De entre todas las ideas desmadradas de la izquierda radical fagocitada por el populismo podemita, el gallifante de la bobería se lo lleva la campaña “Inglés para qué” promovido en redes por IU para pitorreo del personal ilustrado. Un tuit de la cuenta oficial de Izquierda Unida decía “El bilingüismo escolar actual se orienta a un modelo de país basado en precariado para atender turismo y emigrar”, y acababa con el hashtag de marras.
No voy a explicar aquí para qué sirve saber inglés, porque hasta los señores (y señoras, no se me alteren) de IU se escandalizaron con la pregunta. Pero sí me inquieta esa extraña fijación que parece tener nuestra izquierdísima con el sector turístico. Hablan de “atender turismo” como quien habla de una plaga bíblica. Resulta difícil de entender.
En los países tiene que haber camareros, jefes de sala o directores de hotel, de la misma forma que tiene que haber políticos, arquitectos profesores de álgebra o sexadores de pollos. Lo que de verdad importa, y lo que hay que asegurar, es que esas personas que limpian habitaciones o sirven espetos de sardinas estén justamente retribuidas, cumplan sus horarios y vean escrupulosamente protegidos sus derechos sociales. Pero no sé qué gracia hace a quienes se dedican a estos menesteres escuchar hablar de su trabajo -tan digno como otro cualquiera- como si fuese el octavo círculo del infierno.
Mi hermano tiene un pequeño bar que atiende él mismo. Sabe lo que es cocinar, limpiar, tirar bien las cañas, cantar la lista de raciones, reponer las neveras o preparar un buen gin-tonic. Sabe lo que es hacer caja en verano, con la temporada alta, y apretar los dientes en invierno cuando no hay un alma por la calle. Su oficio requiere de destreza y pericia, como todos los oficios del mundo, y, como cualquier otro trabajo, puede hacerse mal o bien. Por eso me resulta difícil comprender el poso de desprecio que utilizan aquellos que escriben “atender turismo” como si esa actividad fuese un castigo divino, una venganza de la vida, un lastre humillante.
Quizá el problema es que, en su fuero interno, quienes hablan así piensan que quien se gana la vida dando servicio a los turistas es menos que el que calienta un escaño en el Congreso o enlaza una beca con otra en la universidad. Un camarero, o una Kelly, o el cocinero de un restaurante de menú del día no son mejores ni peores que el que escribió el tuit de IU. Simplemente, se dedican a otra cosa.