La vida política española es un cuento chino. La RAE viene a definir esta expresión como mentira disfrazada de artificios, y viene a dibujar con todos sus matices lo que está ocurriendo en este país desde el pasado 20 de diciembre. Desde entonces, y probablemente desde mucho antes, formamos parte del cuento, vivimos en un estado latente de funambulismo que en la acepción política del término es el arte para desenvolverse ventajosamente entre diversas tendencias u opiniones contrarias. Un juego de trileros, vamos. Todo es mentira. Todos son engaños, palabras huecas, actos de filibusterismo verbal, dialéctica canalla y tramposa, adivinación y superstición. Fuegos de artificio para desviar la atención del personal. Todos engañan a todos y la suma de ambos se cachondea del resto, es decir, de nosotros.
Somos víctimas obligadas de una obra de teatro a la que no queremos asistir, de una clase política decepcionante a la que seguimos votando debido a un sistema perverso que nos hace elegir entre los malos y los peores porque los buenos se han hartado y se han ido. Pero todo tiene un límite y puede llegar el día, de seguir en estas, en el que nos levantaremos del patio de butacas y dejaremos de votar a los malos y a los peores hasta que se enteren de que o nos ofrece algo mejor o dejaremos nuestro voto en casa.
Este paripé que nos rodea, esta simulación, esta hipocresía, este guardar las apariencia o tirarse el moco escudándose en España, en el bien común, y en no se sabe bien qué estupideces más, no se lo cree nadie. Es una catapulta a la abstención, a decir ¡basta ya!, a negarles nuestro voto. Lo peor cuando se oye hablar a los cuatro jinetes del apocalipsis o a unos acólitos sin idea propia no son las gilipolleces que sueltan sino el que crean que las puedan soltar porque en el fondo piensan que los gilipollas somos nosotros y nos comemos lo que nos echan en el plato.
Deberíamos, los medios de comunicación, instaurar la semana anual a favor de la higiene mental de nuestros lectores, e incluso de la nuestra, y dejar de escribir de los políticos y de sus memeces. ¡¿Se lo imaginan?! Una semana, siete días, 168 horas, 10.080 minutos de parada biológica, sin una declaración sin talento, sin una rueda de prensa sin contenido, si una intoxicación sin fundamento, sin un canutazo sin palabras, sin una exclusiva sin noticia. ¡¿Se lo imaginan?! Pues no se lo imaginen porque no lo vamos a hacer. Al final les servimos de coartada y quien sabe si ellos nos sirven a nosotros de lo mismo.
Un ejemplo claro de paripé, de tierno paripé, de patético paripé, es el que están escenificando el Partido Popular y Ciudadanos en su búsqueda de un acuerdo de investidura, paso previo a un pacto de gobierno. ¡Quién lo iba a decir! De los primeros podríamos esperarlo porque está en su forma de ser, pero es que son los segundos los que están despojándose de todo por el camino, de todo aquello con lo que se les llenaba la boca a la hora de hablar de la nueva política en detrimento de la vieja. Están demostrando que la suya es tan antigua y previsible como las demás, que todo es negociable, hasta la corrupción, y que todo tiene un precio; que sobre lo que ayer se pontificaba hoy se corre un tupido velo en pos de un pragmatismo tan lamentable como previsible.
El paripé continuará unos días más, tendrá su escenificación de acuerdo total el fin de semana y su salida a escena el martes cuando el presidente en funciones salga al ruedo de la carrera de San Jerónimo… veinticuatro horas antes de que los diputados lo devuelvan a los corrales y volvamos nuevamente a la casilla de salida.
Y a empezar otro capítulo más del cuento chino de nuestras desdichas.