El día que Flavio Briatore descubrió la Poesía, su mundo, el orbe automovilístico de la F-1, de la Viagra, de los circuitos, de la alta competición, de las titis rubias, neumáticas, recauchutadas, ese mundo costoso y acelerado, dejó de carburar. Sucedió una mañana de julio y empezó con Vallejo. Con César Vallejo. Aquel mismo César Vallejo al que pegaban todos con un palo sin que él hiciese nada. Al que daban duro con un palo y duro también con una soga. Son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos.
Prosiguió con la lectura incondicional de Auden. De W. H. Auden. Con cosas como el glaciar llama desde el armario, el desierto gime en la cama y la grieta en la taza de té lleva tierra a los muertos, allí el mendigo rifa billetes de banco y el mendigo hechiza a Pulgarcito.
Cuentan que la afección (pobre Briatore) se agudizó con el hallazgo de Lorca. De Federico García Lorca. El Lorca de Poeta en Nueva York que vio arrancar los ojos a los cocodrilos con una durísima cuchara al mismísimo rey de Harlem mientras los demás negros lloraban confundidos entre paraguas y soles de salmuera.
El día que Flavio Briatore descubrió la Poesía. Ay, aquel día. Ese día. Pero si hasta su bell’amico José María Aznar, asesorado por su yerno Alejandro Agag, le invitó a traspasar ese coto vedado denominado Cernuda. Luis Cernuda. Territorio alicatado hasta el techo de lacónicos manierismos, mariconadas del tipo los marineros son las alas del amor, el mar les acompaña y sus ojos son rubios lo mismo que el amor rubio es también igual que son sus ojos.
El día que Flavio Briatore descubrió la Poesía. Ay, aquel día. Ese día. Comenzó la cuenta atrás para que el sesentón rey del Harlem italiano renunciase, por este orden, a las pálidas supermodels, a la salsa a la putanesca, a las calas sardas, a los megacasinos monegascos, a las risas postizas de la high class politicofinanciera.
La jodió. Flavio Briatore, el Billionaire. La jodió bien aquel día. El director deportivo de F-1 de Renault. El día que descubrió la Poesía. De hecho, hoy acaba de donar 554.476 de sus libros a la Biblioteca de Alejandría.
Pero lo más importante, según sus declaraciones, es que haya tirado al contenedor verde (el de los vidrios reciclados) esas horrorosas gafas Ray-Ban de cristales ahumados que siempre llevaba, pues dice que incomodan demasiado la lectura.