Dice Hallar Abderrahaman, activista musulmana, que prohibir el burkini en las playas francesas “sólo sirve para invisibilizar a la mujer musulmana”. Aquí habría que explicarle a Abderrahaman que el burkini no la visibiliza como musulmana sino como sumisa de una religión que la considera un ser humano de segunda en relación a los fieles de sexo masculino. Esos que, por supuesto, pueden ir a la playa vestidos como les dé la real gana.
El problema con el burkini es que el debate se plantea desde el marco ideológico determinado por el islam. Según ese marco, el burkini es una prenda acorde con los preceptos del Corán. Pero esa es una definición groseramente genérica que pretende convencernos de que el burkini es “sólo” una prenda respetuosa con el islam cuando también es algo más: un símbolo de barbarie en Occidente y una cadena en los países musulmanes. ¿Miente quien dice que el burkini es una prenda acorde con los preceptos del Corán? No, pero no está contando toda la verdad. El problema de la definición del simbolismo del burkini no es de categoría sino de especificidad.
Así que yo aceptaría el argumento de Abderrahaman, el de que ella es libre para vestir el burkini, si inmediatamente después negara el simbolismo de la prenda. “Es absurdo atribuirle simbolismos a un trozo de tela”, podría decir Abderrahaman. Ese sería un argumento cínico pero coherente. El problema es que Abderrahaman parece captar el simbolismo religioso de la prenda sin mayores dificultades pero se obstina en negarle un segundo simbolismo mucho más problemático: el de la sumisión que conlleva.
Lo que demuestra en cualquier caso el descaro con el que algunas musulmanas asocian su uniforme de sumisa con la palabra “libertad” es lo bien que el islam le tiene tomada la medida al papanatismo occidental. Ese papanatismo que llega a cotas de paroxismo cuando alguien compara a una musulmana enfundada en un burka (es decir una ciudadana seglar obligada por su religión a ocultarse de los ojos de sus vecinos) con los hábitos de las monjas católicas (ciudadanas que han recibido órdenes religiosas y que pertenecen, estas sí libremente, al clero).
¿Qué hay por cierto de esas imágenes de ciudadanas sirias e iraquíes que se arrancan el burka y lo queman en cuanto salen de las zonas controladas por el islamismo radical? ¿No hace sonar eso algunas pocas campanas sobre la libertad con la que las musulmanas visten esas prendas? ¿Existen imágenes similares de monjas católicas quemando los hábitos tras huir de un convento en el que habrían sido lapidadas por atreverse a insinuar la simple posibilidad de no vestirlos?
Y el feminismo defendiendo el burkini “si es vestido con libertad”. ¿Sirve ese argumento también para la prostitución o para las mujeres que deciden no denunciar a sus maridos maltratadores o sólo para las que son degolladas en Siria y en Iraq si deciden “libremente” quitárselo?