A los reventadores de la conferencia de González y Cebrián en la Autónoma de Madrid no se les puede acusar de cinismo. Si pertenecen a la Federación Estudiantil Libertaria, como dicen los periódicos, hemos de admitir que han sido coherentes con el ideario de su organización, un perfecto batiburrillo de delirios esotéricos de eremita. Quedan ya muy pocos con su rigor militante en este mundo hipócrita. Por concretar, han sido especialmente escrupulosos en el cumplimiento de uno de los principios de la FEL: el que se refiere a la lucha por la equidad animal. El otro día en la Autónoma libraron, y ganaron, una batalla en la larga guerra por la igualdad entre el hombre y la alimaña.
Según esa lógica, los periodistas -no todos, claro, que los hay que también luchan por la equidad animal, en lo moral y en lo gramatical- estamos aplicando a este asunto un enfoque equivocado y especieísta. Si un grupo de chimpancés tiene los mismos derechos que los homínidos enmascarados de la Autónoma, sería injusto demandar a estos últimos más responsabilidades. Ya se dediquen a descuartizar bonobos o a poner a conferenciantes en fuga. La igualdad es lo que tiene.
Perdió la palabra y venció el aullido. Porque, insisto, la algarada representa un capítulo más de la lucha evolutiva entre los tan humanos sonidos articulados y los ancestrales gruñidos. A las autoridades universitarias les corresponde asumir su responsabilidad en la derrota, que es la de todos los defensores de la fonética.
De poco sirve que tratemos ahora de ganar en los periódicos lo que se perdió en los pasillos de la universidad. Ante la lógica de la FEL es inútil oponer un argumento racional. Pero en realidad no importa porque, más allá de las puertas de la universidad, resulta poco convincente.
La peligrosa es la otra lógica, la instrumental. La del que dice: “no necesariamente comparto las formas pero”. La del que, frustrado por los límites que le impone el sistema parlamentario, no duda en cabalgar la horda. La de aquel que está dispuesto a derribar cualquier dique democrático que se interponga en su camino hacia la hegemonía. Sobre una nación de ciudadanos, si las urnas se lo permitieran. Y si no, de chimpancés.
En cuanto el Comité Federal del PSOE tomó su decisión de abstenerse para pasar a la oposición, Pablo Iglesias se reivindicó como alternativa al sistema de partidos. Tiene razón, es una alternativa al posibilista equilibrio de poder sobre el que se funda la democracia. Es una alternativa excéntrica, que celebra cipotudo cuando patean con “eficacia a nuestra raza ibérica de columnistas”; que demanda una prensa con rigor, pero con rigor militante; que sólo toleraría los editoriales de El País o de El Mundo si los escribiera él mismo; y que quiere ganar en la calle lo que no ha conseguido ganar en las urnas. Una alternativa, al fin y al cabo.