En tiempo de claroscuros, mientras el mundo antiguo se acaba y el nuevo tarda en llegar, aparecen las morbosidades. Con esto, el otro día se presentó José Blanco en la red del pajarito azul para dejar constancia de su tendencia con un tuit revelador.
Vamos a hacer memoria porque José Blanco, conocido popularmente como Pepiño, siempre consideró las cosas como son en sí mismas; algo muy común entre hombres de ideas fijas que no conciben el mundo de otra manera que no sea a la manera mecanicista. Cuando se trata de pensar la política, a Pepiño le salta el automático.
En su pensamiento, la política se convierte en una máquina que a unos reparte los jurdós y a otros reparte la miseria. Así es, pura rutina de tanto haber utilizado el viejo método que falsifica el movimiento; un hábito que ha ido deteriorando la percepción de Pepiño hasta hacerle ver las cosas desde un sólo aspecto. No sé si me explico pero con tales asuntos, bien podemos asegurar que Pepiño es todo un metafísico.
Lo peor es que no es el único. Qué va. Pepiño es uno más; un hombre tan poco original que cada vez que piensa la política, pone en práctica su estrategia y se encarama al palo fácil, simulando un esfuerzo semejante al de ascender por una resbalosa cucaña. La subida, al final, acabará coronando a Pepiño con lluvia de flashes y esa sonrisa que se fija en el rostro del campeón y no hace sino evidenciar el orgullo vulgar que se gastan los vanidosos.
Pepiño sabe que para alcanzar un cargo público no son necesarios ciertos atributos, es más, llegan a resultar un peso, merman habilidades cuando se trata de encaramarse a la cucaña o a la torre de control de un aeropuerto, a ver si cae algún dividendo entre aquellas nubes que cargan lluvia de flashes.
Con todo, a Pablo Iglesias le hizo un regalo en forma de tuit pues el perturbador de la coleta pertenece a la generación Tamagotchi y continua la política por otros medios. En este caso, llevando a Pepiño hasta una gasolinera donde le pone a buscar grasa para la cucaña, igual que si Pepiño fuera el prota de una de aquellas pelis de Ozores y compañía que tanta caspa dejaron; una españolada pero con menos gracia. Porque hay hombres que carecen de gracia, de la misma manera que carecen de vergüenza y Pepiño, el metafísico, es todo un ejemplo de ambas cosas.