El miedo es un animal. Quizás un ornitorrinco, puesto que parece haber sido facturado con los descartes de especies ajenas. O sea, de otros espantos: su pico, similar al de un pato; esa cola desmedida e igual que la de los pusilánimes castores; sus patas, como las de la nutria. Trabaja de forma autónoma, atrabiliaria, es ese terror paralizante con cola y pico que surge cuando menos cuentas con él y, si lo esperas, se hace el dormido. Habitante perpetuo en los corredores de la paranoia. Ser extraordinario que hace running por tus venas. Su veneno es de color amarillo. Amarillo canario. Y mortal.
Esta perra vida. Hemos de verla, es decir, vivirla, como engorrosa antesala de la Muerte. Porque eso es lo que parece. Con la voz de Chris Martin, de Coldplay, berreando infatigable en el hilo musical. Y una máquina expendedora de Aquarius, desenchufada, por toda distracción. Eso sí, también puede convertirse en una Scary Movie sin puñetera gracia dirigida por una especie de Hitchcock ultracatólico, anoréxico y miope que abusa de nosotros mientras dirige a su manada desde el confort de sendos travellings dantescos.
Tutorial: Cómo se combate el miedo. Googleadlo, si queréis. Pero ya os digo que no consta. Porque a alguien, o a algo, le aterroriza que aprendamos a impugnar nuestros temores favoritos. Como ese horror a no dejar, nunca, de tener miedo. O el pánico a ser deslocalizados, procrastinados, reseteados, liofilizados y centrifugados. O el que empecemos a temblar como iPhones en modo vibración. O nos descalabremos, juntos y de la mano, recayendo por el hueco del Estado del Bienestar.
Cobardía es mirarnos en el espejo para ver reflejado a un Darth Vader que nos diga “¡Luke, soy tu cuñao!” y acabar dejándonos secuestrar por él hasta la barra del 100 Montaditos. Miedo atroz son los preciosos uniformes verde oliva. Horror canguelante es que, con 8.279 amigos de Facebook, acabemos celebrando la prejubilación en el Área de Destierros del Taco Bell. Pavor es esa gran ballena blanca de nuestro curro que se llama Mobbing Dick y “¡por allá resopla!”, cada lunes, cuando volvemos a embarcar. Espanto es la idea de que el fantasma ceñudo de Anás al Basha, aquel trabajador social que se disfrazaba de payaso para los niños de Alepo hasta que murió en un bombardeo, se nos aparezca en sueños. Y nos haga rendir cuentas desde El Otro Barrio, porque en la lengua de los vivos ya no haya palabras que puedan describir tanto amilanamiento.