La imagen corporativa de Cocacola es claro ejemplo de percepción asociada a la fase superior del capitalismo. Su tipografía, de aspecto manual, ha tenido variadas adaptaciones. Recuerdo un par de ellas, al principio de la Transición, cuando los de Ajoblanco utilizaron la caligrafía de la Cocacola para la cabecera de su revista crítica.
Fue la época del Rrollo, un tiempo que duró poco; un salto vital de colectivos donde salieron grupos musicales que mantuvieron una relación orgánica con la calle. Había uno de ellos que destacaba por su puesta en escena, lo más parecido a un cabaret de bajo presupuesto. Se hacían llamar Cucharada y también adaptaron el nombre del grupo al signo gráfico de la Cocacola. Su cantante, Manolo Tena, lo llevaba pintado con rotulador en la zapatilla.
Los que estábamos en el Rrollo no bebíamos Cocacola y aunque algunos se castigasen el hígado y el macarrón con cosas peores, la mayoría despreciábamos el refresco imperialista cuya ingesta suponía un atentado a la conciencia crítica. Era asunto fácil, la verdad sea dicha, pues no suponía esfuerzo alguno evitar la bebida de marras. En nuestro caso, la litrona y el coñac venían a sustituir a la Cocacola y a sus cubatas del mismo aspecto que el barro gasificado. Por decirlo de alguna manera, la Cocacola era bebida de horas tontas y los que estábamos en el Rrollo no teníamos horas tontas y menos aún cuando se trataba de beber.
Luego está la doble moral de su estructura corporativa, la misma que permite la coherencia entre el despido libre y la caridad. Lo uno y lo otro lo manejan a la vez. Por un lado, tenemos a los trabajadores que han sido readmitidos en condiciones irregulares en la planta que el brebaje tiene en Fuenlabrada y por otro lado, tenemos las galas benéficas que el citado brebaje patrocina.
Un petardeo cuyo mayor beneficio es limpiarse la culpa. Mirada así, como expresión de la fase superior del capitalismo, la Cocacola es bebida expiatoria. A la manera benéfica, el culpable queda absuelto de su pecado capital y con estas cosas tan apañadas, se le limpian las huellas de su culpa.
En resumidas cuentas, la misericordia siempre fue acto contra natura por venir practicándose de arriba hacia abajo para así aliviar remordimientos. Un acto limosnero donde resuenan los tópicos y la calderilla; un desahogo que es lo más parecido a una ventosidad de las que se sueltan después de beber tan colonizador brebaje. Pues eso.