De la fabulosa crónica en la que la escritora Sabina Urraca narra su psicotrópico encuentro con Álvaro de Marichalar me lo creo todo excepto sus conclusiones. Que no tienen nada que envidiarle al despiporre de las del propio Marichalar en su carta de respuesta. Cree Sabina que Álvaro sigue siendo ¡a estas alturas del siglo XXI! el símbolo del desprecio de la casta por el pueblo llano, como cree Marichalar que Urraca es una miliciana cercopiteca que atrancaría las puertas de la iglesia y le pegaría fuego con él dentro si tuviera la más mínima oportunidad (y una antorcha en las manos). Metes a dos españoles en un coche de BlaBlaCar y te desatan la II Guerra Civil.
Si no fuera por ese pequeño prejuicio, muy común por otra parte entre una amplia mayoría de los españoles, el texto de Sabina merecería ser la lápida que claváramos en todo lo alto de la tumba de ese personaje decimonónico y típicamente nuestro que es el rentista con ínfulas. Que nadie sufra más de la cuenta: a esa aristocracia española de moto de agua y palacio en ruinas le quedan dos telediarios. Los que va a tardar la última generación de nietos de terratenientes en esnifarse los restos de la herencia. Más de uno y de dos se están dejando las uñas rascando el socarrat de un patrimonio familiar que a duras penas da ya para permitirse los mismos lujitos de marmolina que cualquier cani de polígono industrial disfruta a dos carrillos durante sus vacaciones ibicencas.
Que España cuenta con los pijos más intrascendentes de Occidente es algo que no podrá negar cualquiera que haya viajado y conocido a los de otros países europeos. Lo demuestra el simple hecho de que Sabina, a la que no le supongo sangre aristocrática, escribe recto, claro y limpio mientras que el texto de Álvaro de Marichalar es un esperpento errático, alucinado y sincopado impropio de alguien que, se supone, ha pasado por la escuela. No imagino mayor prueba de superioridad intelectual que esa y si algo hay que reprocharle a Sabina (más allá, ya digo, de sus prejuicios políticos) es el bullying. Don Álvaro es una pieza de caza menor.
En el Marichalar descrito por Sabina no hay, en definitiva, prepotencia alguna sino más bien mala educación y la autoconfianza del que se pasea aterrado por la vida, que es un defecto bastante común y del que no tienen en absoluto la exclusiva los pijos españoles.
Para encontrar prepotencia de la buena hay que buscar más bien entre los verdaderos privilegiados del sistema. Esos que sin haber pegado golpe en su vida, viviendo del momio del Estado desde que tienen uso de razón, son capaces de subirse al estrado con pose de perdonavidas de vaso tubo, palillo canino y codo en barra a darle lecciones de superioridad moral a los 17 millones de españoles que no les votan. Vestidos de negro a imagen y semejanza de la Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale, además. Como si su alma no fuera ya lo suficientemente transparente y hubiera que recalcar lo obvio.