intentamos justificarlo apelando a los horrores de la guerra. Cuando sucede en casa, de forma reiterada, en pleno siglo XXI, en sociedades desarrolladas y en paz, todo intento de comprensión está condenado a estrellarse contra la maldad como sino y condición humanas.
En toda protesta organizada coexisten el repudio de un hecho con su mera constatación. Algo oscuro acontece cuando lo que debiera ser un crimen detestable adquiere visos de fatalismo hasta el punto de tener que recordar algo tan básico como que “No es no".