El empecinamiento de María Dolores de Cospedal en hacer compatible el cargo de ministra con el de secretaria general del PP no debería siquiera ser objeto de debate. No se puede atender uno sin desatender el otro. Ambas son funciones de la suficiente envergadura como para exigir que quienes se dediquen a ellas lo hagan con los cinco sentidos.
Ante el silencio proverbial de Rajoy acerca de cuáles son sus planes al respecto, han empezado a alzarse voces en el PP que reclaman la salida de Cospedal de la dirección del partido en el congreso de febrero. Argumentan, con razón, que el perfil "discreto" que requiere un ministro de Defensa está reñido con la exposición y el trabajo propios de quien tiene asignadas las riendas de una formación política.
Al intentar aferrarse al cargo, Cospedal pone en un aprieto a Rajoy, ya que en tales circunstancias su sustitución se interpretaría inmediatamente en clave sucesoria, algo de lo que trata de huir el líder del PP. Sin embargo lo que pocos entenderían es que por querer evitar un inconveniente se consagrase un disparate: dar por cierto que se pueden dirigir el Ministerio de Defensa y el primer partido de España a tiempo parcial.