El terrorismo no es guerra. En todo caso es la continuación de la política por medio de un teatro de guerra; un escenario donde la población civil pone los muertos. Actores secundarios que coincidieron en el espacio y el tiempo de Irak, igual que lo hicieron en Hiroshima, o en algunos de los bombardeos de Siria, o en las Torres Gemelas, o en Guernica aquella otra vez.
No hay movimiento sin causa, de la misma manera que no hay razón sin metáfora antigua o sonido sin silencio. Por ello, cuando se opina del origen histórico del terrorismo contemporáneo, se hace difícil separar un acto terrorista de otro, como que todos los fuegos son el mismo fuego, que escribiría Cortázar.
Un ejemplo de filosofía narrativa sería la de encadenar actos idénticos hasta llegar a la raíz antigua con la que el dios Pan fabricó la siringa que anuncia sangre abundante. Aquí, el mito nos sirve para alcanzar los orígenes. Llegados al desarrollo, tampoco se puede olvidar la razón de la Edad Media, cuando Europa se amuralló de piedra para defenderse del moro. Edad única, beneficio para los señores de entonces que, armados con la narrativa del miedo, dominaron de fronteras adentro.
También es preciso recordar los tiempos del muro de Berlín, cuando la guerra fría era un juego caliente sobre un mapa donde dos potencias tenían una manera muy rara de pedirse cariño. Hasta la Babilonia de Bob Marley llegaron las armas de fuego. Carros de hierro movidos por la mentalidad capitalista que piensa que los recursos naturales son infinitos y el petroleo también. Muchos de los herederos ideológicos -en algunos casos biológicos- de aquellos que lucharon en tierras de humo, vinieron a Europa. Algunos han actuado. Otros andan fumando porros.
Luego está el Canal Único de Información que aprovecha cualquier suceso para identificar emigrantes con terroristas y su seguida clasificación en yihadistas express. De esta manera, huír de una tierra donde se están cometiendo actos terroristas convierte al hombre huido en delincuente. Es entonces cuando suena la siringa del dios Pan y, acto seguido, las fuerzas de represión directa restablecen el blindaje medieval.
Pero de estas músicas poco opina Manuel Marlasca, que utiliza su derecho a opinar para sugerir fronteras auditivas que expulsen ruidos del Canal Único de Información. Como muestra este tuit, donde el periodista sugiere poner fronteras al espacio discursivo a la vez que nos está proponiendo una seria dificultad: la de tomar sus informaciones en serio.