La brutal agresión sufrida por dos guardias civiles de paisano y sus parejas en la localidad navarra de Alsasua demuestra que aún no se ha ganado la batalla a ETA y a lo que ésta representa. Es cierto que la banda ya no mata, pero el odio y la violencia siguen presentes en la calle. También el miedo.
La única manifestación que ha habido en Alsasua tras este abyecto episodio ha sido una concentración para exigir la puesta en libertad de los dos únicos detenidos. Ambos pertenecen a una organización sucesora de las asociaciones juveniles etarras cuyo objetivo es coaccionar a los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado para que abandonen el País Vasco y Navarra.
Entre las actividades de este colectivo se incluye una fiesta en la que, impunemente, se queman muñecos que representan a agentes de la Guardia Civil. Hoy desvelamos que también han hecho figuras de políticos locales destinadas al fuego, tal y como denuncia un ex concejal del PP. Es repugnante que esta asociación encuentre cobijo en ayuntamientos abertzales pero también resulta alarmante que los guardias agredidos hayan optado por declarar ante la Guardia Civil porque no se fían de la Policía Foral .
Desde luego, la frialdad con la que ha respondido a los hechos el Gobierno navarro que preside Uxue Barkos no alimenta la confianza. El Ejecutivo se ha limitado a publicar un comunicado de condena. Su respuesta al matonismo de los proetarras debería ser mucho más convincente.