Tiene razón Jorge Bustos cuando dice que el debate más importante del verano ha sido el del burkini. No hagan caso a aquellos que dicen que este es un tema menor, que los asuntos verdaderamente relevantes andan por otro lado y que esta es una polémica diseñada para enfrentar a esos racistas ultramontanos que aprovechan que el Pisuerga del burka pasa por el Valladolid de sus fascismos con esas feministas a las que ahora les parece el no va más de la emancipación femenina el último invento de la ultraderecha islamista para tratar a las mujeres peor de lo que esta trata a la peor de sus cabras.
A fin de cuentas, a estas alturas no debe de quedar un solo español sin alfabetizar que no sepa que el burka y sus sucedáneos playeros ni siquiera son una prenda tradicional islámica sino una moda reciente exportada desde los agujeros más rigoristas del islam saudita. Para que nos entiendan hasta los más negados: los Legionarios de Cristo son una reunión de veganos animalistas LGBT en comparación con esa multiculturalidad islamista que descerraja tiros en la cabeza a niñas de catorce años por el crimen de defender su derecho de ir al colegio. Pero oigan, ¿quién soy yo para opinar sobre ello si nunca he sido una niña de catorce años tiroteada por querer ir al colegio?
Nadie nos quitará, eso sí, el disfrute de haber visto al verdadero feminismo, el de las laicas amenazadas de muerte en los países musulmanes, llamando “tontos útiles” a los progres occidentales. Esos que creen que el maquillaje y el burka son imposiciones patriarcales equivalentes. Aunque en el fondo entiendo el desconcierto de los pijos de izquierdas que pueden permitirse el lujo de apuntarse a todas las solidaridades de moda del momento porque no han tenido que perder ni un solo momento de su vida en buscarle la coherencia ideológica a su batiburrillo mental. ¿Qué hacer cuando una fuerza irresistible (pongamos su antirracismo de postal) choca frontalmente con un objeto inamovible (pongamos ese fascismo islámico que encaja como un guante en el agujero de su autoodio mamporrero, el de “Osama mátanos a todos”)?
Por supuesto, el problema del pijerío de izquierdas es que ha empezado la casa de su ideología por el tejado de sus prejuicios en vez de por los cimientos de sus principios éticos. Y por eso esta chavalada de red social y meme oligofrénico suele llegar a la conclusión de que cualquier pega que se le ponga a cualquier cinturón de castidad islamista es un ataque contra el islam cuando sólo lo es contra el fascismo. Entre el miedo a ser llamados racistas y el miedo a ser llamados machistas han escogido el camino de en medio. Ese que, pobres de ellos, les ha mostrado como lo que son: racistas (por paternalistas) y machistas (por cobardes).
Ver a esos pijos de izquierdas correr como pollos decapitados por el gallinero de sus infantilismos cloqueando “¡fachas, racistas, machirulos, cuñados!” mientras cientos, miles, de mujeres turcas, egipcias y sirias que se juegan la vida a diario en sus países se reían de ellos y los despreciaban como los adolescentes intelectuales que son no ha tenido precio. Sólo por eso ya ha valido la pena el debate de este verano.