Dice el periodista Manuel Rico en infoLibre que el panorama mediático en España está desequilibrado. Hacia la derecha, se entiende. Que a un lado, el malo, están casi todas las cadenas de televisión, casi todas las de radio y casi todos los medios de prensa nacionales. Al otro lado, el bueno, apenas cuatro programas de tele, tres de radio y un puñado de medios digitales más pobres que una rata y por los que nadie (y aquí viene el meollo de la cuestión) quiere pagar un duro.
Habría que ver dónde pone Rico la raya. Si la raya es la abolición del derecho de propiedad privada, a Rico el 90% de los medios españoles le deben de parecer de ultraderecha. Si la raya es la defensa de un sector público que roza el 50% del PIB y al que cada español debe ofrendar cada año 181 días de trabajo bajo amenaza de multa y/o prisión, entonces el 90% de los medios españoles son de ultraizquierda.
Miren. En España, la derecha es residual. Lo es hasta el conservadurismo, entendiendo por conservadurismo lo que entiende un anglosajón por conservadurismo. Es decir lo que entiende por conservadurismo Roger Scruton. Lo que sí hay es mucho reaccionario paleolítico, que no es lo mismo. Hagan la prueba. Pregúntenle a un votante del PP cualquiera por las razones de su voto. Es probable que ni una sola de ellas tenga nada que ver con el argumentario conservador clásico. El voto reaccionario español es emocional, impulsivo y desideologizado.
En honor a la verdad, tampoco hay mucha izquierda. De lo que sí hay mucho es de eso que se ha bautizado como izquierda regresiva y que no es más que una amalgama de supersticiones, resentimientos, complejos y perezas que, a falta de norte intelectual, suele volcarse en la causa retrógrada de moda: la defensa de los uniformes de esclava diseñados por la ultraderecha islamista, la defensa del derecho de los dueños de perros a pasearse por los hospitales con sus mascotas o la defensa de fetichismos acientíficos como la medicina alternativa o los alimentos “naturales”. Es decir la agroborroka.
Así que sí. Yo también sería más feliz si todos los derechistas españoles fueran Oriana Fallaci o Indro Montanelli o Alain Finkielkraut. También lo sería si todos los izquierdistas fueran Christopher Hitchens o Ha-joon Chang. Demonios, hasta me conformaría con Owen Jones. Pero aquí tenemos lo que tenemos. A Rajoy, Rivera, Sánchez e Iglesias. Que el intelectual oficial de la nueva izquierda sea Errejón dice mucho de nosotros pero nada especialmente bueno. Dice, para empezar, que no sabemos diferenciar una idea de una consigna infantiloide. Y de una consigna infantiloide bastante mal escrita, por cierto.
Lo que sí es gracioso es que esa misma izquierda que se ha tirado un par de décadas largas, las que van desde la caída del muro de Berlín hasta ahora, defendiendo la fragmentación, el localismo, el relativismo y la irresponsabilidad colectiva en detrimento de la responsabilidad individual se queje ahora de que sus acólitos andan fragmentados, dispersos, relativistas y rascándose las gónadas a dos manos en Facebook, Twitter y Change.org.
¿Y qué esperaban? ¿Una nueva raza de superprogres? ¡Pero si estos chavales han seguido las instrucciones al pie de la letra! Les dijeron “tu capricho es ley y encima gratis” y ahora se encuentran con un rebaño de gatos caprichosos a los que resulta imposible pastorear y mucho menos convencer de que paguen por nada. Léase, sin ir más lejos, el medio en el que colabora Manuel Rico. Menuda sorpresa.
Haber escogido muerte. Habría sido más rápido aunque no menos previsible.