Lo más parecido a que el sol haga “mudanza en su costumbre” de salir cada mañana han sido los resultados del brexit y de Trump; también, en menor medida, el de Colombia. Se repetía el patrón. Con la mano de apagar el despertador, uno aprovechaba para abrir el dispositivo móvil y ver las noticias. Y entonces la incredulidad: la cuestión se había inclinado por el lado de la sombra. Uno esperaba seguir con su vida ‘normal’ una vez se hubiese impuesto lo normal: que no le dieran una brasa extra, para volver a los asuntos cotidianos. Pero el resultado alteraba el día. El sol se levantaba al final, y uno terminaba haciéndolo también: pero algo se había quedado definitivamente en la cama. Postrado, por ponernos tremendistas.
Los temidos “tiempos interesantes” ya están aquí. Y nos va a tocar bregar con ellos. Yo siento una pereza anticipada, porque, aunque se presentan como novedad, todo lo que está ocurriendo es viejísimo. Una regresión, agravada por las características del nuevo mundo globalizado y digitalizado. En eso está la novedad: en lo que hace que la regresión resulte, me parece, más difícil de combatir... Pero ya lo veremos. Tengo amigos más optimistas que yo: y la mejor razón que encuentro contra mi pesimismo es reconocer que ellos están bien informados. (Son ese oxímoron, sí: optimistas bien informados).
Pasado el estupor inicial, y en espera de los acontecimientos (¡históricos, qué remedio!), surgió un inesperado regocijo: lo que ha llegado a la Casa Blanca no tiene nombre. Tuve una comida de amigos dos días después (solo tíos: catacumbismo masculino) y nos sentimos autorizados a soltar paridas políticamente incorrectas.
En nuestro pequeño mundo, el trumpismo se había traducido en la rehabilitación de Arévalo y sus chistes de gangosos. Pero esta liberacioncilla es engañosa: la brecha la ha abierto el último que debería, que es un político. Repaso el vídeo en el que Donald Trump se ríe de un minusválido y ni siquiera se parece a los patéticos fantoches de la política internacional, sino a sus parodias.
De momento (¡así de paradójico es nuestro mundo!) lo más trumpista que ha habido tras la elección han sido las manifestaciones contra Trump. Hay, pues, un antitrumpismo trumpiano: patán como lo que combate. Si no se ha entendido que lo que se combatía ante todo eran unas formas (¡unas formas contra el formalismo democrático!), no se ha entendido lo fundamental.
El patán Trump anunció que no iba a reconocer los resultados si perdía. Ha ganado y ha rebajado el tono; Obama, sabio, lo ha aceptado. Pero los que no reconocen su triunfo están contagiados de la infección sembrada por Trump. En vez de contenerla, la están expandiendo. Hemos entrado, definitivamente, en una era peor.