La primera semana de Trump en la Casa Blanca ha dejado muchas cosas claras. Su ceremonia de investidura fue la más deslucida y la menos concurrida de las últimas décadas: tras serle imposible conseguir que cantase ni una sola figura de cierto renombre y tener que conformarse con una serie de artistas secundarios o desconocidos.
De hecho, en seguida comprobamos documentalmente que había pagado a figurantes para que aplaudiesen como posesos durante su discurso: por cincuenta dólares, una multitud de actores vistieron camisetas y gorras, y se desgañitaron coreando “make America great”, en un demencial ejercicio de vanidad y fingimiento que haría palidecer al mismísimo Nerón.
Tras la ceremonia, un Trump aparentemente desmoralizado por la cobertura mediática decidió no solo declarar la guerra a la prensa, sino además, ordenar a su portavoz, Sean Spicer, que mintiese en su primera comparecencia e inaugurase lo que ya se conoce como “la era de la verdad alternativa”.
Rápidamente, aprovechó sus primeras horas como presidente para eliminar la página en español, el segundo idioma más hablado en el país, de la web de la Casa Blanca, para reactivar varios proyectos de oleoductos que habían sido paralizados por la administración anterior, y para eliminar la página en la que la Agencia de Protección Medioambiental hablaba sobre el problema del cambio climático. Pero no contento con borrarla, además, cerró todos los programas de investigación en el tema y prohibió a los funcionarios informar sobre el tema a través de cualquier medio, incluidas las redes sociales.
¿Qué hacer si eres un funcionario que lleva años trabajando sobre el cambio climático, si el nuevo presidente te obliga a escoger entre la verdad y tu propia ética? Lo normal, lógicamente, es desmoralizarse y filtrar esa información a los medios, o incluso arriesgarte y desafiar la prohibición. Un tema en el que Trump, además, va completamente en contra de los sentimientos de la mayoría de los norteamericanos, que según la última encuesta de Pew Research preferirían optar por el desarrollo de las energías alternativas a seguir quemando combustibles fósiles como si no hubiera un mañana.
En los Estados Unidos de Trump, el libro más vendido y popular es el 1984 de George Orwell. A este presidente le trae sin cuidado mentir abiertamente, como le le trae sin cuidado no publicar sus declaraciones de impuestos o tener infinitos conflictos de intereses actuales o potenciales. Los próximos cuatro años serán un auténtico desastre.
Si como candidato le parecía un imbécil peligroso, piénselo de nuevo. Como presidente ya hemos comprobado que no solo lo parecía.