Pronto pondrán el vídeo en el canal de la Fundación Manuel Alcántara. Estén atentos, porque a los que asistimos el viernes no se nos va la discusión homérica que tuvieron Carlos Alsina y Jesús Quintero en las jornadas sobre periodismo que han organizado en Málaga Teodoro León Gross, Agustín Rivera y María Angulo. En la mesa de Alsina y Quintero –titulada "Cuando el entrevistador es la estrella"– estaban además León Gross, intentando moderar no menos homéricamente, y Fernando Sánchez Dragó, cuyo perfil bajo en la trifulca resultó tal vez lo más homérico.
Hubo un triángulo latente en todas las sesiones, que se acentuó hasta estallar en esa: en un vértice, los periodistas de la época dorada; en otro, los de la nuestra menesterosa; y en el último los asistentes, casi todos alumnos de periodismo, en la encrucijada entre las ganas y las perspectivas. Estos aplaudían sucesivamente a los otros dos, porque los dos tenían razón; cada uno desde su posición distinta: esa era la tragedia. La nobleza de tales aplausos estaba en que se emitían desde el centro mismo de la trituración. Eran aplausos trágicos, también.
Jesús Quintero, El Loco de la Colina, lo fue todo en los ochenta. Yo, que lo seguí desde el primer programa, me quedé abrumado al ver que su discurso era en pasado enteramente. Me sentí arrojado a ese pasado, porque yo había sido testigo de aquellas glorias que nadie parecía comprender. Quintero era como la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses, una estrella incomprensible ya: histriónica y asustada, con el único recurso de la denostación del presente. Me acordé de lo que dijo Arcadi Espada de Michel Houellebecq: que confundía sus crepúsculos personales con crepúsculos colectivos.
Carlos Alsina defendió la prosa gris frente a la poesía multicolor. Dijo que solo aceptaba que le llamaran “estrella” porque así pagaban más. Tachó a los otros de “nostálgicos” y abogó por abrirse paso entre las limitaciones del día a día. Alguien me dijo luego: “Quintero se duele de que el público ya no está; Alsina se preocupa por qué hacer para que vuelva”. Al cabo, era una cuestión de edad: Alsina no puede permitirse aún el catastrofismo. Intenta bregar con el mundo que hay.
Aunque con la edad está el carácter. Quintero ya era catastrofista de joven, desde su gloria. Su esteticismo dejaba entre paréntesis el mundo, en unos años que celebraban a Cioran y Pessoa. Quizá la diferencia esté en que entonces se ganaba dinero con eso y ya no. Lo que se ha perdido es una salida económica para la melancolía.