Podría ser el título de una buena novela negra o de un relato para no dormir. Mientras dormían. La escritora Donna Leon ya lo utilizó, de hecho, antes de que Satoshi Uematshu, de 26 años, declarara este lunes a la Policía que mató a 19 discapacitados e hirió gravemente a otros 20 en la localidad de Sagamihara, al oeste de Tokio, y que lo hizo “mientras dormían” ayudándose de cuchillos, tijeras, herramientas afiladas y martillos porque quería quitarse de encima a los discapacitados de este mundo. Impecable trama para un relato en el que un autor brillante nos trazaría a sangre fría el retrato psicológico de este asesino desde sus primeros pasos, desde su primer tropiezo, hasta la madrugada trágica de este pasado 25 de julio.
Este verano las historias negras, o grises oscuras, hay que buscarlas por desgracia en las páginas de los periódicos, en la cotidianidad de un mes de julio -y ya veremos qué pasa con agosto- sangriento como pocos en el que han pasado a ser la principal noticia de demasiados días asesinos al volante, fanáticos sin escrúpulos, vengadores sin cerebro, asaltantes de iglesias, degolladores de sacerdotes o antiguos cuidadores del centro Tsukui Yamayuri En para discapacitados. Pero el día a día está resultando una mala novela de muerte fácil, repleta de seguidores de no se sabe bien qué dioses sanguinarios o de desequilibrados que odian todo aquello que los rodea, empezando por ellos mismos.
Son asesinatos exentos de literatura, y no hablamos sólo de los que llevan a cabo en nuestro mundo sino también de los que perpetran en el suyo; ni éstos ni aquéllos acarrean mensaje, o al menos ese mensaje que sus autores pretender expandir: no hay héroes por ningún lado, no hay valor en sus actos, no hay sacrificio alguno, no hay honor en arremeter con un gran camión a familias enteras que sólo quieren disfrutar de unos fuegos artificiales; no hay un dios verdadero, no puede haberlo, detrás de unos tipos que apuñalan a una familia en un tren o degüellan a un clérigo en una iglesia; no hay mensaje que valga en disparar a un grupo de personas en un McDonald's y llevarse por delante a cuatro chavales que sólo querían comerse una hamburguesa; no hay prosa que merezca el paso del tiempo en acuchillar a una mujer que no se puede mover mientras dormía.
No hay que buscar literatura en estos actos bárbaros. Puede haberla en el relato pero no en los asesinos. Como la hubo en Truman Capote cuando convirtió en obra maestra el asesinato de la familia Clutter en A sangre fría, pero no en Dick y Perry, los asesinos, que al final, pese a los adjetivos del autor, acabaron con la vida de cuatro personas tan solo para robar. Sólo para robar. Como los de ahora. Porque estos asesinos y fanáticos que claman y honran a su hipotético todopoderoso, sólo buscan quitarte lo que es tuyo, que en este caso no es el dinero de los Clutter, sino tu libertad, tu vida, la vida que tienes y especialmente toda la que todavía te queda por vivir. Y no hay mayor robo que éste.