Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo. Incluso a tratar de tenerlo injusto si cree que le conviene más. Nadie espera que un acusado de nada se incrimine a sí mismo ni que deje de presentar su caso de la forma que le es más favorable… Bien es verdad que a veces, la presunción de inocencia no lo es tanto del reo como del juez. Que el juez tiene que aprender a chuparse el dedo si quiere tener el juicio y la fiesta en paz.
Ayer, escuchando atentamente las declaraciones ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña del expresident Artur Mas y las exconselleres Joana Ortega e Irene Rigau, quedaba claro que habían elegido una inteligente línea de defensa: que resulta que yo quería hacer una consulta, que el Tribunal Constitucional me dijo que no la podía hacer legalmente tal y como yo la planeaba, y ante esto, cambio el formato de vinculante o no vinculante (como quien hace una encuesta en una comunidad de vecinos), me quito de en medio y dejo todo el protagonismo a voluntarios que por supuesto se han movilizado solos…
Está bien pensado si buscas la absolución. Claro que entonces no se entiende qué hacen 40.000 almas enfurecidas a las puertas del juzgado gritando a todo pulmón no “de-mo-crà-cia” sinó “in-de-pen-dèn-cia”, jaleando a Mas, Ortega y Rigau como héroes de la causa, y dando por hecho que este mismo año se celebrará un referéndum, este sí que vinculante, sea o no sea legal más allá de Badalona…
Qué diferencia con aquellos tiempos en que Jordi Pujol, un Jordi Pujol jovencísimo cuya prole todavía no había echado los dientes (ni las manos largas…), fue detenido, encarcelado y torturado por los llamados Fets del Palau, cuando él y unos cuantos se pusieron en pie en el Palau de la Música, y ante todas las fuerzas vivas franquistas del momento se lanzaron a cantar un himno catalán prohibido.
Pujol pasó por un consejo de guerra cuya preparación consultaría con su mujer, Marta Ferrusola. A ella le contó que, según el abogado, si entraba en la sala y se ponía de canto bisbiseando excusas, como hizo Artur Mas ayer, todo quedaría en una jarana de juventud y la condena sería leve. Pero como se le ocurriera aprovechar para arrancarse con una encendida soflama catalanista, que se preparara para lo peor… “Eso se piensa antes”, cortó de raíz la mujer de Pujol las dudas de su marido, optando sin vacilar por la línea dura. Con todas las consecuencias.
Eran otros tiempos. Ahora se dice una cosa, se piensa otra y se hace una tercera. Uno jura ante el tribunal que nunca se le ha ocurrido conculcar la ley y luego en la calle se jacta de que va a hacer justo lo contrario. Uno pone cara de no haber roto un plato ni una Constitución pero se monta un paseíllo perfectamente coreografiado que empieza dando fiesta a los funcionarios de la Generalitat para que puedan salir a dar palmas… Si cuela y te absuelven, estupendo, seguimos para bingo; si no cuela y no te absuelven, patada al tablero y a decir que tú no juegas más a este juego tan aburrido y tan antidemocrático… ¿y mientras tanto, en Madrid? Ay. ¿Qué es eso, dónde está y se le espera?