Que la muerte nos iguala es una frase hecha y sin sentido, acuñada por reiteración. Los humanos somos así. Cuando necesitamos un remedo de alivio repetimos fórmulas insignificantes porque las hemos oído en circunstancias similares, porque parecen fiables, o porque intuimos que tal palabra o tal sortilegio procurará una dosis de consuelo en un momento aciago. Los rituales fúnebres son repeticiones que investimos de solemnidad.
Esta es una imagen solemne. Es la fotografía que la familia de Bimba Bosé subió a la red Instagram tres días después de la muerte de la modelo. La madre, la abuela y los hermanos de Bimba se han disfrazado y se retratan alegres y dicharacheros. Lucía Dominguín aparece de egipcia, la matriarca de pavo de corral, Olfo Bosé es Minnie Mouse, Nicolás Coronado va de torero y Jara Tristancho de bufón. Además de esta imagen -luego eliminada de la red social- han homenajeado a la pobre Bimba con otras fotografías y vídeos remachados con aforismos de azucarillo y expresiones de una armonía desiderativa.
Es una imagen de mala calidad, defectuosa quizá como la entereza necesaria de sus protagonistas. El clan Bosé afronta su duelo ritualizando la alegría y la belleza que debe de haber en la vida. La vida es muy bonita es otra de esas frases solemnes con las que apuntalamos la precariedad del mundo y sus abismos.
Los neanderthales ya practicaban ritos funerarios hace 80.000 años. Los egipcios escribieron el Libro de los muertos para guiar a sus seres queridos en el otro lado: el sentimiento de trascendencia no es un atributo privativo de los católicos, Antonio Burgos. En Indonesia hay pueblos que alimentan y visten a sus muertos durante días e incluso semanas. En Madagascar exhuman los cadáveres cada tantos años para bailar con ellos. Los budistas mongoles y tibetanos no dudan en despedazar los cuerpos de sus seres queridos para ofrendarlos a los buitres. En algunos lugares de India celebran carnavales y encienden fuegos artificiales cuando alguien muere. En Nueva Orleans improvisan un equilibrio entre la alegría y el dolor a través del jazz. Y en Holanda y Bélgica tampoco es infrecuente que las familias de los fallecidos contraten a payasos que amenicen los velorios.
Queremos decir que el adiós es un asunto complejo y proceloso que no merece más juicio que una sana piedad y reconocimiento del sufrimiento del otro. Un padrenuestro o una oración pagana si no eres creyente. Porque en esta vida el dolor sí iguala. Quien padeció lo sabe.