Como era de esperar, Bob Dylan ha confirmado que no irá a recoger el Nobel de Literatura. No hay mucho por lo que extrañarse. Sus desprecios al Premio comenzaron desde el momento en que se hizo pública su concesión: no hubo forma de localizarlo para comunicarle oficialmente la buena noticia. Ahora, por si alguien tenía alguna duda, Dylan deja claro que tampoco piensa viajar a Estocolmo, y la explicación me parece más ofensiva que la ausencia: el cantante no participará en la gala porque tiene “un compromiso anterior”, como el que se escaquea de una cena pesada o de la inauguración de un supermercado del barrio.
No es el primero que falla en la solemne ceremonia de entrega. Elfriede Jelineck lo recibió en la embajada sueca de Viena: su depresión no le permitía viajar a Estocolmo. Tampoco voló a Suecia Alexander Solzhenitsin, pues las autoridades rusas consideraron que no procedía dejar que a un crítico del comunismo le pusiesen laureles por relatar los horrores del gulag . Ni Juan Ramón Jiménez, completamente devastado por la reciente muerte de su esposa, Zenobia Camprubí. Eran, evidentemente, casos bien distintos al de Dylan, que no está enfermo, ni controlado por ningún régimen totalitario, ni asfixiado por la desdicha y la pena.
En la actitud del cantante americano algunos han querido ver paralelismos con la de Jean Paul Sartre, que en 1964 rechazó el Nobel de Literatura. Pero no hay color: meses antes de la concesión del Premio, y sabiendo que estaba entre los favoritos para recibirlo, el autor de La Náusea envió a la Academia sueca una carta en la que les avisaba de que no quería la distinción. El jurado ignoró la alerta -o quizá pensaron que se trataba de una boutade, dejando claro que no conocían mucho a monsieur Sartre- , y premiaron al francés. Éste cumplió y no aceptó ni la medalla dorada ni el montante del galardón.
Pero lo de Dylan parece que es distinto: no irá a Estocolmo porque tiene mucho lío, pero de renunciar a la gloria o al millón de dólares no ha dicho ni media. La postura de Sartre ante el Nobel -que explicó en una entrevista en Le Nouvel Observateur- puede ser discutible, pero está llena de coherencia personal y de rigor ético. Lo de Dylan es una mezcla de pasotismo ingrato trufado de mala educación. Así que, por favor, no me comparen a Dylan con Sartre. Uno era, con todos sus defectos, un enorme escritor que se merecía el Nobel aunque no lo quisiera. Y el otro… pues eso…