La flamante ministra de Defensa ha cometido un grave error al hacer pública su decisión de seguir manejando las riendas del PP tras el congreso del próximo mes de febrero. Su actitud demuestra, en primer lugar, un desprecio a la militancia y a los posibles aspirantes a secretario general. Cospedal ha hablado como si sólo dependiera de ella seguir o no en el cargo, lo cual dice poco de su talante democrático y de la propia democracia interna del PP.
Pero además su actitud supone un jarro de agua fría para quienes en su partido pretendían que el próximo congreso, convocado cinco años después del anterior -es decir, con uno de retraso sobre lo previsto en los estatutos- lo fuera de renovación, de cambio de caras y también de formas, en el que decidiera el voto de los delegados y no el dedazo.
Pero al margen de que haya motivos para la renovación y de que Cospedal lleve ya más de ocho años como número dos del PP, está la dificultad que entraña compaginar la dirección del partido con el Ministerio de Defensa. Es cierto que durante un tiempo Cospedal ocupó al mismo tiempo la secretaría general y la Presidencia de Castilla-La Mancha. Fue una mala decisión, porque no se puede estar en dos cargos de esa naturaleza sin, necesariamente, desatender uno de ellos.
No es imaginable que Pedro Morenés, Carme Chacón, José Antonio Alonso o José Bono, por citar los últimos ministros de Defensa, simultanearan esa alta responsabilidad con la secretaría general de su partido. De ese ministerio, un ministerio de Estado, depende la estrategia de defensa nacional, la adquisición de material de guerra, la decisión de participar en misiones en el extranjero, siempre delicadas... Todo eso supone dejar el partidismo a un lado y tener capacidad para generar consensos; más aún en una legislatura en la que el Gobierno no tiene mayoría estable y tendrá que estar negociando con la oposición permanentemente.
Cospedal se ha equivocado de cabo a rabo. Veremos si el congreso del PP la pone en su sitio.