Recuerdo cuando José Meneses cantó en la sala de la Asamblea de la ONU. Impacto general.Día de la ONU 1994.
— Javier Solana (@javiersolana) 31 de julio de 2016
En los últimos días, la muerte se ha puesto flamenca. De seguido, se ha llevado a un guitarrista y a dos cantaores, todos ellos de la vieja escuela del hambre que es donde lo jondo tiene su existencia. Cuando el verano empezaba a quemar, vino la muerte a llevarse a Juan Habichuela, guitarrista de un natural tan sencillo que siempre fue sinónimo de elegancia. Al poco, la muerte visitó a Juan Peña, El Lebrijano, cantaor que conseguía mojar el cante en las mismas aguas que llueven sobre Macondo. El último elegido ha sido José Menese que vino a sostener el espíritu flamenco con la materia de su conciencia crítica.
Si es difícil elogiarlos como merecen, más difícil aún es reemplazarlos. Los que así piensan, han dado muestras de afecto hondo. Han transmitido el sentimiento con el secretismo íntimo que sólo conocen los iniciados en el cuarto de los cabales. Luego ha habido otras condolencias de lo más exotérico, con ese aspecto codicioso de La Idea cuando hace suyas realidades abstractas. Como ejemplo, el tuit que encabeza esta pieza. Se trata de un mensaje curioso porque lo ha escrito un hombre que no puede expresarse sin someter su pensamiento a la humillación de ser Javier Solana.
En su tuit, Solana comete un error cuando rememora a José Menese en el día que cantó en la ONU. No lo digo porque se líe con la fecha- fue 1983- tampoco por poner plural al apellido, sino por utilizar palabras que al juntarse emiten un sonido belicoso. Cuando Solana denomina la actuación de José Menese como “impacto general”, parece identificar el flamenco con un proyectil que choca en el blanco de la población civil.
Es imposible explicar el flamenco pues el duende no admite explicaciones. Se explica solo -sin tilde- o no se explica. Además, se canta con fartas de ortrografía y sirve para aliviar duquelas, para celebrar la alegría de estar triste. Cuando el cante flamenco exalta el dolor, no está sino denunciando el dolor mismo.
Por esto, el flamenco es discurso legítimo, cuyo origen y misterio viene de un oscuro impulso que transforma la fatiga en rebeldía. Nace del compás de la tierra y se transmite de la única manera natural posible: de abajo hacia arriba. Pero Solana poco o nada se identifica con tales asuntos, a no ser que vengan soportados por la estructura mohosa y rígida que tiene todo lo oficial. Tal vez por eso llegó a ministro de Cultura.