Hace dos semanas mi admirado Rafael Latorre colgaba aquí mismo un artículo premonitorio. Refería entonces cómo los radicales van enseñoreándose de los clubes de fútbol: "Una parte de la afición se adueña de una parte del estadio, luego se declara custodia de las esencias del club y termina por querer dictar lo que pasa en el césped".
Los Bukaneros, el grupo ultra del Rayo que presume de extrema izquierda, acaban de abortar un fichaje acordado por el cuerpo técnico y firmado por el presidente de la entidad. Lo repudian por motivos ideológicos.
La víctima es el delantero ucraniano Roman Zozulya, al que tachan de "nazi". La campaña contra él empezó en las redes sociales, siguió con pancartas e insultos a su llegada al primer entrenamiento y continuó con un comunicado titulado "En Vallecas no cabe el fascismo".
Por más que he buscado no he logrado encontrar prueba alguna que demuestre que Zozulya sea "nazi". Sólo hay imágenes en las que se le ve acompañado de militares de su país o vestido con uniforme y un arma en las manos. Él mismo se ha definido como "patriota" y contrario a la invasión rusa, y por ello participó en una campaña de alistamiento del ejército ucraniano, pero siempre ha negado su cercanía a posiciones de extrema derecha.
De nada le ha servido dirigir un escrito a la afición del Rayo para desmentir los reproches contra él. Ha prevalecido el criterio de los hooligans que le acusan de ser "un símbolo de la ultraderecha de su país". Y no diré yo que no lo sea, pero también Carlos Moyà se convirtió hace dos décadas en un icono del colectivo gay en Australia y convendremos en que, si alguien albergaba alguna duda, Carolina Cerezuela la disipa.
Pero el caso de Zozulya no es único. Hace cuatro años, Salva Ballesta estaba viajando con su coche desde Málaga a Vigo para firmar como segundo entrenador del Celta cuando recibió una llamada del presidente. A los Celtarras, también de extrema izquierda como los Bukaneros, no les gustaban sus ideas políticas. Se quedó sin el puesto. Su ideología no le había impedido defender como jugador las camisetas de varios equipos de Primera, incluso la de la Selección nacional.
Llama la atención que se exija pureza ideológica a quienes se dedican a correr detrás de un balón en el campo, cuando es precisamente en la grada donde se exaltan el fanatismo, el sectarismo y la propaganda política.
En cualquier caso, ¿es lícito discriminar a alguien por sus ideas, incluso por repugnantes que nos puedan parecer, si no hace alarde de ellas y se desenvuelve en lo suyo con profesionalidad? Si no se puede ser futbolista y nazi, tampoco profesor y comunista, o médico y nacionalista. ¿Habrá que pedir certificados de ideología en las empresas? Aunque en el Rayo "no cabe el fascismo", está visto que sí.