“En cualquier otro país, no se toleraría X”, “en cualquier otro país, ya se habría hecho Y”, “en cualquier otro país, Z habría dimitido”. Es una muletilla que arrasa en el discurso popular, un recurso habitual tanto de las tertulias radiofónicas como de las de sobremesa, una afectación de cosmopolitismo -uno debe conocer bien el mundo allende los Pirineos si habla de él con tanta naturalidad- con la que se reivindica la cordura de lo que se está argumentando -si los demás lo hacen, estará bien hecho-. Y es, a la vez, un sinsentido que ha contribuido a viciar el debate en los meses que va durando nuestro bloqueo político.
En primer lugar, la frase es un sinsentido porque quiere decir exactamente lo contrario de lo que expresa. Cuando aseguramos que “en cualquier otro país, Rajoy habría dimitido tras conocerse sus SMS a Bárcenas”, es evidente que no tenemos en mente lo que habrían hecho en una situación similar los presidentes de Nicaragua, Tanzania, Albania, Kirguizistán, Yemen, Bielorrusia o los Estados Federados de la Micronesia. Lo que queremos decir es que, en cualquier otro país que además fuese una democracia occidental avanzada, Rajoy habría dimitido al destaparse su apoyo al presunto gestor de la financiación ilegal de su partido. Lo cual nos limita a un abanico bastante cerrado de naciones, unas veinte o treinta -hagan las cuentas- de las 193 que figuran como miembros de Naciones Unidas.
La muletilla, por tanto, debería ser: “en cualquier otro país del 10-15% de países a los que nos queremos parecer…”. El cambio no podría ser mayor: un lamento por la excepcionalidad de España indica que nos gustaría formar parte de esa excepción que son las democracias avanzadas.
Señalar esto parecerá un ademán de cascarrabias; pero un sinsentido sólo puede generar más sinsentidos. Así, desde el 26-J hemos visto cómo el uso de “en cualquier otro país” no sólo se intensifica, sino que ha ido dando pie a un cúmulo de asertos mutuamente excluyentes. En cualquier otro país el PSOE habría pactado la Gran Coalición y en cualquier otro país Ciudadanos habría entrado en un gobierno presidido por Rajoy, aunque en cualquier otro país ese gobierno no habría estado presidido por Rajoy puesto que éste ya habría dimitido por su connivencia con la corrupción y en cualquier otro país Sánchez no habría podido pactar nada porque se habría marchado tras los malos resultados obtenidos, a la vez que en cualquier otro país un chisgarabís sin experiencia como Rivera no pintaría nada en la política nacional y en cualquier otro país nada de esto habría importado porque la gente sabría que sólo Podemos les representa.
Se pierde, en fin, la cuenta de todos los escenarios en los que España se queda por debajo de la presunta normalidad internacional; de hacer caso a los comentaristas, el 99% de los políticos españoles ya habría dimitido y el único partido en recibir votos sería el PACMA. Y lo más importante de todo esto es que las apelaciones a la norma internacional no son necesarias para debatir los pros y los contras de una propuesta.
Los ejemplos internacionales son útiles como precedentes de posibles acciones y sus consecuencias, pero no les confieren un plus automático de legitimidad. Que Rajoy merezca o no ser presidente es algo independiente de las grandes coaliciones o similares que se hayan pactado en otros países: depende estrictamente de quién es Rajoy, de qué apoyo ha recibido, de qué se puede esperar de un gobierno que presida, de qué concesiones lograrían los partidos que se sienten a negociar con él, etc. Se suele decir que, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey; pero en cualquier otro país ese tuerto sigue siendo alguien que sólo ve por un ojo. Y en el suyo, también.