Menuda temporada de trolas malayas llevamos en la prensa seria española, señores. La cosa empezó con esta cuenta de Twitter a cargo, supuestamente, de Bana Alabed, una niña siria de siete años que escribe con un inglés de Harvard y que tuitea mientras las bombas caen a una docena escasa de metros de la puerta de su casa en Aleppo. Que la cuenta coincida, casualmente, con el discurso y los intereses del ISIS es un detalle menor que se le ha pasado por lo alto a esos medios a los que sin embargo les ha faltado tiempo para bautizar a la tal Bana como “la Anna Frank de la guerra civil siria”.
Bana, por cierto, es una warmonger (en español, una viciosa de la guerra) que ríete tú de Donald Rumsfeld. En uno de sus tuits aboga nada más y nada menos que por la III Guerra Mundial: “Querido mundo, es preferible que estalle la III Guerra Mundial a permitir que Rusia y Assad lleven a cabo un holocausto en Aleppo”. No me digan que no es fascinante que una niña de siete años mezcle en una sola frase los términos “querido mundo”, “III Guerra Mundial” y “holocausto”.
“Querido mundo, si verdaderamente deseamos la paz deberíamos empezar a lanzar algunos misiles nucleares UGM-133A Trident II sobre Moscú para que los niños sirios podamos jugar en los más bellos páramos de devastación radioactiva sobre las cenizas de los cadáveres retorcidos de millones de infraseres rusos ALLAHU AKBAR!”.
La segunda trola malaya es esta. La historia es la de unos padres cuya hija sufre una rara enfermedad de origen genético llamada tricotiodistrofia. Bien, no hay motivos para pensar que el núcleo de la historia sea mentira. Pero a partir de ahí, el artículo se adentra en terrenos hollywoodienses y acaba mencionando a “un investigador clave en el Nobel de Medicina de 2013”, a “Al Gore”, el “Centro de Investigación Aeroespacial de Houston dependiente de la NASA” y hasta “una cueva afgana” en la que supuestamente trabaja, entre murciélagos y estalactitas, un científico genial al que el padre de la niña acude “entre bombas y disparos” y con ella en brazos.
Parece ser que por cada lector correctamente alfabetizado que pierde el periodismo ganamos uno o dos yonquis de las truculencias con niño. Porque no pasa día sin que aparezca en uno u otro rincón de la prensa española algún texto sobre alguna criatura afectada por una desgracia X y cuya aspiración en la vida es, indefectiblemente, un imposible. El niño ciego que quiere ser piloto (jamás de combate: siempre de aviones comerciales), el niño mudo que sueña con ser cantante y el niño, a secas, que quiere dar a luz gestando a su hijo en un baúl, como Loretta en La vida de Brian.
Y con esa mercancía escabrosa, frecuentemente manipulada, o tergiversada, o exagerada, o directamente inventada, los diarios van rellenando páginas y páginas para complacer a un tipo de lector a medio camino de la beata de hospicio y el morboso de las desgracias infantiles. Y cuando la noticia no es mentira es lisa y llanamente banal, o sensacionalista, o estúpida, o ñoña. El periodismo debería hacerle caso a Alfred Hitchcock y no trabajar jamás con niños.
Así que ahí andan muchos periodistas, entre la cursilería y la pornografía infantil. Pero eso sí: luego le pixelamos la cara a los chavales, no sea que se traumatice la encantadora niña que pide la III Guerra Mundial en su Twitter mientras se cepilla la coleta.