No sé cómo hubiera sido la transición con Twitter, pero el parlamento actual es heredero de OT, GH y viceversa. Escribo esto desde la resaca del cansinismo en el que estamos bailando: todo lo que dicen, hacen y gritan es para la red social. La nueva política utiliza la tribuna del parlamento como si fuera su cuenta de Twitter: para escaldar pimientos, dar zascas que se dice ahora y ajustar cuentas con su público.
El espectáculo de los reality shows ha invadido todo, también el escaño, y la cordura es sólo una frase repetida. Si consiguen ser TT se dan por satisfechos. No importa trabajarse un debate, ni llegar al consenso, ni la coherencia, ni respetar su propia hemeroteca llevándose la contraria de forma ridícula. Vale la frase. La palabra repetida. El eco desde el balcón. Y, después de eso: los fans acérrimos de cada partido que defienden su corral como entusiastas de Justin Bieber. Más que fogosos y vitales, exaltados con ganas de gresca y bulla. De la vehemencia al extremismo en un tuit.
Nos hemos acostumbrado a los debates televisivos, a los defensores del concursante freak y a sus familiares extravagantes, aplaudimos lo inaudito y la traca, subimos el nivel de lo grotesco, aguantamos sólo los vídeos rapiditos, los gif, los vines y los por-que-yo-lo-valgo. Así todo. Queremos barro, insultos, carne y arañazos. La manera de conquistar al pueblo, al votante, al ciudadano, a la gente, al consumidor, al espectador y al tuitero es con la chulería de la frase hecha. Si la consigues, triunfas.
“¿Has visto lo que le ha dicho? Menudo zasca. Juas juas juas”. Ahí reside el nuevo aplauso. No hay nada más patético. Y si lo hay, que venga Dios y lo tuitee. No me creo nada.
Pascual Olmos, en La vida que mereces, habla de que esto no es crisis económica, es una crisis de valores. Todo junto, entiendo, nos da este resultado: una política de emojis, reflejo de lo que somos. Estamos colapsando y alguna culpa tendremos todos en el panorama que vemos, elegimos y aplaudimos. Masticamos frases como chicles sin sabor para hacer globos. Pum. Querer ser moda en el parlamento es un problema, pasas de moda. Así de simple. Es lo que tiene consumir algo facilito. La tendencia al ego, la vanidad y el personalismo se está colocando por encima de todo lo demás. ¿Qué es todo lo demás? Sobre todo, el sentido común.
Lo malo –acabo ya- de buscar el estribillo constante en la tribuna es que te puede pasar lo que a Georgie Dann. Que de bailar su barbacoa y montar su chiringuito acabes bien quemado.