Día de la Asunción, y María se fue a los cielos, que lo pintó Tiziano y nos lo decían aquellas monjas de la infancia. Puente de la Asunción y ecuador de agosto, con los niños asados en la N-III, y las vacaciones de mediopensionistas de la España eterna, la España melonera que no se va a perder lo de remojarse los pies en Benidorm. Que nadie va a dejar la multipropiedad de Torrevieja por mucho que en Génova 13 quieran vendernos la basura como episódico, la corrupción como accidente, y a Rivera como un demonio domesticado que acabará tragando; tragando con lo que dicen que es la voluntad de España en las urnas: a saber un señor gris -Mariano Rajoy tras el 26-J- con una sombra alargada y en gabardina, una sombra negra y con canas. Una sombra con marcha suficiente para volver a ser español del año.
Luis, sé Luis.
Día de la Asunción. La Virgen ascendió a los cielos. Rajoy miró al televisor y vio su reflejo, recordó aquellas portadas de El Mundo de julio de 2013, cuando el de Pontevedra se encontró con la verdad de una prensa libre y recurrió a Soraya, reina del pie pequeño y la mordaza, para empezar a apuñalar a todo aquel que olfateara las alcantarillas, a aquel que viera que tanto andamio en el chaflán entre Génova y Zurbano no era casual; que no hay para un puñetero balcón en condiciones, pero en la sede del PP siempre están de obras y de borrados. Qué cosas.
El día que Rajoy reflexionó sobre los necesarios seis puntos de Rivera, afuera atronaba el vacío. Afuera España se recuperaba en su condición inmortal de tasca y chiringuito para los suecos, y Báñez se encomendaba a otra Virgen, la del Rocío, una vez maquillada la estacionalidad de la curva ascendente. La dirección del PP se reunirá el 17 de agosto, quizá se vea un traje estampado de la Cospedal. Quizá Rajoy llegue al 17 sin reflexionar; quizá le vuelva a estallar toda la basura en la cara en la hipotética comisión parlamentaria sobre el caso Bárcenas y quizá todo le dé igual. Ya sabemos que a Rajoy, menos indecente (Sánchez dixit), le pueden llamar de todo.
Era agosto, que era agosto; ardían los ordenadores, se licuaban los discos duros y las computadoras, y Rajoy reunió a su dirección para maquillar ese pasar por el aro de Rivera y bizquearnos dos años más.
Rajoy todo lo traga, todo lo asume. Se vale de la grandeza de Rivera, y ni las gracias. Rajoy tiene una rara virtud: convertir la abulia en un arma cargada de (su) futuro; hacer de sus defectos materia de Estado, y ser el ejemplo de que con la ineptitud se consiguen grandes logros en la vida. Igualico que Sánchez, que hace estadista, por contraste, a Felipe González.
Y era agosto, que era agosto. En España es siempre agosto para Brey.