Lo explica Andrew Keen en el libro Internet no es la respuesta. En 2013, Facebook compró WhatsApp, una empresa con 55 empleados, por 19.000 millones de dólares. Haría bien el lector en preguntarle a su jefe cuánto dinero deberían pagarle para prescindir de usted. La mayoría responderá “nada” porque en apenas unos días otro trabajador igual de calificado ocuparía su lugar sin mayores problemas. Para Facebook, en 2013, cada empleado de WhatsApp valía 345 millones de dólares.
En realidad, para Facebook no lo valían, sino que lo costaban. Lo que tenía valor era WhatsApp en sí.
Una segundo ejemplo. En 1989, Kodak empleaba a 145.000 personas sólo en la ciudad estadounidense de Rochester. Su valor en bolsa era de 31.000 millones de dólares. Entre 2003 y 2012, Kodak cerró 13 fábricas y 130 laboratorios, y despidió a 47.000 trabajadores. Instagram y Facebook se habían comido por completo el negocio de la fotografía digital y a Kodak sólo le quedó la opción de cerrar las puertas poco después. Kodak había inventado la cámara digital en 1975 pero no supo adaptarse a la revolución de las empresas 2.0.
A las empresas de la nueva economía digital se las suele denominar en jerga técnica “disruptoras”. Los apologistas de las 2.0 venden la metáfora de un sistema económico que crece a lo largo de una infinita línea de empresas disruptoras que ocupan el espacio abandonado, siempre por incompetencia, por alguna empresa dominante previa. En el ejemplo anterior, Instagram y Facebook con respecto a Kodak. De ahí al tópico “el que no se adapte que se aparte” hay sólo un paso.
En realidad, la nueva economía digital no tiene nada de nueva porque cuenta ya con un cuarto de siglo a sus espaldas, tiempo más que suficiente para evaluar el panorama con una cierta perspectiva. Y cuando evalúas llegas rápidamente a la conclusión de que la metáfora de las disruptoras es un error, cuando no una mentira interesada para beneficio de no más de una docena de empresas cuasi monopolísticas.
Quizá en 2002 habría sido de esperar un periodo de crisis pasajero. Ya conocen la definición de crisis: cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Pero llevamos veinticinco años de crisis y la promesa de que el mercado se adaptaría por sí solo al nuevo paradigma creando nuevos nichos de mercado y oportunidades laborales no se ha visto por ningún lado. Lo que sí se ha visto es que los 145.000 trabajadores de Kodak han sido sustituidos por los 13 empleados con los que contaba Instagram en 2012.
Esta es la realidad por el momento. Quizá dentro de 25 años el panorama haya cambiado y la economía viva un boom similar al que se produjo durante la segunda mitad del siglo XX y que se frenó (casualidad) con la aparición del libertarismo digital 2.0. Un escéptico diría, sin embargo, que los viejos caciques ya no son esos villanos de folletín que imaginamos sino jovenzuelos con zapatillas de marca, actitud desenfadada y buenrollismo a paladas.
El problema, en definitiva, es que lo que ha propiciado la nueva economía digital no es la aparición de una nueva hornada de empresas disruptoras más eficientes e inteligentes que aquellas a las que han sustituido, sino la separación, ya irreversible, de dos conceptos que hasta hace apenas unos años eran inseparables: economía y trabajo. Dicho en plata. La economía ya no necesita del trabajo de los trabajadores para continuar rodando. A la economía le basta con que usted cuelgue sus fotos en Instagram mientras espera en la cola del paro un trabajo que jamás llegará.