Vistalegre II ha sido finalmente el congreso de la refundación de Izquierda Unida. Todo partido asambleario tiende a la marginalidad. Por pura vocación estética. Podemos se ha echado en manos de la inservible nostalgia izquierdista de Pablo Iglesias, que llegó al cónclave en coche con Rage Against the Machine sonando a todo trapo -según su transcripción fonética [reich aguein de machín]- y que está a dos días de volver a ponerse un piercing en la ceja.
Es una buena noticia para el PSOE, que tiene expedito el camino de su propia refundación. Ni en España ni en ningún otro país de la Europa occidental hay cinco millones de comunistas. A nadie le conmueven los homenajes a Rosa Luxemburgo y al medio millón de votantes que el Podemos de diciembre de 2015 heredó del Partido Popular de noviembre de 2011 el puño en alto les suena a parias, expropiación e impuestos.
El combustible de Podemos es la rabia y no la ideología. El votante de Podemos es de un conservadurismo atroz. Hay un hilo invisible que une a los populistas de izquierdas y de derechas en todo el mundo, de Trump a Iglesias. Es la resistencia a la modernidad. La sensación de que la historia les ha dejado atrás, la incomprensión de las instancias supranacionales, una melancolía incurable del localismo y una ciega idealización del pasado. Y la convicción, delirante, de que es posible revertir el progreso.
Eso lo sabía bien Errejón, que se vistió de chaqueta y quiso construir un movimiento, a semejanza del Frente Nacional en Francia, basado en una idea de comunidad fuerte, no polarizada en ideologías y alimentada por la promesa de la recuperación de la soberanía. La transversalidad era eso.
Ahora, curiosamente, la transversalidad está encarnada en Mariano Rajoy. El antipopulismo marianista ha conseguido mantener firme a la derecha mediante la aplicación de un programa netamente socialdemócrata. La letal parsimonia de Rajoy ha sembrado de cadáveres su partido y amenaza con matar de sopor a la oposición.
Revisen lo ocurrido en la Caja Mágica. Rajoy es el enterrador de las ideologías, lo que habría querido ser Errejón. ¿De qué hablan hoy los periódicos? Este fin de semana pudimos comprobar que en España ya no se habla de política, se comentan organigramas. No hay debate sino cotilleo. Una cháchara insustancial sobre nombres, cargos y burocracia de partido. El protagonista es el aparatchik, un erudito en los estatutos que se mueve por los engranajes del aparato como el Chaplin de Tiempos Modernos y del que no se sabe si es partidario de la despenalización del aborto, del impuesto de patrimonio o de las sanciones a Irán. ¿Quién diablos es, políticamente, María Dolores de Cospedal? ¿Quién Soraya Sáenz de Santamaría?
Woodrow Wilson distinguía entre tres tipos de inteligencia: la que se ocupa de los chismes, la que comenta los sucesos y la que discute sobre las ideas. El vuelo rasante de nuestra inteligencia política no alcanza ni el segundo estadio y a los cronistas ya se les han agotado los recursos retóricos con los que salvar un artículo sobre la planicie rajoyana. Ha ganado Mariano. Como decía Sánchez Ferlosio: Viva quien vence.