Se inicia una semana dominada (¡realzada!) por un gigante de casi dos mil metros: el Mont Ventoux, conocido como el gigante de Provenza. El jueves lo suben los ciclistas del Tour y por ello, pase lo que pase en los próximos días, hay algo grande reservado. Es previsible que los políticos sigan exhibiendo su pequeñez, tan familiar para nosotros porque es también la nuestra. Pero podremos (¡y podrán ellos, también Rajoy!) poner el televisor para elevarnos.
No hay ascetismo más cómodo, o abiertamente placentero, que sestear en julio mientras en la pantalla se ofrece una gran lección metafísica, o una retransmisión ética de calado, como si nos llegase desde los tiempos de los héroes griegos. Estar tumbado con el ventilador nos hace estos días, pese a las apariencias, alumnos del esfuerzo ejemplar. Luego, una vez nos hayamos levantado del sofá y afrontemos climas (también vitales) menos cálidos, podremos cumplir la lección o no. Pero la lección la habremos recibido.
Esa lección nos la da cualquier carrera ciclista, pero especialmente el Tour; y, en el Tour, el Mont Ventoux: el ascenso de trazado más puro. No todos los años se sube, pero en este 2016 sí. A un Tour con Mont Ventoux yo lo llamo Tour petrarquista, porque el poeta Petrarca lo subió en el siglo XIV. No en bicicleta sino a pie. Fue el primero que lo hizo, o que lo hizo para contarlo. Y para extraer la lección, que en España se ha editado en librito aparte: ‘Subida al Monte Ventoso’. Escribe Petrarca, entre otras cosas (a propósito de sus vanos intentos del principio de subir por una vía fácil): “Quería con ello posponer el esfuerzo de la subida, pero no cambia sus leyes la naturaleza por las mañas humanas, ni se puede lograr que algo material llegue a lo alto descendiendo”.
El Ventoux es también, inevitablemente, el monte en que murió Tom Simpson, durante el Tour de 1967. Otros ciclistas han muerto bajando, o atropellados, pero él murió subiendo. La causa –la mezcla de anfetaminas, sol y esfuerzo– no estropea la parábola. El mes pasado murió un motociclista, anteayer murió un torero: avisos de la seriedad de estos deportes o estas artes en que está en juego la vida. Ander Izagirre recordaba en su espléndido Plomo en los bolsillos las palabras del mecánico de Simpson: “Nunca olvidaré la imagen de Tom en la camilla, con los brazos colgando. Porque justo entonces comprendí que había muerto”. Igual que en esa foto de Víctor Barrio cuando se lo lleva su cuadrilla tras la cornada.
Pero la lección es siempre la de la vida y la del esfuerzo en la vida. El jueves veremos a ciclistas situándose otra vez en su límite para estar a la altura del gigante por el que subirán.